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¿Se puede buscar la felicidad plena?



¿Se puede buscar la felicidad plena?


Por  Eduardo Correa

      
Tal vez puedan sernos útiles las palabras profanas del francés André Gide: “Todas las cosas ya han sido dichas, pero como nadie escucha es necesario comenzar de nuevo”. Y es que el tema de la felicidad que plantea el título, desde que el mundo es mundo, la gente lo ha interiorizado y constantemente ha ido en su busca. Y por supuesto que el vocablo ha sido objeto de innumerables debates. De todo tipo. Antropólogos, sociólogos, filósofos, entre otros, plasmaron sus opiniones y estudios por siglos e insisten en ello. ¿Quién no piensa y quiere ser feliz? Deben ser muy pocos los que no anhelen esa forma de vida, aunque, como suele decirse en el argot popular, de todo hay en la viña del Señor. Mucha literatura ha rodado por el mundo con el tema de la felicidad. Y los grupos, pueblos y sociedades en general, se organizan con ese propósito y con ese fin. Pero, a muchos la felicidad les resulta esquiva, furtiva y lejana, y surgió la sempiterna interrogante: ¿Qué produce y como se alcanza la felicidad? Son numerosos los que afirmaron, y todavía sostienen, que la prodiga el dinero o las cosas materiales o el poder en sus variadas formas o la fama o el éxito. Sin embargo, no son pocos los que aun amasando fortuna y logrado figuración, no han logrado alcanzarla, según se desprende de testimonios propios. Y la controversia nunca termina. Como apuntábamos, la literatura se ha enriquecido con el tema y se han escrito obras del calibre de “La utopía”, de Tomás Moro, “La República”, de Platón, que tratan de los Estados ideales o perfectos, donde el hombre podía ser, seguramente, feliz.
       
No obstante, a pesar de lo señalado, existe un espléndido camino para ser feliz y que no puede ser otro que el establecido por el Creador, por Dios Todopoderoso. Y la clave se la dio al gran Moisés, en el Monte Sinaí, para que este la trasmitiera a su pueblo. Y dijo Moisés, mostrando las tablas escritas por el Santísimo: “Yahvé ordena seguir estos mandamientos para que sean felices, al igual que sus familias”. Para que fueran felices El Eterno mandó el Decálogo ¡Bendito sea Dios!, Y la felicidad vendrá, entonces: Cuando amemos a Dios sobre todas las cosas, porque Dios es lo primero. Cuando no tomemos el nombre de Dios en vano, es decir, cuando no blasfememos e irrespetemos porque no dejará el Señor sin castigo al que tomare en vano el nombre del Señor Dios tuyo. Cuando Santifiquemos las fiestas, que implica no faltar a misa el domingo. Cuando honremos a nuestros padres, que implica obedecerles, respetarles, amarles y de esta manera “vivirás largos años sobre la tierra que te ha de dar el Señor Dios tuyo”. Cuando no matemos, y al contrario seamos bondadosos y no odiemos a nadie. Cuando no cometamos adulterios, lo que significa ser puros de pensamientos, palabras y obras. Cuando no robemos, que es lo mismo no hacerle daño a los bienes ajenos o del prójimo o del Estado. Cuando no levantemos falsos testimonios, ni mintamos ni calumniemos. Cuando no deseemos a la mujer del prójimo, que es adulterio en el corazón. Cuando no seamos ambiciosos de las cosas ajenas, y más bien trabajemos, economicemos y nos contentemos con lo nuestro. Y agregó  Dios: “Yo uso de misericordia hasta millares de generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos”.

      
Como podemos ver, estos mandamientos de la Ley de Dios son los mismos de la ley natural. Son nuestra conciencia y nuestra honradez las que nos dicen que debemos proceder como ellos ordenan. Pero no podemos quedarnos allí y debemos tender a cosas más altas. No podemos decir jamás: “Yo ni robo ni mato”, porque eso no basta. Debemos ir más allá. Además, orar y trabajar, es otra fórmula adicional magnífica. Y en nuestras acciones debemos ser caritativos, puros, honrados, obedientes, colaboradores, veraces, temerosos de Dios y amorosos. Si cada uno acoge esos mandamientos del Cielo, será feliz y, de seguro, El Todopoderoso le colmará plenamente, tal como Él lo prometió y, como bien se sabe, Dios siempre cumple, de modo riguroso, Su Palabra. El que ama a Dios, es el que sigue y cumple sus mandamientos. Y finalmente, como pudieron notar, no descubrimos el agua tibia…. “El que tenga ojos que vea, y el que tenga oídos que oiga”. Estamos avisados. Pero, “como nadie escucha…”.   

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