Un libro para GREGORIO
En cartas, fotos y poemas
Por Eduardo Correa
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”
“Las almas de los justos están en la mano de Dios y no los tocará tormento de muerte. Pareció que morían a los ojos de los insensatos; mas ellos están en paz”.
Contenido
1Una foto histórica
2Reflexión de San Agustín
3Poema “la noche del 31”
4Palabras del alma
5foto
6Carta a Gregorio por su partida inesperada
7Anoche soñé con el Greco
8Un repertorio musical en tu ausencia
9”Oración por los fallecidos”
10”Versos para dos panas”
11Señor, si quieres salva a mi hermano
11Foto histórica
(Foto tomada en las afueras de
Valle de la Pascua, cerca del Lido)
Reflexión
Reconfortantes y profundas
palabras de San Agustín, doctor de la Iglesia católica
La noche del treinta y uno
A Gregorio
Cuando llegue el treinta y uno
en diciembre lloraré
aunque conmigo tendré
el afecto familiar,
pero te voy a extrañar
recordando el infortunio
y contando uno a uno
los momentos de tu vida
lamentando tu partida
la noche del treinta y uno.
Y aunque han pasado los meses
Abril, mayo o junio
sigo contando muy triste
desde el día en que partiste
dejando solo mi mundo.
Y entonces yo me pregunto,
¿Por qué si eras uno
millones no cuentan nada?
¿y ante incontables miradas
es la tuya la que busco?,
y al no tenerla procuro
revivir lo que vivimos
las cosas que compartimos
estando al lado tuyo.
Palabras del alma para
Gregorio
“Mi
hermano siempre estará conmigo. No en la misma forma de siempre. No volverá
andando por las calles, subiendo las escaleras, atravesando el jardín o el
patio y entrando en la casa como lo hacía antes. Pero volverá”.
“La muerte no es una cosa fácil de
comprender para cualquiera, pero toda
vida debe terminar un día. Ese día llegó para mi hermano. Pero mientras yo esté
vivo y la recuerde, nada del mundo podrá alejarme de él. Podrán haberse llevado
su cuerpo, pero no a él”.
“Yo conocí a mi hermano, y a medida que crecía la conocía mucho mejor. Él no ha muerto, porque yo estoy vivo. El destino y el tiempo, la enfermedad y la debilidad destruyeron su cuerpo, pero yo le he dado otro. Él no ha muerto, porque lo bueno nunca muere”.
A Gregorio por su partida inesperada
Hoy te marchas y nos dejas
tristes, llorosos y con un inmenso vacío en nuestros corazones y con el alma
hecha un jirón. Empero, ¿sabes Gregorio? Nos
consuela enormemente y empieza a llenarse el vacío y a curarse la herida
que sentimos por tu partida inesperada, el comprender que hayas viajado a
reunirte con el Señor y hacerle compañía en su asamblea de benditos. Sufriste
mucho antes de partir, hermanito, y eso nos dolía duramente a todos los que te
queremos y especialmente a todos los que estábamos a tu lado en tu lecho de
enfermo. Fue mucho tu dolor y tu sufrimiento. Terrible, podría decirse. Pero a
ti, al igual que a todos los que creemos firmemente en Dios, nos enseñan que es
necesario el sufrimiento para purificar el alma como requisito para poder volar
junto al Creador y compartir Su Cielo, cuya belleza, hermosura y paz no se
puede describir con palabras humanas.
¡Qué honra, hermano! ¡Qué cosa más bonita y paradisiaca!, ¿verdad? Yo la
imagino, pero tú ya lo sabes y lo vives y en esa sin igual condición no hay
dolor, tristeza ni temor, ¡Dios excelso, que maravilla Eres! Y
tú, hermanito, hiciste mérito para ello y de eso no hay ninguna duda, lo
demostraste en este mundo donde una persona de tus cualidades mostró su corazón
abierto y dulce al prójimo. Un mundo en donde abunda la oscuridad y el egoísmo,
tú brillaste con la luz que emana del buen accionar y ojalá que todos podamos
seguir ese ejemplo piadoso. No conociste la mezquindad ni el odio, el afecto a
tus semejantes fue tu tarea permanente. Fuiste bienhechor aquí abajo y
desprendido en todo momento. Fuiste bueno, hermano, y muy familiar. En fin, una
persona de excelentes sentimientos con todos tus conocidos y con quienes te
cruzabas a donde fueses.
Y te digo Gregorio, esto no es un adiós, sino un hasta luego, y en el
tiempo que pueda quedarme aquí en la tierra lo aprovecharé con apuro para
profundizar en hacer el bien como tú lo hiciste y obtener, mediante Dios, el
premio justo que has logrado y que ÉL otorga, y de ese modo verte de nuevo y
estar junto a ti. Hasta pronto, hermano querido. No moriste, te mudaste a la
morada santa. ¡Bendito sea Dios!
Post data.
¿Recuerdas que pocas horas antes de tu partida y como una manera de
entretenerte con nuestros diálogos finales y como recurso para tratar de
desdibujar tus dolores punzantes, te decía que “Mentalmente tomaras tu pincel y
plasmaras un bonito y singular cuadro en la tela suave de tu imaginación
con azules intensos, variados y otros
colores hermosos con tonos profundos, con ríos y árboles, aves canoras, piedras
lejanas y brillantes? Y en ese momento sonreíste débilmente como recordando los cuadro que pintabas en tus
días de inspiración, quietud…y salud. Y ahora pintas en el propio Cielo, morada
de singular excelencia y ante la mirada tierna, atenta y celestial de quienes
al igual que tú obtuvieron el galardón divino. Y lo más impresionante y
extraordinario ¡ante la mirada del mismísimo Dios vivo! ¿Podrá existir un
premio más grande, precioso y único que ese? No en este mundo. Jamás y nunca.
Anoche soñé con el Greco, con mi hermano. De pronto lo vi cerca de mí y
corrí a abrazarlo, llevaba puesta una ropa conocida para mí y estaba parado de
medio lado y mirando a la distancia. Cuando hice el gesto de abrazarlo pensaba
que no tocaría su cuerpo y su figura, tal vez pensando que ya había volado al
Cielo y aquella figura era entonces imaginaria, pero no, al hacer contacto era
el Greco. Si, era él. Lo abracé fuerte como en un intento de retenerlo para
siempre. No sé cuánto tiempo duré abrazado con el Greco que tanto quise, quiero y querré. Solo recuerdo que su imagen
era cierta y era la que siempre conocí. Y empecé a llorar en el sueño aferrado
a mi querido hermano, como en un intento
de que no se fuera jamás...y de pronto desperté y una tranquilidad
impresionante me hizo sentir que el Greco nunca se iría y siempre permanecería conmigo. El sueño se
fue, y sentí que él se quedó en mi corazón. Y si, en mi vida real pienso eso,
el Greco siempre estará conmigo. Él no se ha ido porque siempre lo estaré
viendo en mi corazón y en mi alma. Su presencia será eterna.
Y, ciertamente, sin lugar a dudas, su presencia es imborrable e
imperecedera. Fueron millones de cosas las que vivimos y compartimos juntos. Y
permítanme decirlo: Tuve el privilegio y el honor de ser receptor de cosas que
él nunca le confiaría a otros, sin que ello tenga que ver con exclusiones de
índole personal, sino que mi corazón y el suyo, como cosas de Dios, se
comunicaban de tal modo que eran felices compartiendo situaciones que a otros
podrían parecerles sin sentido, pero que para él y para mi constituía una
especie de mundo muy especial donde únicamente nosotros dos habitábamos y nos
entendíamos con un lenguaje igual de especial y que al parecer nacía del alma.
Y claro que jamás pensé que esas serían las cosas que nos unirían para siempre,
e incluso, que ni la barrera de la insoslayable y desgraciada muerte podía
separar. Hoy lo comprendo, y en medio del dolor de su partida inesperada, y que
debo expresar inequívocamente que Dios y la Virgen ayudan a consolarme, esas cosas miles que
compartimos eran el lazo divino que ataría su vida y la mía. Cosas misteriosas,
¿verdad? Pero son las cosas de Dios Todopoderoso. Algunas veces estuvimos
separados presencialmente por razones lógicas del trabajo y otros quehaceres,
pero permanecíamos juntos en el corazón y en el alma. Poco antes de partir
definitivamente, y en medio de su enfermedad y con una tristeza inocultable, me
dijo: “Pelón, de seguir esto como está, muy
pronto estaré viajando hacia un lugar lejano y completamente desconocido. Lo
presiento”. Y yo, haciendo un descomunal esfuerzo para ocultar mi tristeza
y mi dolor al verlo así, le contesté: “No
chico, tú te vas a poner bien y te levantarás de ahí. Ya lo veras”.
Y no fue de ese modo. Ya lo sabemos. Y cualquiera podría decir, al
conocer la incesante oración que sostuvimos pidiendo al Creador por su
recuperación y que nos lo devolviera un tiempo más, no fue escuchada en el
Cielo. Repito, cualquiera podría decir que no fue escuchada. Pero, yo pienso
ahora y visto cómo ocurrieron las cosas que no fue así, y que Dios mismo si oyó
nuestras peticiones que sirvieron y fueron muy útiles para adornar el camino y
el lugar a donde viajaría el Greco de nuestro amor. Él lo dijo, como aseguro un
poco más arriba. ¿Dios se lo había susurrado?
Solo el Altísimo lo sabe y el Greco mismo, pero dada la forma como vivió
nuestro hermano, inmerso en la fe y de lo cual puedo hablar con propiedad
porque fueron muchas e incontables las horas y el tiempo que invertimos
hablando de las cosas divinas, que mi corazón y mi alma creen sinceramente que
el Greco recibió el Galardón que merece y recibe el hombre justo. Por su fe y
por sus obras. Y el Greco supo, actuó y realizó las dos cosas. Fue mucho el
bien que hizo, la mayoría de las veces en silencio y sin alarde, como debe ser.
Los que lo conocimos muy de cerca lo sabemos. Dios escuchó nuestras peticiones,
solo que Él tenía otros planes para el Greco e hizo Su voluntad, la cual acogemos
como humildes y mortales creyentes. Y como pecadores que somos. Dios lo sacó de
este mundo donde imperan las tinieblas y lo subió a Su luz.
Cuando estuvimos en San Juan de los Morros luchando por su recuperación, y cuando la
medicina nos reveló que ya no podía hacerse más nada, él regresó a Valle de la
Pascua y nosotros a Acarigua, y pidió a Juanita, su mujer, que escribiera un
mensaje de texto dirigido a mí, con este contenido: “Díganle a Pelón y a Mirian que me sentí bien teniéndolos aquí, en San
Juan, junto a mí. Mi gratitud para con
ellos”. Antes había dicho a Carmen, mi hermana, quien cuidaba de él en
aquellas horas. “¿Dónde está Pelón,
Carmen?”, y ella le decía: “Él está cerca, allá afuera, debajo de unos
árboles. Hace poquito estaba aquí contigo. Él va y viene”. Y terminaba
quejumbroso: “Dile que se venga, quiero
que esté aquí”. Ese era mi querido
Greco, nuestro querido Greco, que aun en las horas más duras de su vida e
inmerso en sus terribles dolores, aun así, sacaba de su alma y su corazón herido,
aquellas palabras de aliento, no para él, claro está, sino para nosotros. Su
bondad, como digo, era proverbial. Y eso abonaba la vía divina, sin que él lo
supiera. Ni en aquel momento, nosotros tampoco. Al salir del hospital, encontré
a Juana en la puerta. Hablamos un poco antes de venirme. En ese momento me
confió con tristeza y con dolor, que cuando vestía a Greco, podía notar que su
vejiga y sus alrededores lucían llagados, purulentos y que le producían un
intenso dolor. Por el camino recordaba esas duras y tristes palabras y de
inmediato se desbordaba mi dolor y lloraba aferrado al volante en medio de esa
carretera solitaria del llano. Era como si entendiera que no habría vuelta
atrás en el mal que padecía mi hermano. Y, obviamente, eso dolía, casi hasta la
locura. Lograba controlarme, por gracia de Dios, y seguía conduciendo.
Los misterios de Dios y sus caminos, solo Él los conoce. Tres días
después recibimos la noticia que nunca queríamos recibir por intermedio de una
sobrina que sin alborozo alguno nos dijo por mensaje telefónico: “Tío, falleció mi tío Gregorio”. Todo
había terminado y sentí en aquel instante que algo dentro de mí, muy adentro,
había muerto también. En medio de mis lágrimas alcancé a trasmitir la infausta
noticia a mis hijas María del Mar, a María del Valle, y Mirian, mi esposa y a
todo el que pude de mis familiares. Yo quedé como atontado, tembloroso y como
incapacitado para reaccionar. Hice esfuerzos increíbles, desesperados y ordené a mi cerebro que no
procesara la triste información que había recibido y que la negara. Que la
borrara, que la desapareciera. Pero no. No se podía. Y no me quedó más remedio
que llorar de dolor y de impotencia. Y allí, en el cuarto, me encontró Mirian
que ya venía con las lágrimas derramándose y solícita compartió mi dolor, que
era su dolor. No había pasado media hora, cuando repentinamente me senté al
borde de mi cama y pedí, entre lágrimas, a Dios y a la Virgen, que me ayudaran
en aquel duro momento. Y de esa manera, con ayuda divina y misericordiosa, he
logrado consuelo por la partida inesperado de mi hermano, la cual, por
momentos, se me borra de mi mundo real, pero así como se desaparece por
instantes, por instantes vuelve real y lacerante como una espada que traspasa
el corazón y mi alma, pero todavía así, la misma alma me retrotrae la imagen
del Greco con una sonrisa, fiable y amorosa como diciéndome: “Estoy bien. No temas, habito en un lugar bonito y paradisiaco”.
El día
que dejamos su cuerpo en el sepulcro era domingo y justo a las tres de la
tarde, que fue la hora misma del día anterior de su partida física. Era la hora
de La Divina Misericordia y lo recordé justamente, no por casualidad ni por
azar, porque en el verbo de Dios no existen esas palabras. Fue causal. Un efecto
causal provenido de lo alto, pedí por el Greco en esa hora providencial y dice
el mismo Jesucristo que lo que se le pida en ese instante, Él lo concederá, no
por los méritos de uno sino por los méritos de su Pasión. Si, esa misericordia que
es un abismo y un océano de amor a esa
Bondad Superior me acogí y encomendé el alma del Greco, mi queridísimo Greco.
Cuando me retiré del lugar santo, en el camino y cerca del sepulcro del Greco,
me encontré a María Cristina, su hija única. Estaba en el suelo desecha y
llorando inconsolablemente. José francisco, su esposo, y Juanita, su madre,
trataban inútilmente de tranquilizarla. Recuerdo que, justo al pasar a su lado,
puse mi mano en su cabeza y le dije, viéndola con amor: “María Cristina, te quiero mucho”.
Y partí con mi tristeza y mi dolor.
En
memoria del Greco.
Un repertorio musical en tu
ausencia
“A dos
años de tu luz”
Aquel
día cuando partiste, hermano mío, una sacudida interior extrema y extraña de
sentimientos juntos me invadió de inmediato. Sí, todos los sentimientos que
pueden embargar a una persona cuando un ser amado se marcha para siempre. Todos
los sentí, claramente, pero hubo uno en especial que asoló mi alma y mi corazón
haciéndome sentir de pronto muy solo, ¡completamente solo! ¡Íngrimo!, a pesar de que estaba rodeado de muchas
personas, entre familiares y amigos, cuyos rostros llorosos, junto al mío, no
salían de su asombro al ver que te nos ibas sin poder hacer nada después de
haberlo hecho todo. Son esos momentos únicos en la vida que pareciera lloverle
a uno torrenciales aguaceros, tempestades sin medida que azotan el alma sin
poder evitarlo y en medio de un desierto sin posibilidad alguna de guarecerse o
escaparse del lugar. Es una especie de infortunio sin igual, de inconmensurable
pesar, de tragedia indescifrable en ese momento y donde el “¿por qué?” no puede
recibir respuesta alguna que satisfaga. Es algo muy extraño. Tal vez por eso el
alma se nos encoge de tal manera que por segundos pareciera desaparecer y deja
el cuerpo. Es como si uno también falleciera y en su desesperación desea
marcharse junto al ser querido, ¿O quizá viaja por un ínfimo tiempo al unísono
y luego regresa atrapando por su realidad? ¿Así de sensibles son esos instantes
de la separación definitiva? Incomprensible, por lo demás. Han pasado varios
meses. Dos años y algo más. Y me parece que fue ayer.
Pero
hoy debo decirte Gregorio, que si ahora vivieras, es seguro que estaríamos
juntos escuchando el repertorio musical llanero que solíamos oír cada 30 de
agosto que es la fecha de tu cumpleaños y cómo olvidar ese momento tan especial
con las canciones que te gustaban y que yo compartía contigo llenos de emoción
y alegres de compartir nuestras típicas melodías. Y Dios quiso que partieras,
hermano, y el Creador es Quien decide y debemos aceptar Su voluntad, aunque,
claro está, con mucho dolor primero y con tristeza después y que al pasar el
tiempo con la comprensión Divina, Él Todopoderoso nos hace llevadera tu
ausencia. Imposible olvidarte con tu cuatro sonoro o a veces con la guitarra en
la mano charrasqueando y simulando
acompañar la música grabada y a veces cantando solo o a dos voces
conmigo.
¡Qué
felices éramos juntos, hermanito! ¡Que bella y agradable tu compañía! ¡Cómo
contagiaba tu alegre presencia, desprendida y optimista! ¡Cómo olvidar tu
espontánea sonrisa! Y es así, con esa alegría desbordada y muy personal, que
ahora te recuerdo Gregorio y seguro estoy que así te hubiese gustado que te
recordase. Por eso hoy acudí al repertorio musical aquel en tu honor, en tu
ausencia y volví a escuchar a Reynaldo Armas con "El beso robado" o “pesadilla
entre las flores”, a Salvador González, El Magistral, con "Noche de amor", que era
favorita en las serenatas que no podían faltar en la ventana de alguna vecina
amiga. Y "Mi tristeza" con
Armando Martínez, tampoco faltaba "Por
caprichos del destino" de Rogelio Ortiz. Y eran tantos los temas que
las horas pasaban sin darnos cuenta entre risas, chanzas y recuerdos gratos.
Aquellos momentos los vivíamos de veras.
Como
digo, tu ausencia hoy la asumo de otro modo, pero con una nostalgia que lucha
con los recuerdos en mi corazón y se convierte en guardián de tu imagen como si
pretendiera que no te fueras de nuevo ¡Vaya quimera!, hermano. No obstante,
pase lo que pase, Gregorio, siempre te recordaré y te amaré, será imposible
olvidarte y disculpa el pleonasmo si lo hay. Ah, debo decirte que al final del
homenaje musical en tu honor y en tu ausencia me salí del repertorio llanero de
siempre y terminé escuchando otra de las nuestras que nos entristecían y
ensimismaban al oírla: "Nadie es
eterno", de Darío Gómez, ¿La recuerdas?... ”Nadie es eterno en el mundo ni teniendo un corazón, que tanto siente y
suspira por la vida y el amor. . . ” Y debo confesarte que dos lágrimas
humedecieron mi rostro sin poder contenerlas, manito, no pude, perdóname,
hermano, perdóname. Descansa en paz y que Dios y la Virgen te sigan alumbrando
con su luz eterna y celestial. Al irme a dormir y poco antes de conciliar el
sueño, solo Dios sabe por, qué me llegaron al pensamiento las palabras
inmortales de Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí,
aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”.
Oración por los fallecidos
Pido a mi Dios Bendito
que
reciba en el Cielo
en la
paz y el consuelo
a
familiares y amigos,
y así
como dio cobijo
a mi
padre y mi madre
que
lleve a los altares
a
cualquier desconocido.
Y de
verdad le pido
preserve de lo malo
a
todos los hermanos
que
hayan fallecido,
y que
les dé el abrigo
que
merecieron
porque
vivieron
bajo
Su Signo.
Y aquí vivimos
bajo
tensión
y con
el corazón
siempre
en vilo,
y por
eso aspiro
que al
morir
cese
el sufrir
y el
martirio.
¡Oh Dios Divino!
Tú
Eres amor
dales
el perdón
por
todos los siglos.
Versos para dos panas
Versos para dos panas
escribiré
con esmero
dos
panas que cual luceros
alegraban
con el alma,
siempre
salíamos de farra
prestos
a divertirnos
y
gozamos de lo lindo
con el
cuatro y la guitarra.
Nos
soltábamos las amarras
y
formábamos el jolgorio,
a
veces cantaba Gregorio
Bartolo tocaba y más nada,
no había bravuconadas
y la
pasábamos felices
adornando
con matices,
los
joropos y tonadas.
No faltaban parrilladas
con
yuca y guasacaca,
Bartolo
prendía la brasa
Gregorio traía heladas,
y
llegaban enamoradas
que tratábamos con respeto
porque
los hombres honestos
respetan
siempre a las damas.
No
parábamos en nada
y
éramos serenateros
el
cuatro lanzaba un requiebro
y
suspiraba una muchacha,
y
mientras el tiempo pasaba
aumentaba
la emoción
tomando
cerveza o ron
llegaba
la madrugada.
Al
otro día en la mañana
cocinábamos
sancocho
de
gallina con topocho
y
verdura sazonada,
comían las invitadas,
el de
adentro y el de afuera
y todo
aquel que quisiera
y el
que no tenía nada.
Éramos
felices los panas
lo
digo de corazón
Gregorio,
Bartolo y pelón
estaban
en la pomada,
y
nadie se enfadaba
todo
era risa y jolgorio
y en
cada acomodo
seguíamos la parranda.
Compuesto
en el 94, en La Pascua, Guamachal.
¡Señor!, si quieres, salva a mi hermano
En verdad mi corazón
y el alma mía
yace adolorida
y hecha un jirón,
y pido a mi Señor
me dé sabiduría
y alumbre el alma mía
y traiga la comprensión.
Y quita este dolor
Dios de las alturas
y saca las dudas
que nublen la razón,
soy un pecador
que sufre en la tierra
y mi fe se aferra
a Tu poder creador.
Y escucha mi petición
aquí desde abajo
y trae el milagro
y la salvación,
¡Oh!, mi Señor
oye el pedido
que mi pecho adolorido
pide de corazón.
¡Oh!, Padre Creador
a Tu poder me remito
y pido a Cristo
la mediación,
y Tu perdón
da paz y alivio
y calma el martirio
de un pecador.
Tal vez nos volvamos a encontrar, si Dios Santo lo
permite.
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