La inquietante historia de una “canaimita”
Por Eduardo Correa
Ocurrió en una escuela de una barriada del
estado Lara en donde se esperaba, con ansias y con mucha expectación, la
prometida entrega de las llamadas popularmente “canamitas”, cuyo plan viene
desarrollando el gobierno venezolano desde hace algunos años. En la referida barriada
y en la escuela de la historia, cuya ubicación y nombre me reservo por razones
entendibles, cubierta la expectativa y la ansiedad expresada arriba, llegó el
gran día y los muchachitos recibieron la novedosa herramienta, si es que coincidimos
en que para ellos constituía una novedad. Porque debo decir que en mis tiempos
de estudios de primaria era impensable una gracia gubernamental como esa. Apenas
tenía para adquirir el cuadernito de apuntes que a la hora del recreo lo
doblaba y lo colocaba en uno de mis bolsillos traseros para emprender el movido
juego de “ladrones y policías” o “las cuarenta matas” o el todavía conocido
“pasatiempo de las metras”. Ahora, en estos últimos años, los muchachos van
camino de la escuela con su computadora en una mano y en la otra un moderno
bolso, que casi no pueden con él, con
cinco o seis libretas y los respectivos libros. Que bien, ¿no?
Pero vuelvo a la historia que quiero
contarles. Ya en clases y pasada la euforia y los días, en una hora cualquiera,
la maestra puso una tarea al salón en donde se enfocaron los niños, y ella
devino en revisar unos apuntes que tenía sobre el escritorio y quitó,
momentáneamente, la vista de los chicos en el no muy espaciado recinto. Es
entonces cuando llegó, callado y con sigilo, un pequeño y le dijo: “Maestra,
fulanito de tal está viendo una película grosera”. Al oír aquello, la educadora
alzó la mirada y vio, allá en el fondo y en una esquina, a uno de sus alumnos
ensimismado y casi con la cabeza metida en su canaimita abierta. Camina con
precaución y toma desprevenido al imberbe con “las manos y la mirada en la masa”.
Si, en efecto, el estudiante había puesto en acción un video obsceno que no
debo detallar aquí, pero que si puedo aseverar su propósito sexual tres equis,
como solían clasificar a ese tipo de material en el cine adulto de antes.
Candela pura, pues, diría alguien dado a los extremos en la expresión. Por
supuesto que la docente se alarmó al ver aquello y rápidamente le decomiso la
computadora al acucioso, atrevido y
desviado muchacho y de inmediato se movilizó junto a la dirección del plantel y
citaron al representante.
De cómo llegó el video a esa canaimita,
quien lo colocó, cuantas veces fue visto y desde cuando sucedía esa malévola práctica,
y de cómo afectó y afectará a esa mente infantil en su vida, son cosas muy difíciles de aclarar
y poner en su justo orden por ahora. La madre del niño acudió sola al llamado
institucional en virtud de que aquel hogar no tenía rienda paterna. La
sobresaltada señora, con vergüenza y
desolada, no alcanzó a responder las interrogantes lanzadas por la
maestra y el director y solo atinó a decir, no con poco balbuceo: “Maestra, y
usted señor director, estoy confundida y apenada con esto que hizo mi hijo y es
poco o nada lo que puedo aclarar, imagínense ustedes, yo soy una pobre mujer
que no conozco ni la “o” por lo redonda, ¿qué les puedo yo decir?”
Y aquí surgen las preguntas de las
sesenta y cuatro mil lochas, ¿Qué hacer en un caso como este? ¿Cómo impedir que
eso siga sucediendo? Lo primero, digo yo, sería asistir al pequeño atrapado en
el affaire con personal especializado, supervisar con la colaboración de los
padres y representantes a todo niño que disponga de una canaimita y hacerse de
expertos que puedan revisar o chequear los computadores de cuando en vez,
¿cierto? Puede verse complicado, pero no
es imposible.
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