Discurso sobre José Antonio Páez, El Centauro de los Llanos, el día de su
natalicio.
En
cinco actos
Por Eduardo Correa
HAGAMOS
UN POCO DE HISTORIA: A finales del siglo XVIII, en un rincón agreste de las
llanuras de Portuguesa, en Acarigua, se alzaba una modestísima casa, en donde
un 13 de junio de 1790, vino al mundo el que sería, andando el tiempo, el
General José Antonio Páez. Juan Victorio Páez y María Violante Herrera fueron
sus padres y en la iglesia parroquial de aquel pueblo recibió las aguas
bautismales. Su fortuna era escasísima. A los ocho años de edad fue enviado a
la escuela de la señora Gregoria Díaz, en el pueblo de Guama en Yaracuy, y allí
obtuvo sus primeros conocimientos. Después de la escuela aprendió a detallar
víveres y a sembrar cacao. Posteriormente se va a San Felipe a ocuparse de
negocios bastante considerables. En Canaguá se casa con Dominga Ortiz, con
quien tiene dos hijos.
ASPECTO GUERRERO: El lancero Páez era un hombre corpulento, mediano de
estatura, muy ancho de espalda, de cuello corto y de fuerza física
extraordinaria. Iba descalzo o con unas cotizas, calzón corto y camisa rústica,
sombrero de paja. El caballo era su complemento, porque era un centauro, un ser
medio caballo y medio hombre. AUTOEDUCACIÓN: Por su voluntad e inteligencia se
hace cortés, pulido, respetuoso, grato; aprende a tocar, a componer música, a
cantar y hablar varios idiomas.
Su admirable y decisiva actuación en el
proceso de liberación lo catapultó como uno de los eximios soldados que
devolvieron la libertad y la vida en las tierras de Guaicaipuro. Su valentía,
su guerra de guerrillas y todas sus habilidades en el campo de batalla
adornaron y adornan con letras brillantes muchísimas páginas de los libros de
historia, y no sólo en el país, sino también en el contexto universal. ¿Pueden
olvidarse sus memorables y singulares
combates en la Guerra de Independencia? No. No es posible borrar las hazañas del guerrero
invencible de Mucuritas, El Yagual, La Toma de las Flecheras, Mata de la Miel,
Las Queseras del Medio y su sin igual y ejemplar actuación en la Batalla de
Carabobo que impuso la libertad sobre el terrible yugo que significó la
invasión europea y que hizo exclamar al hijo predilecto de Caracas . : “El valor indomable, la actividad e
intrepidez del General Páez, contribuyeron sobremanera a la consumación de
triunfo tan espléndido”,
Su faceta guerrera bien puede parangonarse con las acciones increíbles que recoge la historia universal y que protagonizaron personajes del tamaño de un Aníbal, Alejandro Magno, Cayo Julio César, Bonaparte, y el mismísimo Espartaco conduciendo a sus cien mil soldados esclavos. Estrategas militares que rayaban en lo inverosímil. Donde el valor y la audacia eran imprescindibles para convertirse en héroes. Y El Centauro de los Llanos estuvo a la altura de esas gestas universales y es indiscutible esa etapa muy brillante de su vida.
Su faceta guerrera bien puede parangonarse con las acciones increíbles que recoge la historia universal y que protagonizaron personajes del tamaño de un Aníbal, Alejandro Magno, Cayo Julio César, Bonaparte, y el mismísimo Espartaco conduciendo a sus cien mil soldados esclavos. Estrategas militares que rayaban en lo inverosímil. Donde el valor y la audacia eran imprescindibles para convertirse en héroes. Y El Centauro de los Llanos estuvo a la altura de esas gestas universales y es indiscutible esa etapa muy brillante de su vida.
ACTO SEGUNDO:
Entre las grandes hazañas del
Centauro de los Llanos, destaca sin lugar a dudas la ejecutada el 3 de abril de
1819. En la historia de la Guerra de Independencia de Venezuela quedó grabada
para siempre en relieve y letras doradas, la sin igual batalla de Las Queseras
del Medio. Es por ello que para honra de aquellas generaciones, de las actuales
y de las que vendrán, quedó registrado el hecho trascendente de la victoria
republicana en aquella singular acometida. Bolívar diría que de no haber estado
allí, de no haber visto aquello, no lo hubiese creído. Tan grande fue aquella
acción de armas. ¿Puede pensarse que con solo 150 hombres puede vencerse a más
de siete mil? No es fácil, pero así fue. Abundemos un poco más. El 2 de abril
de 1819, un día antes, en Las Queseras del Medio, Páez cruza el rio Arauca con
sus 150 compañeros en busca de los enemigos de la patria. Son más de siete mil
soldados al mando del llamado Pacificador y enviado del rey, Pablo Morillo. El
intrépido y revolucionario llanero aplica su estrategia y su táctica. Se acerca
a los realistas y luego se retira. Morillo le tiene ganas al catire, y al verlo
le lanza su numeroso ejército. Pero dejemos que sea el brillante escritor
venezolano, don Eduardo Blanco, quien nos relate parte del aquel memorable
momento. “….Un grito agudo resuena de improviso dominando el estrépito, grito
imperioso y breve, que encierra orden terrible: La de Páez; todos la oyen, y
simultáneamente la obedecen los suyos con la pasmosa rapidez de un rayo.
Aquella orden suprema, aquel heroico grito, encerraba esta frase estupenda:
“¡Vuelvan Caras!”. Lo que entonces pasó no tienen ejemplo en los fastos del
heroísmo humano. Con la velocidad del pensamiento, los llaneros revuelven sus
caballos, dan la cara al enemigo; centellean las levantadas lanzas, y un choque
terrible, formidable, como el encuentro de dos rápidas nubes, de dos furiosas
tempestades, hacen temblar la tierra…y se impone aquellas lanzas impetuosas y
sedientas de libertad…”. Era el 3 de abril de 1819. Bolívar estaba al otro lado
del rio Arauca, y fue tal la emoción que dirigió una proclama: “¡Soldados!.
Acabáis de ejecutar la proeza más extraordinaria que puede celebrar la historia
militar de las naciones. 159 hombres, mejor diré 150 héroes, guiados por el impertérrito
Páez, de modo deliberado han atacado de frente a todo el ejército español de
Morillo.
Artillería, infantería, caballería, nada ha bastado al enemigo para defenderse
de los ciento y cincuenta compañeros del intrepidísimo Páez. Las columnas de
caballería han sucumbido al golpe de nuestras lanzas; la infantería ha buscado
un asilo en el bosque, los fuegos de sus cañones han cesado delante de los
pechos de nuestros caballos”. Y aquel grito de libertad, en
las pampas del llano apureño, sigue estremeciendo la llanura venezolana.
ACTO
TERCERO: ¿Pudo alguna vez sentir temor el llanero increíble? ¿Qué pudo haber
amedrentado en algún momento al guerrero
invencible de El Yagual, Mucuritas, Mata de la Miel, Toma de las Flecheras, Las
Queseras del Medio, Batalla de Carabobo, Toma de Puerto Cabello, entre otras
históricas acciones bélicas del proceso de Independencia donde el nativo de
Acarigua fue la figura extraordinaria como hemos dicho?. Veamos: Hace mucho
tiempo, en el pueblo de Maracay, estaban reunidos tres veteranos de la guerra
de Independencia. Eran Páez, Soublette y Piñango, quienes compartían de modo
amistoso en un dormitorio de la casa del Centauro. Después de haber debatido
algunos temas de importancia y tras un momento de silencio, Soublette se
incorporó en la hamaca en que estaba acostado y le preguntó a Páez: -Mi
general, ¿hay algo que le haya infundido a usted en la vida miedo, temor o
espanto?. –Sí, respondió el famoso llanero, levantándose de su hamaca. –Hay
algo que me produce, no solo miedo sino que me aterroriza de tal modo que tengo
que ser víctima y no es otra cosa que la vista y presencia de una culebra.
Y
ese temor de José Antonio Páez a los asquerosos reptiles hacía que le
sobreviniera los reconocidos ataques nerviosos de forma epiléptica, en una que
otra ocasión, al comienzo o fin de los terribles choques que contra las
caballerías de López, de Morales, de La Torre y de Morillo, libró en la extensa
llanura venezolana. Así le ocurrió en el enfrentamiento de Chire en 1815 cuando
Páez había recibido la orden de atacar a las tropas de Calzada, pero al
comenzar la pelea entró repentinamente en convulsiones y se debió a que antes
del choque Páez mandó a uno de sus ayudantes que recorriera la retaguardia y al
regreso de este, que fue muy rápido, traía enroscada en su lanza una enorme
culebra cazadora que había pinchado por su cabeza. El ayudante dio cuenta a su
jefe de su cometido y le dijo: “Aquí está, mi comandante, el primer enemigo
aprisionado en el campo de batalla”, mostrándole la culebra que se contorneaba
en el asta de su lanza. El Centauro de los Llanos miró hacia el arma del jinete
y de inmediato fue víctima de las convulsiones lo que le impidió entrar en
combate, pero fue ayudado por sus soldados que le echaron agua sobre el rostro,
se repuso y al escuchar las primeras descargas montó a caballo. En derrota
venían los suyos cuando a la voz de “frente y carguen”, los jinetes volvieron
grupas, recomenzaron la batalla y triunfaron. Pero Páez siguió “tocado” por el
mal, tanto así, que después de la victoria, “cogió aquella sabana para el solo”
y anduvo en estado de sonambulismo toda la noche que sus compañeros lo dieron
por perdido o muerto. A las horas fue encontrado para alegría de todos.
Asimismo, cuando llegó el momento de la
célebre acción de El Yagual en 1816, en la cual ya figuraba Páez como jefe
supremo, el general Urdaneta estaba a su lado y
al comenzar la batalla el
singular llanero fue atacado por fuertes convulsiones porque al parecer había
avistado a una odiosa serpiente. Corrió el héroe marabino, tomó un barril con
agua y lo derramó sobre la cabeza del nativo de Acarigua, quien se reanimó,
montó en su corcel y con el brío que siempre le caracterizó entró en combate
para defender el suelo sagrado de la patria.
Si en Páez obró
el miedo ante la presencia de una culebra u otro animal, quizás pudo deberse a
que en sus años juveniles fuera mordido por una serpiente venenosa sin que se
sospechara que quedarían en su organismo manifestaciones ocultas. Y así también
debe sumársele a sus males la posible influencia de una mordida de perro con
hidrofobia, igualmente en sus años mozos.
ACTO CUARTO: Se retiró de la política
llevando consigo la pobreza y después de prestarle sus desinteresados servicios
a la causa de la paz y el orden. Vivió en Nueva York y en su en su primer viaje,
en el año de 1850, recibió grandes
reconocimientos del pueblo norteamericano. La prensa lo elogia y su retrato es
colocado en el Concejo Municipal de Nueva York. Vuelve en 1863 y se queda
definitivamente. Escribe su autobiografía, un libro excelente donde muestra la
grandeza de su alma.
ACTO QUINTO: Un pensamiento liberador
dejado a las nuevas generaciones: “...Recomiendo a mis compatriotas que tengan
valor y armas sólo para una guerra extranjera y que trabajen con fe y devoción
por el porvenir de nuestra patria, que necesita paz y mucho orden, para el
desarrollo de sus variados elementos de prosperidad, a los cuales no se ha
atendido por la anarquía que ha asolado siempre países tan favorecidos por la
mano del Hacedor Supremo”. Fin.
Señoras y señores, muchas gracias por
haberme escuchado.
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