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"Carta de un hijo a todos los padres del mundo"


“Carta de un hijo a todos los padres del mundo”

Por  Eduardo Correa

          Como pueden apreciar, el titulo de este artículo de hoy es muy conocido y consecuentemente le ha dado la vuelta al mundo, y aspiro sepan excusarme si luzco repetitivo, aunque me valgo, asimismo, de aquel adagio de André Gide, escritor francés que fuera premio nobel de literatura, y que reza: “Todas las cosas ya han sido dichas, pero como nadie escucha se hace necesario comenzar de nuevo”. Y es que por lo demás, me quedé pensativo cuando en estos días decembrinos un pariente me confió que se sentía un tanto “comprometido con su bolsillo y sus haberes” debido a que su hijito le había pedido al niño Jesús un regalo que él no estaba en condiciones económicas de cumplir. Mi familiar se refería a la tradicional “Carta al niño Jesús”  que en navidad es constante y adorna el pie del arbolito navideño, y que, así como pone a soñar a un sinnúmero de pequeños, también suele poner en aprietos a muchos padres, máxime por estos días de carestía y escasez.       
     
        Soló atiné a comentarle a mi fraterno que se las ingeniara e hiciera comprender a su hijo la imposibilidad de que “santa” trajera en su saco, al menos por esta vez, el regalo que soñaba. De inmediato me ripostó: “No, Eduardo, eso no es posible. No hay modo ni manera de que mi hijo lo comprenda, a tal punto que ya lo da por hecho y debe ser porque yo siempre le doy lo que me pide, solo que ahora no hallo como hacer y no quiero desilusionarlo”. De tal manera que, después de meditarlo un poco, consideré prudente traer de nuevo la misiva de la que ya están al corriente y que podría ser referencia, de alguna forma, en este y otros casos. Hela ahí:               
               
         «No me des todo lo que pido. A veces sólo pido para ver hasta cuanto puedo coger. No me grites. Te  respeto menos cuando lo  haces, y  me enseñas a gritar a mí también. Y yo no quiero hacerlo. »No me des siempre órdenes. Si, en vez de órdenes, a veces, me pidieras las cosas, yo lo haría más rápido y con más gusto. »Cumple las promesas buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo. Pero también si es un castigo. »No me compares con nadie, especialmente con mi hermano o hermana. Si tú me haces sentirme mejor que los demás, alguien va a sufrir; y si me haces sentirme peor que los demás, seré yo quien sufra. »No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide, y mantén esa decisión. »Déjame valerme por mí mismo. Si tú haces todo por mí, yo nunca podré aprender.

         »No digas mentiras, ni me pidas que las diga. Me haces sentirme mal, y perder la fe en lo que me dices. »No me diga que haga una cosa si tú no la haces. Yo aprenderé de lo que tú hagas, no de lo que tú digas. »Enséñame a amar y conocer a Dios. Aunque me lo enseñen en el colegio, no vale si tú no lo haces. »Cuando te cuente un problema mío, no me digas que no tienes tiempo para bobadas. Trata de comprenderme y ayudarme. »Y quiéreme. Y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo».

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