A Gregorio: Por tu partida
inesperada
Por Eduardo Correa
Mi queridísimo hermano, hoy te marchas y
nos dejas tristes, llorosos y con un inmenso vacío en nuestros corazones y con
el alma hecha un jirón. Empero, ¿sabes Gregorio? Nos consuela enormemente, y empieza a llenarse el
vacío y a curarse la herida que sentimos por tu partida inesperada, el
comprender que hayas viajado a reunirte con el Señor y hacerle compañía en su
asamblea de benditos. Sufriste mucho antes de partir, hermanito, y eso nos
dolía duramente a todos los que te queremos y especialmente a todos los que
estábamos a tu lado en tu lecho de enfermo. Fue mucho tu dolor y tu
sufrimiento. Terrible, podría decirse. Pero a ti, al igual que a todos los que
creemos firmemente en Dios, nos enseñan que el sufrimiento es necesario para purificar el alma
como requisito para poder volar junto al Creador y compartir Su cielo, cuya
belleza, hermosura y paz no se puede describir con palabras humanas.
¡Qué honra, hermano! ¡Qué cosa más bonita
y paradisiaca!, ¿verdad? Yo la imagino, pero tú ya lo sabes y lo vives, y en
esa sin igual condición no hay dolor, tristeza ni temor, ¡Dios
excelso, que maravilla Eres! Y tú, hermanito, hiciste mérito para ello y
de eso no hay ninguna duda. Lo demostraste en este mundo donde una persona de
tus cualidades mostró su corazón abierto y dulce al prójimo. Un mundo en donde
abunda la oscuridad y el egoísmo, tú brillaste con la luz que emana del buen
accionar. Ojalá que muchos podamos seguir ese ejemplo piadoso. No conociste la
mezquindad ni el odio. El afecto a tus semejantes fue tu tarea permanente.
Fuiste bienhechor aquí abajo y desprendido en todo momento. Fuiste bueno,
hermano, y muy familiar. En fin, una persona de excelentes sentimientos con
todos tus conocidos y con quienes te cruzabas a donde fueses. Y te digo
Gregorio, esto no es un adiós, sino un hasta luego, y en el tiempo que pueda
quedarme aquí en la tierra lo aprovecharé con apuro para profundizar en hacer
el bien como tú lo hiciste y obtener, mediante Dios, el premio justo que has
logrado y que ËL otorga, y de ese modo verte de nuevo y estar junto a ti. Hasta
pronto, hermano querido. No moriste, te mudaste a la morada santa. ¡Bendito sea
Dios!
Post data. ¿Recuerdas que pocas horas
antes de tu partida, estando junto a ti, en tu cama de enfermo en el hospital de Valle de la Pascua, me dijiste: "Pelón, estoy muy preocupado", y yo, como una manera de entretenerte con nuestros diálogos
finales, y como recurso para tratar de desdibujar tus preocupaciones y tus dolores punzantes, te
decía “que mentalmente tomaras tu pincel y plasmaras un bonito y singular
cuadro en la tela suave de tu imaginación con
azules intensos y variados y otros colores hermosos con tonos profundos,
con ríos y árboles, aves canoras, piedras lejanas y brillantes? Y en ese
momento sonreíste débilmente como
recordando los cuadro que pintabas en tus días de inspiración y
quietud…y salud. Y ahora pintas en el propio Cielo, morada de singular excelencia,
y ante la mirada tierna, atenta y celestial de quienes al igual que tú
obtuvieron el galardón divino. Y lo más impresionante y extraordinario ¡ante la
mirada del mismísimo Dios vivo! ¿Podrá existir un premio más grande, precioso y
único que ese? No en este mundo. Jamás y nunca.
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