Con el permiso de ustedes
¿La
crisis económica trascendió al Gobierno?
Por Eduardo Correa
Si leemos y analizamos a casi todos los expertos en la ciencia económica y a otros estudiosos del tema y si invocamos opiniones especializadas allende las fronteras, bien podríamos concluir en que la interrogante plasmada en el título de este escrito es afirmativa. Tendríamos, entonces, una situación que va más allá del gobierno y de las otras instituciones públicas. Es una condición que trasciende, igualmente, las parcialidades políticas, a las organizaciones partidistas y a los intereses que se circunscriben a ellas. Y está por encima de las conveniencias personales, de grupo y de suposiciones de cualquier índole. Es decir, visto lo expuesto, se vive y se tropieza con un problema que requiere el concurso y la respuesta de todo un país y de todos los venezolanos.
Por
ende, la respuesta al problema debe surgir de un planteamiento organizado y
plural. Una respuesta profundamente de carácter colectivo. ¿Y cómo debemos
llegar a esa respuesta, o más bien llámesela plan, que urge a la república hoy?
Ya algunos la han sugerido o propuesto, y es más, camina por ahí. Pero no ha tenido la
receptividad y la importancia que requiere de unos y otros, sobre todo de
quienes ostentan medios de poder. Y no es otra cosa que el Diálogo, con mayúscula. Empero, en esta ocasión es insoslayable y deben
acomodarse los asientos, en primer lugar al poder ejecutivo, obviamente, y a
los demás poderes establecidos. A las universidades, públicas y privadas,
representantes del sector obrero y empleados, pequeñas, medianas y grandes
industrias, comercio organizado y buhonería y a los gremios, a las academias, a
los estudiantes, a los partidos, y a todo aquel que de seguro puede aportar
algo en función de la nación. Esto implica vecinos organizados o no, consejos
comunales. Sin exclusiones.
No hay de otra. Debe acudirse de nuevo a ese expediente gastado, manipulado y casi inerte que se denomina “diálogo o trato en busca de avenencia” y revivirlo. Porque si de algo se está seguro, es que una persona o grupo, por más inteligente y hábil que sea, no tiene el privilegio –o monopolio, mejor digamos- de la verdad o la razón y aunque esos elementos no estén exentos de ideas plausibles o brillantes, deben ser puestas sobre la mesa y sometidas al concurso de las mayorías de una manera sana, creíble y verdadera y que al final se tenga un resultado de las mejores posturas que satisfagan a todos –o a casi todos- y emprender así los caminos por donde la fuerza colectiva empuje hacia el mismo lado y se busquen los mismos horizontes de progreso y bienestar.
Hoy,
más que nunca estamos obligados a ello dejando de lado las posiciones
personalistas, grupales e impregnadas de ciertos intereses que puedan hacer que
se desvíen los propósitos y en los que los sectores populares y todo el país han
apostado todo. Abrirse a la discusión y al debate verdadero y desprovisto de
bajas pasiones, arrogancia y abuso de poder –de quienes lo ostentan y sea cual
sea su expresión- debe ser la insignia que marquen estos tiempos que nos toca
vivir. Porque, de veras, no se trata de la supremacía de un partido o de un
grupo o de cualquier sector por muy
poderoso que se sienta. Se trata de la suerte de la república.
Lo
contrario, sería seguir viendo disputas de todos lados, opuestas y
contradictorias, que más bien alejan los caminos y las soluciones, mientras un
pueblo se agota y se angustia en la búsqueda frenética por vivir mejor. Y es
que huelga enumerar los problemas que ya todo el mundo conoce y sería como
escarbar en el tumor. Admitámoslo ya, nos necesitamos unos a otros y el país lo
pide a gritos. Acudamos, sin excepciones de color político, de credo o de raza
a ese llamado. Unámonos sin temor, sin divisiones y dejando a un lados los egos
creyéndose cada quien, los dueños de la verdad. El país y su gente lo merecen.
Ya está bueno de discursos contrariados mientras un colectivo sufre las de
Caín. Mañana es hoy. Todos, sin excepción tenemos la palabra.
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