¿Acaso
la radio pierde su magia y suficiencia?
Por Eduardo Correa
Hace poco se celebró el Día del
trabajador de la Radio, y fueron muchas las cosas que vinieron a mi mente.
Vivencias y recuerdos se agolparon en mi memoria y aproveché para buscar en el
baúl algunas fotografías y recortes periodísticos que guardo con cierto celo.
Entre las reminiscencias topé con una frase que, dos décadas atrás, había
proferido un radiodifusor de Portuguesa y en la que describía de cierto modo al
profesional de entonces. Dijo: “Ahora el locutor no vive la radio sino que vive
de ella”. Admito que la frase de marras me llamó la atención por partida doble.
En una de ellas, percibía cierta sublimidad en aquello de “vivir la radio”, aunque
se refería negativamente. Había, incluso, rasgos de filosofía. Pero el otro
elemento que suscitó mi interés, era eso de que “se vivía de la radio”. No me
satisfacía del todo por lo precario e inexacto de su contenido. ¿Cómo era eso
de que el locutor vivía de la radio, si apenas se podía comer con ese trabajo y
servicio público? Y es más, a veces se ejercía un tiempo sin ingresos
económicos. Y no era, sea dicho de pasada, cualquier servicio o empleo. Todo el
mundo sabía de las condiciones que requería un comunicador social para ejercer
su rol. Tal vez el autor de la expresión quiso decir “sobrevivir”. Y es que en
esa época, quien pretendiera trabajar en la radio acudía a un radiodifusor,
gerente o administrador de una emisora, con la intención o el propósito de
laborar como profesional del micrófono y una vez expuesta la situación, la
respuesta era, más o menos, esta: “Bueno, como no, trae una copia del título o
certificado, te buscas unas cuantas cuñas, si no las tienes aun, y vamos con el
75 por ciento para la radio y 25 para el locutor”. Algunos eran más “benévolos”
y ofrecían “mitad y mitad”. Y algo crucial: nadie se salvaba de la prueba ante
el micrófono. Pero, a pesar de eso, contrario a lo que se sostenía, no eran
pocos los comunicadores radiales que “vivían la radio”, la enaltecían y la
profesionalizaban. Existía un esmero
especial por la producción y el contenido. El profesional tenía dedicación y se
destacaba en el “buen decir”. Se entretenía de veras, se informaba ampliamente
y se culturizaba en buena medida. Y sobre todo era un hecho el respeto por el
oyente, se musicalizaba y programaba con acierto, variación y buen gusto. La
sobriedad imperaba.
Ahora, por estos tiempos, mucho me temo
que las cosas han cambiado sensiblemente. Y las interrogantes afloran
fácilmente, ¿Se exige profesionalismo? ¿Hoy por hoy la radio informa
cabalmente? ¿Se acerca a lo veraz? En buena parte, lo señalado no es la nota
resaltante o característica y el micrófono se le suelta a cualquier persona sin
tener la preparación suficiente y adecuada. Y la suficiencia parece estar
íntimamente relacionada con un morral de comerciales que se ponen sobre el
escritorio, no más al entrar. Y sobre la culturización, ¿qué? En este campo hay
ciertos rasgos, pero no es lo que domina en la mayoría de las emisoras, sino el
rezago. Y el entretenimiento escasea, a no ser que lo confundamos con esa especie
de “colombianización” donde sobresalen vallenatos y cumbias, y cuando no, son
los maratones musicales en lengua extranjera. En descargo, debe decirse que el
folclor llanero ha sumado notablemente en muchas emisoras y una parte
sustancial de la programación la compone esa música y otros géneros venezolanos,
aunque es obligado decir que casi nunca se acreditan compositores ni orquestas y
no son pocas las veces en que se omite el nombre de los intérprete, etc. Y en
algunas estaciones se impone la chabacanería, el mal gusto, lo altisonante, e
incluso, gritos. Son muchas las ocasiones en que se maltrata la lengua castellana
y el “seseo”, la incoherencia y las muletillas hacen de las suyas. La radio,
¿pierde su magia y suficiencia y no es una referencia que incite los valores en
niños y jóvenes? Y no debo terminar sin añadir que algunas estaciones de radio
suenan temas supuestamente llaneros y son simplemente bodrios que dejan mucho
que desear en lo que tiene que ver con sus letras que ofenden la dignidad del
venezolano y no son un ejemplo para las generaciones en formación. Y como
algunas veces termino al estilo del compositor Reynaldo Armas en una de sus
canciones: “Disculpe usted mi critica constructiva”.
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