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El rey fue cautivado por el joropo 2




El rey fue cautivado por el joropo
                       
                         (y 2)

Por  Eduardo Correa

     

      Sinopsis: Decía en el artículo  anterior que  “en el año de 1749, en la época de la Colonia, era Gobernador de Venezuela, Luis Francisco de Castellanos, un ibero que era  Capitán General  y quien veía de mal modo el joropo y a quienes lo bailaban y se le había metido entre ceja y ceja que debía tomar medidas”. Hablaba también que  “en ese entonces no eran pocos los venezolanos que tenían como entretenimiento el baile del joropo y en sus fiestas se acostumbraba la exhibición de la pegajosa música autóctona”… “y el gobernante referido lo consideraba como algo deshonesto y de mal gusto”. “Y su desagrado lo llevó al extremo de legislar y prohibir el citado baile ancestral a través de una Ordenanza que, por supuesto, trajo mucho desconcierto entre la ciudadanía”. Señalaba igualmente que “la nueva Ordenanza estipulaba una pena de dos años de presidio a quien incurriera en el delito. Y esto no iba dirigido solo a los hombres. Las mujeres por su parte, es decir, las parejas bailadoras, eran recogidas en hospitales por igual tiempo. Y todo no quedaba ahí. Los simples espectadores eran penados con dos meses de cárcel”.

      Más, sin embargo, era tan arraigada la costumbre de bailar el joropo escobillado que los venezolanos se manifestaron con duras protestas contra aquella decisión y aunque la situación reinante era de esclavitud y las acciones policiales eran brutales, eso no fue óbice para detener las reacciones de la gente. Pero la respuesta del gobernante fue categórica y reiteró “que la prohibición se haría cumplir en todo el territorio nacional”. Pero el disgusto fue in crescendo y la población bailadora  desafió la autoridad española y fue de tal magnitud que “los esclavos y los peones se iban al monte; hubo huelgas de joroperos y eso causó daños en plantaciones y haciendas”. Al tozudo Capitán General De Castellanos no le quedó más remedio que elevar la consulta al mismísimo rey de España, que para la época  era Fernando VI, y la respuesta de este fue que quería ver una muestra del baile que había molestado su atención y causaba una especie de histeria en esa parte del “nuevo mundo conquistado”. Es decir, que a su propio palacio, acomodado y exquisito,  debían llevar bailadores y en su presencia decidir la controversia.  

       Y tuvieron que hacerse a las aguas los encomenderos y buscar en territorio venezolano  una pareja de baile y mostrarle al rey. Y así fue. Encaramaron en un galeón a dos morenitos de Barlovento expertos en el arte de bailar y donde el joropo era practicado y acogido con deleite. Y los llevaron, mujer y hombre,  y bailaron ante el monarca. Y este quedó vivamente impresionado al verlos danzar y aprobó de inmediato aquellos movimientos acompasados, de suave zapatear como barriendo el piso y no exentos de sensualidad y hermosura. De una vez, ante la sorpresa de todos,  y por Real Cédula de SM, fechada en el real sitio de Aranjuez, se ordena al capitán general que «no lo prohíba, por cuanto está lleno de inocencia campesina. Así como el jarabe gatuno y el bullicuzcuz de la Veracruz, que también han venido en consulta de nuestros reinos de Méjico, y con los cuales tiene mucha semejanza».

     Y entonces, es de imaginar la tremenda fiesta que se armaría en el país al regresar la comisión y su pareja de baile con aquella noticia tan esperada. Y el jolgorio ha de haber sido tan impresionante como extenso. Y de seguro se bailó como nunca…y con el sabroso zapatear vendría la polvareda y por todos aquellos pisos de tierra han debido exclamar los bailadores, al igual que Reynaldo Armas en una de sus sabrosas canciones: “Échale agua que se aplane, no te quedes ahí parao, tan llegando más parejas y es que lo bueno e la fiesta todavía no ha comenzao”. Y colorín colorado…

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