“Dejen quieto al que está quieto”
Por
Eduardo Correa
Hace poco estuve
de compras en el supermercado Bicentenario de Barquisimeto. No viajé de modo
específico a ese lugar, y mi traslado se debió, básicamente, a una visita familiar que acostumbro hacer los
fines de semana, sin embargo, acicateado mi ánimo por aquello de que todo el
mundo anda pendiente de la pregunta de rigor y que no es otra que, al no más
ver un tumulto, de inmediato inquieren: ¿Qué será lo que venden ahí? fui a dar así,
junto al grupo familiar, al expendio en
cuestión. Estaba muy concurrido el lugar, cosa que es normal en la hermosa
ciudad y por las características propias de los centros comerciales de hoy. Me
di una vuelta por los estantes de alimentos y había una fila de compradores no
muy extensa que digamos. Alcancé a ver un cartel que establecía la cantidad de los
productos que expendían y todo el mundo se acogió con normalidad al anuncio,
que dicho se a de pasada, no requirió esfuerzo alguno: hecho con un marcador
rojo en un cartón tomado de una olvidada caja de crema de arroz “polly”. Entiendo
que la gerencia no tuvo necesidad de acometer diligencias extraordinarias, ni
nada por el estilo, en función de dirigir y controlar la adquisición de los
alimentos. No hubo barullos, empujones ni nada que se le pareciera. Todo
transcurrió en absoluta calma y a la hora de pagar fue igual. Yo no me acomodé
en la fila porque soy alérgico a ellas, pero mis hijas sí lo hicieron. Ah, y
los avisos no costaron nada. Pura iniciativa popular.
Esta
introducción viene dada a propósito del anuncio gubernamental de establecer en
los supermercados, farmacias y cualquier centro donde se expendan cualquier
tipo de productos alimentarios o no, los famosos capta huellas, que son muy
conocidos en la jerga electoral venezolana, y que, como se sabe, han tenido
comentarios e incluso resistencia. Y debo admitir que me tomó por sorpresa la
decisión hecha pública de colocarlos en los negocios para democratizar y luchar
contra el acaparamiento de los bienes y no sé si dijeron de los servicios
también. Bueno, una vez que se conoció el asunto de colocarlos en los lugares
de venta, se soltaron los demonios, como se dice en el argot popular. Los dimes
y diretes son el pan nuestro de cada momento, unos a favor y otros en contra. Y
las explicaciones se compran a tres por locha y son las baratijas de las
últimas semanas. Y podría acuñar cualquier hijo de vecina: “Al menos algo bajó
de precio”. Y la confusión también se ha hecho sentir. Se dijo que la decisión
era irreversible y que era lo mejor para la familia venezolana porque combatiría la escasez de los productos
que se los llevaban las mafias y los llamados “rolos de vivos”. Y que esto y lo
otro. Y reuniones vinieron y fueron. Después se afirmó que sería solo para los
productos regulados y todo lo demás se podía comprar libremente. Y luego se
agregaría, para completar, que no sería obligatorio. Y pare de contar. Pero, si
alguien me preguntara qué le diría yo a Maduro respecto de la colocación de
esos capta huellas para comprar “la papa”, y llanero como soy no dudaría en expresarle:
“Mire, compadre, deje quieto al que está quieto. Los consumidores no necesitan esos aparatos,
por ahora”. Post data: Quien le recomendó
al Presidente el uso de los capta huellas
en la compra de alimentos parece que no es muy amigo de él. No sé, digo
yo. Y hasta cabría otro refrán venezolano: “Compadre, no me ayude tanto”.
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