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El caraqueño que se hizo llanero ejemplar


 

El caraqueño que se hizo llanero ejemplar

 
Por  Eduardo Correa

 
       ¿Aquel niño caraqueño estaba destinado a crecer en la populosa ciudad  de los techos rojos? ¿La ciudad que se convertiría después en ruido y selva de cemento le acogería para siempre? De ninguna manera. La vida le prepararía a Juan Vicente Torrealba otro entorno, en donde debía escuchar, en vez del ruido de autos y las algarabías cotidianas de la gran capital, el trino de la paraulata, el canto hermoso del ruiseñor, del turpial y otras aves cantarinas del llano. Y así fue. De niño lo llevaron a predios guariqueños, a Camaguán y a un hato llanero conocido como Banco Largo, en las afueras del entonces caserío. ¿Podría pensarse que su misión sería captar en su mente, oído y  corazón el sonido melodioso y singular de esas típicas aves? ¿Y  entremezclarlo delicada y sabiamente entre las cuerdas sonoras de sus instrumentos musicales y originar dulces y hermosas melodías? Pensarlo sería válido, y además de todo eso, ¿Le fue dado aguzar su innato ingenio con todo lo bello, autóctono y sutil que puebla la llanura y que enternece ese ambiente bonito y mágico que alimenta el alma, la vida y el corazón? A eso apostaríamos. Y para muestra un botón.  Aprendió a leer y escribir y solo cursó hasta el quinto grado, pero sin duda alguna aprendió de modo magistral a leer los acordes de la guitarra, porque primero fue guitarrista sobresaliente. Y después tomaría el arpa en sus prodigiosas manos y avanzaría de modo brillante en la lectura musical de sus cuerdas. Y leyó tan bien y tan fino, que alcanzó una licenciatura en arpa en Paraguay y Méjico y su tesis fue el bellísimo tema “Concierto en la llanura”.  Y de escribir, ni se diga, pues, es un prolífico escritor de canciones hermosas con las que cubrió el llano todo, luego Venezuela y después el mundo. Y esa fértil cosecha produjo más de trescientas canciones y escuchemos lo que dice el legendario cantor mejicano Antonio Aguilar en la escena de una película actuando con él: “Juan Vicente, estoy enamorado y quiero cantarle a esa mujer, pero con una de tus bonitas canciones. Tú tienes muchas”.

 

       El increíble Torrealba acompañó con su arpa maravillosa a muchos intérpretes venezolanos de renombre, en sus comienzos lo hizo con Magdalena Sánchez y Ángel Custodio Loyola, luego con Mario Suarez, Pilar Torrealba, Natalia, Edgar Gurmeitte, entre otros grandes.  En 1986 anunció su retiro argumentando que a su música no se le daba el reconocimiento debido, pero dejando más de 130 discos de larga duración (LP) y en 78 rpm. Y no fueron pocos los créditos que obtuvo en su peregrinaje musical. Atesora más de 45 condecoraciones, su canción “Esteros de Camaguán” fue declarada patrimonio cultural del estado Guárico y develada una estatua con su figura en la avenida principal del pueblo,  además de llevar su nombre. Y su tema “Valencia” fue adoptada como himno oficial de la ciudad del Cabriales. Y pronto le otorgarán un Grammy, en noviembre. Al igual que un Doctorado Honoris Causa, por parte de la Universidad Simón Rodríguez,

 

       Y su historia continúa incólume e in crescendo al son maravilloso de su arpa y su música, que ha sido aplaudida en el mundo entero en infinidad de presentaciones personales o por TV. Y sigue siendo plausible. Juan Vicente hizo temblar de emoción los escenarios de Rusia, Japón, EEUU, y América latina, e impuso canciones inolvidables como “Madrugada llanera”, “Aquella noche”, “Campesina”, “Rosangelina”, “Concierto en la llanura”, “Camaguan”, “La paraulata llanera”, “Sinfonía en el palmar” y tantos otras que quedaron indelebles en el alma de muchísimos venezolanos y extranjeros.  Los aportes a la nacionalidad de este magnífico intérprete fueron sembrados y las cosechas recogidas por esta generación y por las que han de venir. Y del Cielo le habrían susurrado: Cual David con su arpa, alivias el alma del hastío…

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