Eneas Perdomo en El Teresa Carreño
Con alusión a Alfredo Sadel, Juan Vicente Torrealba y Luis Lozada, “El
Cubiro”
Por Eduardo Correa
Como se sabe, el
singular trovador llanero, Eneas Perdomo, hijo insigne de El Yagual, en el
legendario estado Apure, falleció hace algunos meses. No obstante, quisimos
titular de ese modo para significar algunos hechos que no son de muy vieja data
y que se relacionaron de modo directo con el centro cultural Teresa Carreño y
otras instituciones del país. Y es que en el pasado reciente, es decir, en la
era puntofijista, si es que establecemos una especie de referencia histórica,
presentarse en el teatro Teresa Carreño, institución cultural de renombre en el
firmamento Latinoamericano, constituía un imposible para muchos hacedores del quehacer cultural, y de modo muy especial para nuestros intérpretes
de la música y el canto autóctono, aunque a decir verdad, repetimos, no era el
único sector expresivo del país que no tenía acceso a esas magnificas salas.
Por eso, las
personas de mi generación y en particular las que nacimos en el llano, muchos vimos con interés y no exentos de
satisfacción, la presencia del mismísimo Eneas Perdomo, figura relevante e
histórica del joropo y el pasaje venezolano, en el prestigioso
escenario cuando entonaba con singular
donaire los temas musicales que había impuesto en el gusto de los seguidores del
acervo musical folclórico. Sin lugar a
dudas, el trovador nativo, así como otros que también lo hicieron, rompía con
el pernicioso esquema establecido por una casta direccional malévola y
excluyente que se enquistó en el sector para dictar sus políticas egoístas y
malsanas. De allí que el autor e interprete de “Fiesta en Elorza”, canción que
fue mucho más allá de nuestros límites geográficos, se erguía en señera
expresión de un tiempo que marcaba hechos singulares en la tierra de Bolívar. Y vaya esta anécnota del llanerísimo Eneas: Esa noche, en cuanto subió al estelar escenario, preguntó que donde estaba Cristóbal Jiménez, El coplero de oro, al decir de muchos en el llano venezolano. Y en segundos una cámara de TV enfocó al cantor apureño. Al verlo Perdomo, entre el numeroso público, acotó: "Allá está el jodío".
Atrás quedaba la
afrenta contra Alfredo Sadel al negarle el teatro Teresa Carreño. Sí, una
cúpula que manejó la cultura y que se creyó el non plus ultra del sector, se caracterizó por su actitud
discriminatoria, irrespetuosa y excluyente y llegó al extremo de la infamia con
la gran figura nacional e internacional que fue y sigue siendo el
extraordinario Tenor Favorito de Venezuela. El mismo que fue estrella del cine
mexicano, que firmó para actuar en Hollywood, el primer venezolano que cantó en
Siberia y en otros catorce países de la URSS, que cantó operas de Verdi y
Haydn, que estudió en el Mozarteum de Salzburgo y en Milán, que estuvo en el
Carnegie de Nueva York, que estableció record de 27 funciones agotadas en la
opera española, que interpretó las famosísimas obras “Traviata”, “Rigolleto”,
“Barbero de Sevilla” y “El gato Montés”, que protagonizó en Suiza más de 100
funciones de las óperas del “Buque fantasma” de Warner y de Puccini, que fue
incluido por el critico Kurt Pahlen en el libro “Grandes cantantes de nuestro
tiempo”, el mismo que se llenó de
aplausos en muchos teatros del mundo, que fue ídolo durante muchos años en
Venezuela y fuera de ella; a ese mismo, a ese singular venezolano le fue negado
el Teresa Carreño, cuando ya pensaba en
el retiro porque su salud comenzaba a jugarle una mala pasada y quería
despedirse de su publico. Algunas personas intercedieron ante el absurdo
histórico y en última instancia hubo que recurrir al presidente de entonces, Carlos Andrés Pérez, agotadas
todas las diligencias e instancias, para que diera “el permiso”. Y fue así como
pudo pisar el gran Alfredo Sadel ese renombrado teatro nacional.
Pero, como si lo
señalado fuera poco, igualmente esa clase dominante pasó al libro negro de la
historia, al negarle el mismo recinto a otro grande de la cultura nacional y que marcara
pauta al son de su arpa de oro y que no es otro que Juan Vicente Torrealba, el
mismo cuya música fue aplaudida por el mundo entero en infinidad de
presentaciones personales y de TV, el mismo que hizo temblar de emoción los
escenarios de Rusia, Japón, EEUU y América Latina, el mismo de los inolvidables
temas “Madrugada llanera”, “Aquella noche”, “Campesina”, Rosangelina”,
“Concierto en la llanura”, “Camaguán”, “Sinfonía en el palmar”, “La potra
zaina”, “la paraulata llanera” y tantos otros que quedaron indelebles en el
alma de muchísimos venezolanos.
Podemos finalizar
con otra violación a la libertad de expresión, con lo sucedido en 1993 en el círculo
militar de Barquisimeto en una
presentación que hiciera la voz recia del llano, Luis Lozada, el barinés que
era conocido popularmente como El Cubiro. Con su acostumbrado liquilique y su
porte de llanero sin igual, el hijo de El Real cantó varios temas conocidos en
toda Venezuela y en los llanos colombianos, y de seguidas, de una de las mesas
más cercanas al escenario le solicitaron al estelar intérprete un tema que estaba
causando revuelo en el país: “Aquel 4 de
febrero”, cuyo compositor es el poeta portugueseño Yorman Tovar. El Cubiro se
conmovió con la petición y una especie de nerviosismo se apoderó de él. Todo el
mundo le pedía que cantara aquella canción rebelde que aludía de un modo
formidable los sucesos militares del 4 de febrero de 1992. Se formó una alegre
algarabía pidiendo la canción, y fue entonces cuando Luis Lozada se dirigió al público
y con la dignidad que le caracterizó siempre, explicó que los militares le
habían prohibido de manera clara y rotunda que interpretara ese tema. Como
olvidar la contrariedad de aquel hombre que siempre puso en alto el nombre de
la patria de Bolívar con un nacionalismo que le venía justo a la medida. Esa
noche, la mordaza del sistema, no solo había alcanzado al recio cantor, sino
que también sumió en la indignación y la impotencia al auditorio. Aquel que le cantó a la libertad tuvo que aguantar la
canallada del régimen de entonces.
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