El caraqueño que se hizo llanero ejemplar
¿Aquel niño caraqueño
estaba destinado a crecer en la populosa ciudad
de los techos rojos? ¿La ciudad que se convertiría después en ruido y
selva de cemento le acogería para siempre? De ninguna manera. La vida le
prepararía a Juan Vicente Torrealba otro entorno, en donde debía escuchar, en
vez del ruido de autos y las algarabías cotidianas de la gran capital, el trino
de la paraulata, el canto hermoso del ruiseñor, del turpial y otras aves
cantarinas del llano. Y así fue. De niño lo llevaron a predios guariqueños, a
Camaguán y a un hato llanero conocido como Banco Largo, en las afueras del
entonces caserío. ¿Podría pensarse que su misión sería captar en su mente, oído
y corazón el sonido melodioso y singular
de esas típicas aves? ¿Y entremezclarlo
delicada y sabiamente entre las cuerdas sonoras de sus instrumentos musicales y
originar dulces y hermosas melodías? Pensarlo sería válido, y además de todo
eso, ¿Le fue dado aguzar su innato ingenio con todo lo bello, autóctono y sutil
que puebla la llanura y que enternece ese ambiente bonito y mágico que alimenta
el alma, la vida y el corazón? A eso apostaríamos. Y para muestra un botón. Aprendió a leer y escribir y solo cursó hasta
el quinto grado, pero sin duda alguna aprendió de modo magistral a leer los
acordes de la guitarra, porque primero fue guitarrista sobresaliente. Y después
tomaría el arpa en sus prodigiosas manos y avanzaría de modo brillante en la
lectura musical de sus cuerdas. Y leyó tan bien y tan fino, que alcanzó una licenciatura
en arpa en Paraguay y Méjico y su tesis fue el bellísimo tema “Concierto en la
llanura”. Y de escribir, ni se diga,
pues, es un prolífico escritor de canciones hermosas con las que cubrió el
llano todo, luego Venezuela y después el mundo. Y esa fértil cosecha produjo más
de trescientas canciones y escuchemos lo que dice el legendario cantor mejicano
Antonio Aguilar en la escena de una película actuando con él: “Juan Vicente,
estoy enamorado y quiero cantarle a esa mujer, pero con una de tus bonitas
canciones. Tú tienes muchas”.
El increíble
Torrealba acompañó con su arpa maravillosa a muchos intérpretes venezolanos de
renombre, en sus comienzos lo hizo con Magdalena Sánchez y Ángel Custodio Loyola,
luego con Mario Suarez, Pilar Torrealba, Natalia, Edgar Gurmeitte, entre otros
grandes. En 1986 anunció su retiro
argumentando que a su música no se le daba el reconocimiento debido, pero
dejando más de 130 discos de larga duración (LP) y en 78 rpm. Y no fueron pocos
los créditos que obtuvo en su peregrinaje musical. Atesora más de 45
condecoraciones, su canción “Esteros de Camaguán” fue declarada patrimonio
cultural del estado Guárico y develada una estatua con su figura en la avenida
principal del pueblo, además de llevar
su nombre. Y su tema “Valencia” fue adoptada como himno oficial de la ciudad
del Cabriales. Y pronto le otorgarán un Grammy, en noviembre. Al igual que un
Doctorado Honoris Causa, por parte de la Universidad Simón Rodríguez,
Y su historia continúa incólume e in
crescendo al son maravilloso de su arpa y su música, que ha sido aplaudida en el
mundo entero en infinidad de presentaciones personales o por TV. Y sigue siendo
plausible. Juan Vicente hizo temblar de emoción los escenarios de Rusia, Japón,
EEUU, y América latina, e impuso canciones inolvidables como “Madrugada
llanera”, “Aquella noche”, “Campesina”, “Rosangelina”, “Concierto en la
llanura”, “Camaguan”, “La paraulata llanera”, “Sinfonía en el palmar” y tantos
otras que quedaron indelebles en el alma de muchísimos venezolanos y
extranjeros. Los aportes a la nacionalidad
de este magnífico intérprete fueron sembrados y las cosechas recogidas por esta
generación y por las que han de venir. Y del Cielo le habrían susurrado: Cual
David con su arpa, alivias el alma del hastío…
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