¿Y por qué temerle a los años?
Por Eduardo Correa
Reynaldo Armas
dice en una de sus canciones: “Ayer me percaté de mis arrugas, y estático quedé
frente al espejo, mis canas cada día más numerosas, se nota que me estoy
poniendo viejo”. Y el vocablo “estático”, en varias de sus acepciones, quiere
decir que se quedó “asombrado”, “perplejo”, “lleno de emoción” y para decirlo en términos
de la moda juvenil: “Se quedó en el sitio”, pues. Y es que en eso de la edad es
mucho lo que se ha dicho siempre, en todas las épocas, y cada vez se le teme
más y más a la vejez. Y si de refranes se trata, ni se diga, abundan como el
agua de mar. Por ejemplo, si vas a una fiesta no falta quien diga
despectivamente “quien va a bailar con
vieja habiendo tanta muchacha” o viceversa, y algunos llegan a la temeridad de
expresar cuando los relacionan con una mujer entrada en años: “No chico, eso es
mentira, para vieja, mi madre”. Y en la literatura mundial son muchos los
autores que se han ocupado del asunto y me viene a la mente el clásico literario
“El retrato de Dorian Gray”, escrito por Oscar Wilde, donde el protagonista
hace un pacto con el Diablo y le pide mantenerse joven por siempre a cambio de
su alma. Imagínense ustedes. “¿Y cuánta literatura no ha circulado con temas que
plantean “La eterna juventud”? Y por su
parte, médicos, científicos, investigadores, brujos, sabios y tantos otros
enloquecidos por el miedo a la ancianidad no han dejado la vida misma en ese
afán sin haber podido hallar nada
concreto. Pero, en verdad, son
incontables los que le temen a la vejez, tanto que incluso algunos han llegado
al suicidio. La historia da cuenta de ello.
Y es
bien conocida la animadversión que existe entre las personas jóvenes y las de
“juventud acumulada”, como suelen decir de modo metafórico, en un intento por
no herir susceptibilidades. Porque eso de “tercera edad” es un invento de mal
gusto y acomodadizo. Y es que la
exclusión y el desinterés, cuando no el desprecio y la desidia, son las notas
resaltantes que hacen diana, de manera despiadada, en la humanidad cansada y
herida por el tiempo de tantos hombres y mujeres que viven y han vivido una edad
avanzada. Pero, así como hay quienes se convierten en detractores de los
viejos, hay un sin numero de benefactores que abogan por ellos. Son muchos los
gobiernos, en distintos países, que se ocupan y han legislado en función de
proteger y salvaguardar a sus ancianos. Unos más, otros menos. Sin embargo,
falta mucho por hacer, pero antes de hacer, es necesario tomar conciencia de la
real situación y humanizarse ante esa realidad que aqueja a los ancianos del
mundo que son los más desprotegidos del resto de la sociedad.
Veamos ahora algunas notas
interesantes. Dice
Juan Pablo II: “El hombre, plasmado a imagen y semejanza de Dios, es un sujeto
consciente y responsable. Aún así, también en su dimensión espiritual experimenta la sucesión de fases diversas,
igualmente fugaces. A san Efrén, el Sirio, le gustaba comparar la vida con los
dedos de una mano, bien para demostrar que los dedos no son más largos de un
palmo, bien para indicar que cada etapa de la vida, al igual que cada dedo,
tiene una característica peculiar, “los dedos representan los cinco peldaños
sobre los que el hombre avanza”. Y es bien conocida la oración del Salmista: “Enséñanos
a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”. El escritor José
Benigno Freire, en su libro “Humor y serenidad”, sostiene que “Es la
consumación de la indeterminación de la naturaleza humana”. Por último, “Si
quieres en verdad mantener la belleza de la juventud, detente “un minuto ante
el espejo, cinco ante tu alma, quince ante tu Dios…” (M. Quoist).
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