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“¿Café? ¡No mijo, eso es lujo por aquí!”
                                                                                                            

Por Eduardo Correa
“¿Café? No mijo, eso es lujo por aquí”, esa respuesta fue la que recibió el famoso y fino coplero Florentino Coronado, y no vino de una voz fuerte y varonil, aunque transitaba por el llano recóndito, áspero y apartado, vino de una voz femenina vieja y débil perseguida por los años y una pobreza ancestral. Pero, permítasenos recordar la interesante historia de Juan, “El veguero”, personaje popular inmortalizado en el libro de don Rómulo Gallegos que es una narración, en el libro Cantaclaro, no exenta de realismo e impresionismo, tal como se caracterizaron muchas de las obras galleguianas y además la que referimos está cargada en especial de denuncia social donde se observa la defensa de la civilización y la cultura frente a la barbarie depredadora, arbitraria y donde queda claramente reflejada el infortunio de una pobreza abismal y desafortunada. Recordemos entonces:  



Florentino Coronado se dirigía hacia los llanos de Barinas e iba en busca de un cantador que decían era muy bueno y hasta murmuraban que era el mismísimo diablo- ¡Ave María Purísima!, expresarían rápido en mi pueblo nada más al oír el nombre del esperpento-. En su travesía y ya cayendo la noche se topó con el rancho y la exigua vega de Juan, “El veguero” y se quedó a pernoctar allí para luego continuar con su viaje al día siguiente. Cantaclaro se conmovió al ver la pobreza extrema del conuquero y de su esposa quienes lucían visiblemente enfermos, y ya acomodado en su chinchorro les pide algo de comer y obtuvo por respuesta: “Si se conforma con un topochito asao y unas yuquitas sin sal”. El cantador pidió café, en su lugar, y la señora balbuceó: ¿Café? No mijo, eso es lujo por aquí”. 

Entonces reflexionó el memorable versificador: “¿Cómo pueden ustedes vivir así?” y Juan le contesta: “…Yo tenía un pedazo de tierra sembrado y unos cuantos animales, unas cuatro vacas lecheras y dos potrancas y con eso vivía tranquilo y contento, pero como nada en este mundo es completo, había también por allí un jefe civil más malo que Guardajumo; se enamoró de lo mío –a ellos siempre les sucede eso con lo ajeno- y hoy con una multa porque las vacas y que andaban sueltas por la población, y mañana con un arresto por unos palos que me pegue demás, como yo no tenía plata para pagar las multas, me fue amontonando una cuenta y un día vino a embargarme dos vacas para pagárselas él mismo. Y le dije yo a mi esposa: “déjame vender los animalitos y la tierra  que me queda para que se le quite la provocación a este hombre y nos vamos de este pueblo a ver si podemos vivir tranquilos. Y aquí me tiene, resignado a mi suerte, trabajando en lo ajeno y haciendo más rico al rico”.

Cantaclaro, pensativo, siguió su camino y al cabo de un tiempo devolvió sus pasos por el lugar –dicen que ya se había enfrentado con satanás- y al pasar de nuevo por el rancho de Juan ya no encontró al ex hombre y fue entonces cuando se preguntó: “¿Qué habrá pasado con mi amigo? ¿Adónde habrá ido? Y más adelante en el camino Florentino Coronado obtuvo su respuesta. En un enfrentamiento entre bandos del gobierno y opositores, ahí estaba Juan, “El veguero”, peleando con todas sus fuerzas y empuñando el arma que le quedaba que no era otra que el usual machete de aquellos tiempos y por supuesto contrario al gobierno. . . “sobreponiéndose a la muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado”.

    

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