Ir al contenido principal

¿Cuántos no se han perdido por la soberbia?


¡Cuántos no se han perdido por la soberbia!





                        Por Eduardo Correa
Empecemos por lo primero, ¿Qué es la soberbia? Todo el mundo lo sabe, pero vale la pena refrescarlo: “Sentimiento de superioridad frente a los demás que provoca un trato distante o despreciativo hacia ellos”, y “Rabia o enfado que muestra una persona de manera exagerada ante una contrariedad”. Eso es lo que nos dice el diccionario, sin embargo existen otros contenidos y conceptos en el libro de libros, como se le llama a la Biblia, aunque en esencia no se diferencia mucho de aquel y del libro santo podemos traer algunos ejemplos de cómo el sentimiento de la soberbia ha perdido a muchos y han caído irremediablemente al dejar atrás o echado a un lado a la humildad como sentimiento contrapuesto. Preguntémonos: ¿Por qué se perdió Caín? ¿Por qué sucumbió del modo que lo hizo? Todos lo saben. Fue rebasado por la soberbia y llegó al extremo de los extremos exterminando a su propio hermano ¡Vaya insensatez! Y si a ver vamos, este hombre primigenio de la humanidad sumó al veneno de la soberbia la intriga, la envidia y la ofensa, y así puede imaginarse adonde puede llegar una persona poseída de tales emociones. Y como decimos arriba, la soberbia pierde a cualquiera sin importar su condición o su clase o su formación. Basta con ser persona.

¿Recuerdan al rey Saúl? Fue el primer hombre investido como tal en el pueblo de Israel. El pueblo de Dios se regía por profetas, es decir, se alimentaba de la palabra del Creador mismo a través de ellos y en el caso que nos ocupa su lugar lo representaba Samuel, hasta que prefirieron a un monarca. Y lo tuvieron. Saúl fue ungido y se portó bien con su pueblo y su poder creció por ser bueno ante los ojos de Dios, pero al mismo tiempo crecía en él la ambición y el deseo de riquezas y de más poder y llegó a desconocer a su mentor mismo y se sublevó. Comenzaron los atropellos contra su pueblo ahora disminuido, perdió el orden de sus prioridades y dejó de escuchar la voz de quienes le alentaban positivamente y mientras bajaba su popularidad al mismo tiempo subía incontrolable la soberbia y la autoproclamada supremacía. Y eso lo perdió. Se vino abajo el apoyo popular, al igual que el apoyo divino, e incluso pretendió vanamente sobrevivir con el sostén de la brujería, pero su destino estaba escrito. La soberbia había cobrado sus frutos.

Luego el pueblo de Dios ungiría a David, un rey bueno que trajo mucho bienestar a su gente. El progreso no se hizo esperar y las comunidades crecieron en felicidad y pujanza. La producción agrícola y bovina crecía exponencialmente. Los rebaños disfrutaban con el verde pasto de las praderas, aguas cristalinas manaban felices y abundantemente. Pero este hombre justo que era el rey David tuvo su traspié llevado por su gran poder y sus riquezas y en un ataque de soberbia y lujuria llegó al crimen, al adulterio y a la afrenta al Señor. Su fe se trastocó y lo perdió. Sin embargo, este hombre se dio cuenta de su grave error y buscó enmendarse. Pidió perdón, vivió penitencia y cambió de vida.

Y no son pocos quienes han sido víctimas de ese atroz sentimiento. Y es que la soberbia no es por casualidad ni azar un pecado capital subrayado en el libro de los libros, es la palabra santa que emerge imponente por los siglos: “Dios resiste a los soberbios y da gracias a los humildes”.  Y siempre habrá tiempo para el arrepentimiento porque la misericordia de Dios es infinita.
      

  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una boda en el corazón del llano

Una boda en el corazón del llano                                 En memoria del Greco        Por Eduardo Correa       Era un día sábado, pero no recuerdo con exactitud la fecha y los años, aunque estimo que distan unos cinco lustros de algo que quiero contar. Ese día hice un viaje desde Acarigua, en el estado Portuguesa, a Valle de la Pascua, mi tierra natal. Era uno de esos tantos viajes que emprendía con cierta regularidad y que tenía como norte visitar a mi madre María Josefa, en su residencia habitual. Después de unas cinco horas de carretera ya estaba “aterrizando” en mi querido barrio Guamachal   y, como siempre sucede en el llano, al no más llegar salieron todos a recibirme con mi madre de primerita y con una   brillante y espontanea sonrisa que me “aflojó” el corazón rapidito y aumentó mucho más en cuanto nos abrazamos. Al ratito, y poco después de los saludos y abrazos de rigor, mi hermano Gregorio me dijo: “Que bueno que llegaste, pelón, porque tenemos una fie

¡Ya me estoy poniendo viejo!

¡Ya me estoy poniendo viejo! Por Eduardo Correa   El ancianito caminaba a duras penas por la acera y un joven se le acercó, diciendo: “Oiga, ¿para dónde la lleva por ahí, viejito? Y el hombre con sus años a cuestas le respondió viéndolo de reojo: “¿Y por qué me pregunta, mijito? “Bueno, quiero saber si puedo acompañarle”. Y sin detenerse en su lenta marcha respondió sin mirar de nuevo: “No, hijo nuestros caminos llevan rumbos distintos”. Y siguió sin inmutarse y sin desdén. ¿Qué quiso decir el buen hombre con eso de que eran distintos sus caminos? Muchas cosas. Incomprensibles quizás para los necios. Y es que viéndolo de otro modo, la edad adulta o mayor o anciana siempre han querido revestirla con metáforas y con aires poéticos no siempre alejados de tonos románticos. Por ejemplo, ¿Quién no ha escuchado referirse a “los años dorados? Y claro que también se habla de “Estar en una edad otoñal” para señalar a personas muy entradas en abriles, pero diciéndolo de mane

Bolívar: "¡Unión! ¡Unión! O la anarquía os devorará"

   Bolívar: “¡Unión! ¡Unión! O la anarquía os devorará”   Por Eduardo Correa La frase del título impacta, ¿cierto? Y es que hoy debe acudirse de nuevo al expediente del DIÁLOGO y revivirlo. Porque si de algo se está seguro es que una persona o grupo, por hábil que sea, no tiene el privilegio o el monopolio de la verdad o la razón y aunque esos elementos no estén exentos de ideas plausibles deben ser puestas sobre la mesa y sometidas al concurso de las mayorías de una manera creíble y que al final se tenga un resultado de las mejores posturas que satisfagan a todos –o a casi todos- y emprender así los caminos por donde la fuerza colectiva empuje hacia el mismo lado y se busquen los mismos horizontes. Y más que nunca deben dejarse de lado las posiciones personalistas o grupales y abrirse a la discusión que debe ser la insignia que marquen estos tiempos que nos toca vivir. Porque, de veras, no se trata de la supremacía de un partido o de un grupo o de cualquier sector por muy