Perdónalos
Bolívar, no saben lo que dicen.
Por Eduardo Correa
Algunas personas siguen insistiendo en que
Simón Bolívar, en aquellos días confusos y desgraciados que condujeron a la
pérdida de la primera república, entregó al héroe venezolano, Francisco de
Miranda, a los españoles; y con no poca frecuencia se trata este tema en las
conversaciones referidas a la historia nacional. Y es tanto así, que hace poco tiempo nos comentaba una persona
estudiante de un posgrado de historia en una universidad del país, que “según
unos análisis hechos por algunos estudiosos”, todo conducía a que en efecto el
Precursor de nuestra Independencia habría sido llevado por el futuro Libertador
a las manos de los invasores venidos de la metrópoli. ¿Bolívar entrego
prisionero a Miranda a los españoles? ¿De dónde sacan esto y por qué se insiste
tanto en ello, incluso de personas con estudios y conocimientos de la historia,
pero que aun así no pueden demostrar el aserto? Y las voces son variadas, unas
provienen de partidos opositores y otras tantas de personas que se hacen llamar
bolivarianas, de donde se desprende que la confusión es de lo más compleja, si es
que puede decirse de ese modo. Y es igualmente cierto que un buen intelectual
que responde al nombre de Asdrúbal Aguiar, también insiste en lo planteado y no
sabemos, con las disculpas del caso, si es que el señor se deja llevar o priva
en él cierta actitud anti bolivariana por ser ideológicamente opuesto a los
postulados y banderas que rigen al Gobierno venezolano respecto del caraqueño
ejemplar.
Por nuestra parte, hagamos un poco de
historia y observemos algunos entretelones y tal vez podamos encontrar algunos
indicios esclarecedores que justifiquen, además, y por qué no, el título de
este trabajo. Veamos entonces: En el año de 1812, el Generalísimo estaba al
frente del ejército venezolano, pero, como se sabe, las circunstancias de la
guerra le fueron adversas. Se perdió la plaza de Puerto Cabello, los negros en
Valencia se rebelaron contra la reciente independencia y gritaron vivas al rey
de España. Además, en algunos sectores del ejército nacional había signos de
desesperación y pesimismo y el desánimo impregnó el corazón de algunos
patriotas claves en la lucha, y el mismo Francisco de Miranda cayó en
contradicciones y desaliento y propuso el Armisticio o Capitulación, y advirtió
que “Venezuela estaba herida en el corazón”. El 12 de junio reunió en Consejo a
los doctores Espejo, Roscio y algunos miembros del Ejecutivo, incluyendo al
secretario de guerra José de Sata y Bussy, sin dejar al ministro de justicia
Francisco Paúl, quienes aprobaron la propuesta mirandina, es decir, la
Capitulación.
De
inmediato se comisionó a Sata Bussy y este firmó el tratado junto al mismísimo
Domingo Monteverde, hecho ocurrido el 25 de julio en el campamento militar de
San Mateo. De modo rápido, Miranda abandonó las tropas con orden irrestrictas
de que fuera entregada la ciudad. Pasó,
casi en volandas, por Caracas, luego siguió a La Guaira, a donde llegó el 30 de
julio, mientras que el jefe realista tomaba la Capital. Esta actitud del
Generalísimo no fue bien vista por algunos patriotas, entre los cuales se
contaba a Ribas, Paz del Castillo, Mieres, Montilla, Chatillón, Miguel Peña, el
propio Bolívar y Manuel María de Las Casas, este último comandante de esa plaza
de La Guaira, cargo mismo que le fuera otorgado por el Precursor. Este grupo
decidió aprehender al revolucionario caraqueño para pedirle explicaciones por
lo que consideraban una traición –estos guerreros venezolanos estaban
convencidos de poder seguir luchando en vez de claudicar y atendieron a la
consigna del trágico momento en los cuarteles que indicaba que habían sido
vendidos a los realistas. Miranda, quien
ya estaba listo para partir en la mañana hacia Londres con sus baúles y libros
empacados, es detenido a las tres de la madrugada, mientras los nacionales en
sus distintos cuarteles intentaban reorganizarse para volver contra las tropas
enemigas. En eso estaban cuando llegó una orden del realista de cerrar el
Puerto de la Guaira con la amenaza de desconocer la Capitulación acordada si no
lo hacían. Entonces, se corría con el peligro de quedar encerrados.
Surgen aquí estas interrogantes
cruciales: ¿Qué hará el venezolano Casas como jefe de la Plaza? ¿Permitirá
salir a sus correligionarios? Pero en la mente de Casas no estaba ese
presupuesto y lo asaltó una sola idea: Salvarse él mismo sin reparar en más
nada, cosa lamentable por lo demás y que trajo claras y pesadas consecuencias.
Ante la conducta entreguista de este patriota que optó por obedecer al español,
todos quedaron atrapados, incluso Miranda. En la desesperación se dispersaron
buscando cada quien cómo ponerse a salvo.
Bolívar y Ribas lograron milagrosamente evadir el encierro y salieron a
pie hacia Caracas, disfrazados y atravesando cerros y montañas. Llegaron los
invasores, retomaron el Puerto, detuvieron a Miranda que no había podido salir,
le pusieron grilletes y lo mandaron a Puerto Cabello. Mientras tanto, Manuel de
Las Casas y Miguel Peña fueron perdonados y posteriormente premiados por sus
servicios al rey.
Fijémonos también a esta altura de la
historia, que por ninguna parte aparece la supuesta intención de Bolívar de
entregar a Miranda a los españoles, y
como ya se ha dicho, más bien buscó, junto a José Félix Ribas, con apremio, las maneras de salirse del
cerco. ¿Y qué puede decirse del comportamiento de Casas y Peña? ¿Puede
censurárseles? ¿Qué hubiese ocurrido si estos dos hubiesen permitido que sus
compañeros de lucha se fuesen al exterior, tal como era uno de sus propósitos?
¿Otra habría sido la historia? Pero abundemos un poco más y con ello
finalicemos. Cuando Bolívar quiso irse al extranjero tuvo necesidad de un
pasaporte que entregaba, precisamente Monteverde. Este accedió a dárselo por
mediación del señor Francisco Iturbe, amigo del militar invasor y de la familia
Bolívar. Dijo: “Se concede pasaporte a
este señor en recompensa por los servicios al rey al apresar a Miranda”.
Bolívar, hasta ahora ignorado por el jefe realista que solo prestaba atención a
Iturbe, saltó y expresó con decisión: “No he hecho ningún servicio al rey y
Miranda fue detenido por nosotros para pedirle cuentas y castigarlo por su traición”.
Con estas tajantes palabras Bolívar se exponía a que le negaran el pasaje e
incluso se jugaba su propia existencia, ya que Monteverde entró en cólera al
ver la firmeza de aquel joven que no reparaba en su difícil situación. Iturbe
intervino rápidamente y al tiempo que habló de su amistad y sus favores a la
causa del monarca, también calmó y controló al caraqueño. Después de aquel impasse muy tenso y
peligroso, Bolívar salió con su pasaporte y abandonó el país para regresar, al
cabo de varios meses, con renovados bríos y enfrentar de nuevo y de manera
decisiva a este mismo caudillo español
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