El día que conocí a Sexagésimo
Por Eduardo Correa
A
mediados de los años ochenta, y en una de esas tardes frescas en Río
Acarigua, que dicho sea de pasada, ya no son usuales, fue cuando conocí a
Sexagésimo Barco, el de la magnifica y aterciopelada voz que le cantó y enamoró
al llano y a toda Venezuela. Pero no lo conocí personalmente en esa ocasión,
sino que atendiendo una gentil invitación que me hiciera un amigo que allí vive
y trabaja, fuimos a dar a un lugar, que no por humilde y sencillo, dejaba de
ser acogedor. Allí expendían cervezas y había una “rocola” que amenizaba, como
era costumbre, la estadía de los parroquianos que frecuentaban el
sitio. Conversaba con mi amigo cuando de pronto salió una canción interpretada
por una voz, que a mi modo de ver y sentir, era exquisita, y fue tal el impacto
que me quede callado poniendo toda mi atención en la melodía. Era el tema
“Vagabundo enamorado”, que con una buena letra y el acompañamiento musical, lo
hacía singular, y si todo eso, letra y música, tenían ribetes
particulares, la voz que se dejaba escuchar era sencillamente ¡única! Para
entonces, Sexagésimo venía llamando la atención de los seguidores del
folclor llanero y en poco tiempo ocupó lugares de preferencia, y fue precisamente
la canción referida la que “sonaba” con insistencia y que se hizo
favorita de muchos, no solo en el llano, sino en todo el país y fuera de él. Y
Sexagésimo comenzó a forjarse una fama de cantor y de tenor que convenció, con
calidad y profesionalismo, a propios y extraños.
Yo lo conocería personalmente en El Tranquero, lugar donde presentaban música
criolla en vivo, en Acarigua. Ese día me lo presentó el promotor de la
jornada, quien minutos después se excusaba con el trovador, que ya había
cantado, de esta manera: “Sexagésimo, como pudiste ver aquí hubo poco publico y
salimos con las tablas en la cabeza, así que por favor te pido que me aceptes
esta cantidad. Tú sabes como es”. Dicho aquello le entregó mil bolívares
de los de antes. Cuando el organizador se hubo marchado, Barco me miró con su
rostro circunspecto y expresó: “Estos tipos siempre le salen a uno con eso. Que
si quebraron, que si no vino mucha gente, y ya yo me estoy cansando de
esto”.
Después me tocaría presentarlo en un evento, fungiendo yo como
animador, esta vez en un escenario repleto, también en esta ciudad y en
donde todos coreaban su nombre. Al final, cuando me devolvió el micrófono,
Sexagésimo lucía contento por la aceptación publica, y quizás conforme
con sus honorarios ya en el bolsillo. Me hizo una acotación: “Dijiste mucho mi
apellido, soy solo Sexagésimo”. Comprendí que era para los efectos
artísticos. Nos despedimos y se marchó presuroso, porque según me
aseguró, tenía otro “tigre” mas adelante. Luego nos veríamos también en
Agua Blanca, actuando en un club del lugar atestado de personas y muchas de las
cuales se acercaban a saludarlo y a pedirle autógrafos. Esa vez asistí invitado
por su hermano Francisco, y al vernos, Sexagésimo fue a saludarnos y nos pidió que
nos acercáramos a la tarima para ofrecernos su canto.
Debe anotarse, que casi todo lo referido pertenece a los comienzos de la
carrera de Sexagésimo. Todo el mundo sabe los altísimos niveles de popularidad
que alcanzó este cantante, que dada las características, los maravillosos
tonos y registros de su voz, lo apodaron El Tenor del Llano. Ignoro el
resultado económico de su actividad artística, pero si queda constancia de su
popularidad y aceptación, de su protagonismo radial y televisivo, así como su
personalidad y don de buena gente. El llano, Venezuela y más allá de nuestra
geografía, vivieron un tiempo mágico, maravilloso, singular y
privilegiado con el talento musical de Sexagésimo.
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