Ir al contenido principal

Del delirio por los telefónos

Del delirio por los teléfonos y otros cuentos


 Por Eduardo Correa                                             
Puede que el deseo de poseer un teléfono móvil conduzca a la ansiedad e incluso al delirio o a la paranoia, aunque parezca increíble o difícil de creer. Y es que la tecnología moderna que fabrica celulares por estos tiempos parece apoderarse de las emociones de mucha gente y llevarle a los estadios mentales descritos. Veamos algunos cuentos y sus entresijos basados en el apetecible instrumento móvil que ha venido a revolucionar las comunicaciones sociales, así como otros aspectos de la vida común. ¿Quién no se siente atraído por un teléfono móvil? Y es más, ¿Quién no desea tener uno de última generación? Y no importa mucho la edad. Los jóvenes, en especial, deliran por ellos y no escatiman esfuerzo y dinero por obtenerlos. ¿Y los de edad madura? También, y anótese igualmente a los más viejitos. Fíjense.


Érase una vez en un lugar cualquiera de Venezuela donde un hacendado entrado en años llegó a su propiedad como solía hacerlo cada mañana. Aquel día bajó de su imponente vehículo rústico de marca recién comprada con su atuendo de rigor: lique lique  bien cortado, botas vaqueras y sombrero pelo e guama. Pero, el hombre ganadero traía algo más que sacó rápido del bolsillo de su blusa al escuchar que sonaba insistentemente con un fondo musical extraño y lejano. Era un modernísimo teléfono móvil que se llevó a la oreja y conversaba con alguien animadamente. Apenas unos instantes había llegado su vecino conuquero poseedor de unas pocas hectáreas donde sembraba maíz, otros granos, criaba pollos, gallinas y otros animales domésticos. Bajó de su borrico y esperó que su vecino terminara de hablar. Eran amigos de años. Se dieron la mano al momento que el campesino le decía: “Caracha, don Ignacio, ¿qué aparato es ese tan raro? Este respondió: “Ah, don Quintín, este es un móvil que me mandó mi hija de EEUU, y con ella hablaba, por cierto. ¿Se acuerda? Mi hija Micaela, ya se va a graduar”. Un tanto circunspecto, Quintín logró articular: “¿y con ese bichito usted pudo hablarle desde aquí? –Ajá, don, con ese bichito como usted lo llama, pude hacerlo y más allá también. 

Y puedo hacer muchas cosas: tomarle fotos en su burro, grabarle una película echándole agua y comida a las gallinas, a su conuco, escuchar música, escribir datos, mensajes, cartas, mandar correos y grabar sus recuerdos para que no se pierdan, don. Y hace más, ¿se dio cuenta que el rostro de la muchacha estaba en la pantallita cuando hablaba? Y ella me ve a mí allá. Cómprese uno usted”. Quintín escuchó todo aquello en silencio, sorprendido, en ascuas y viéndolo fijamente, al punto que Ignacio lo sacó de su absorto, al decirle: “¿Qué le pasó, don?, se me quedó mudo”. Y con voz algo queda, respondió: “Es que me dejó como atontado con lo que me relató, a bichito bien bueno, ¿no? ¿Y de verdad usted cree que yo me pueda comprar uno? Entonces don Ignacio alzó la cabeza y recorrió visualmente el conuco con su ranchito de madera y zinc, las gallinas con el cacaraqueo corrían perseguidas por un gallito flaco y manchadas las plumas. Volvió la mirada a su vecino con cierta conmiseración, y le dijo: “Bueno, don Quintín, tendrá que hacer un esfuerzo y vender buena parte de su propiedad sino toda, para comprar el bichito ese que a usted le gusta”.

Y el cuento de un adolescente que se quedó en casa de su abuela mientras su madre viajaba a una ciudad vecina y al verlo llegar entre apesadumbrado y reticente, le dijo después de abrazarlo: “Nieto querido, Dios y la Virgen te bendigan, ¿Qué tienes que te veo tan triste y como ausente?”. El muchacho sin alzar el rostro se le echó en sus brazos y le respondió casi entre sollozos: “Tú sabes, abuela, que el teléfono se me perdió en la escuela, o más bien me lo robaron, y mi mamá me dijo que no puede comprarme otro y yo sin ese teléfono no puedo vivir”. Y este otro relato. Caminaba por una de las calle de la ciudad, muy cerca de la plaza Bolívar, cuando de pronto una muchacha comenzó a gritar y corría desaforada detrás de alguien diciendo que le había arrebatado su teléfono. Algunos espontáneos salieron a socorrerla y persiguieron al ladrón quien sin pensarlo dos veces esgrimió un revolver y disparó al aire sin detener su carrera en dos oportunidades dispersando a sus potenciales captores. Y… lastimosamente, algunos mueren por ellos.               

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una boda en el corazón del llano

Una boda en el corazón del llano                                 En memoria del Greco        Por Eduardo Correa       Era un día sábado, pero no recuerdo con exactitud la fecha y los años, aunque estimo que distan unos cinco lustros de algo que quiero contar. Ese día hice un viaje desde Acarigua, en el estado Portuguesa, a Valle de la Pascua, mi tierra natal. Era uno de esos tantos viajes que emprendía con cierta regularidad y que tenía como norte visitar a mi madre María Josefa, en su residencia habitual. Después de unas cinco horas de carretera ya estaba “aterrizando” en mi querido barrio Guamachal   y, como siempre sucede en el llano, al no más llegar salieron todos a recibirme con mi madre de primerita y con una   brillante y espontanea sonrisa que me “aflojó” el corazón rapidito y aumentó mucho más en cuanto nos abrazamos. Al ratito, y poco después de los saludos y abrazos de rigor, mi hermano Gregorio me dijo: “Que bueno que llegaste, pelón, porque tenemos una fie

¡Ya me estoy poniendo viejo!

¡Ya me estoy poniendo viejo! Por Eduardo Correa   El ancianito caminaba a duras penas por la acera y un joven se le acercó, diciendo: “Oiga, ¿para dónde la lleva por ahí, viejito? Y el hombre con sus años a cuestas le respondió viéndolo de reojo: “¿Y por qué me pregunta, mijito? “Bueno, quiero saber si puedo acompañarle”. Y sin detenerse en su lenta marcha respondió sin mirar de nuevo: “No, hijo nuestros caminos llevan rumbos distintos”. Y siguió sin inmutarse y sin desdén. ¿Qué quiso decir el buen hombre con eso de que eran distintos sus caminos? Muchas cosas. Incomprensibles quizás para los necios. Y es que viéndolo de otro modo, la edad adulta o mayor o anciana siempre han querido revestirla con metáforas y con aires poéticos no siempre alejados de tonos románticos. Por ejemplo, ¿Quién no ha escuchado referirse a “los años dorados? Y claro que también se habla de “Estar en una edad otoñal” para señalar a personas muy entradas en abriles, pero diciéndolo de mane

Bolívar: "¡Unión! ¡Unión! O la anarquía os devorará"

   Bolívar: “¡Unión! ¡Unión! O la anarquía os devorará”   Por Eduardo Correa La frase del título impacta, ¿cierto? Y es que hoy debe acudirse de nuevo al expediente del DIÁLOGO y revivirlo. Porque si de algo se está seguro es que una persona o grupo, por hábil que sea, no tiene el privilegio o el monopolio de la verdad o la razón y aunque esos elementos no estén exentos de ideas plausibles deben ser puestas sobre la mesa y sometidas al concurso de las mayorías de una manera creíble y que al final se tenga un resultado de las mejores posturas que satisfagan a todos –o a casi todos- y emprender así los caminos por donde la fuerza colectiva empuje hacia el mismo lado y se busquen los mismos horizontes. Y más que nunca deben dejarse de lado las posiciones personalistas o grupales y abrirse a la discusión que debe ser la insignia que marquen estos tiempos que nos toca vivir. Porque, de veras, no se trata de la supremacía de un partido o de un grupo o de cualquier sector por muy