Anoche
yo tuve un sueño
Por
Eduardo Correa
Aunque mi sueño de anoche no es idéntico
al que tuvo el dirigente de raza negra estadounidense, Martin Luther King Jr,
el 28 de agosto de 1963, justo enfrente a la estatua de otro soñador de la
historia del mismo país, Abrahán Lincoln, el mío, aun cuando no es igual,
reitero, no deja de parecerse en algunos aspectos que tienen que ver con la
fraternidad política y con la unidad nacional. Claro está que el sueño que tuve
sucede en otro contexto, en otro tiempo y en otro lar completamente diferente.
Y si hablo de fraternidad y de unidad, ¿no lo estoy emparentando también con el
clamor de Simón Bolívar respecto de la unión por la que siempre luchó?, con la salvedad de que El Libertador la
proclamó completamente despierto y sin desestimar que el hijo predilecto de
Caracas haya podido tener los suyos. Y es que, en fin, sueños tenemos todos,
¿no es así? También debo advertir que mi sueño, siendo tal, jamás tendrá la
envergadura de los nombrados arriba, y es obvio, ¿verdad? No obstante, cualquier travieso podría
expresar, referido a esto último: “Bueno, ¿y por qué no?
Hago memoria, entonces, y comunico el
sueño que tuve. Era de madrugada, porque al ratito no más me desperté y vi el
reloj. Y recordé: El presidente Nicolás Maduro había convocado una reunión en
el Palacio de Miraflores con todas las autoridades recién electas el domingo
pasado, alcaldes y concejales. Y por distinción estaban como invitados
especiales todos los Gobernadores. El lugar lucía sobrio y sencillo, y al fondo
se dejaba escuchar, muy suavemente, un pasaje llanero. Callaron los murmullos y
las conversaciones de grupos y apareció el Presidente de la República con una
franca sonrisa y miró a lo largo de la estancia. Todos voltearon a verle.
Alguien había informado al mandatario nacional que la asistencia fue total. Del
municipio más lejano de la patria, del lugar más recóndito, había allí
representación. No se veía un color en particular adornando aquel amplio salón.
El aplauso de bienvenida al primer magistrado fue pletórico, de respeto y
aceptación. Al culminar la actitud plausible de los asistentes, Maduro caminó
de mesa en mesa y saludó con un apretón de manos a todos y cada uno de las
autoridades locales escogidas en los últimos comicios. Regresó a su lugar, y
con voz pausada les dijo: “Hermanos todos, tal como les prometí y anuncié antes
de las elecciones municipales, heme aquí con ustedes. Siéntanse como en casa, además
esta es su casa, la casa de todos. Me anima el respeto por ustedes y permítanme
felicitarlos por la victoria obtenida, que sé que fue el producto del tesón y
el trabajo desarrollado en sus municipios, ciudades y lugares. Esa es la
democracia por la que luchamos y buscamos consolidar y no descansaremos hasta
alcanzar que se cumpla la última coma de su normativa. Así lo exige el pueblo y
a él nos debemos. En mí tendrán el respeto y todo el apoyo que la Constitución
y las leyes prevén y establecen. Son las leyes. Son las reglas de juego que
todos debemos acoger sin distingos ni colores. Sin privilegios ni diferencias.
Unámonos en función de construir un país de iguales, un país donde quepamos
todos y que de manera civilizada y cordial podamos comunicarnos y socorrernos.
El color de nuestros partidos no influirá de ningún modo a la hora de adjudicar
los presupuestos ordinarios y extraordinarios. Ya la lucha partidista concluyó
y el pueblo se expresó en las urnas y ustedes como yo, sabemos que debemos acatar,
cada uno, esa voluntad popular que es soberana y legítima. Somos todos hijos
políticos de Bolívar. Somos hermanos y buscamos los mismos propósitos que no son
otros que el bienestar y la felicidad de nuestro pueblo. Cuenten conmigo y yo
cuento con ustedes, y a trabajar que el pueblo espera por nosotros”.
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