De la
exageración de la política y otros embustes
Por Eduardo Correa
En cierta ocasión, hace tiempo ya, le leí
a mi madre una información publicada en
un periódico de la época, y por el largo tiempo transcurrido no memorizo el contenido de la nota, pero por la respuesta que ella me dio
siempre entendí que se trataba de una lectura sensacionalista, desproporcionada
o algo increíble para mi progenitora. Lo que sí recuerdo clarito son sus
movimientos preparando el exiguo desayuno tardío y su exclamación, que sin
detenerse en su quehacer en la rústica cocina, soltó: “¡Ay, hijo, el papel
aguanta todo lo que le pongan! ¡Quién va a creer eso!”. Y en mi mente rememoro,
de vez en cuando, aquella expresión. Y es que, como muchos, soy lector de los
periódicos. Claro, intercalando con la televisión y la radio, y una que otra
emisión de “radio bemba”, que nunca faltan en mi barrio con tendencia a
proliferar. Y algunos podrán preguntarse qué de dónde viene todo ese cuentito
inicial. Y debo apuntar que por estos días se asoman otras elecciones, esta vez
para elegir una nueva Asamblea Nacional y ya en el ambiente se dejan leer,
copando la escena, las propuestas sin fin y exageradas de los aspirantes. Hay
de todo tipo y tamaño. Incluso, muchas
de esas promesas rayan en lo inverosímil o desproporcionado y así leemos
expresiones sin ataduras que se elevan con una media sonrisa y las manos en la
cintura, cual vaquero del antiguo oeste, presto a desenfundar: “Tranquilo, que
eso lo acomodo yo en cuanto me elijan”. Son esos políticos que lo arreglan todo
en un santiamén, de un solo golpe, sin subterfugios, a lo “juan charrasqueado”,
bien podría anotarse.
Entonces, se recogen en la prensa los
desmesurados anuncios de un candidato a diputado: “Llegaré a la Asamblea
Nacional y haré que el gobierno cumpla todas sus promesas”. Así sin más. Sin
ambages: ¡Pica mi gallo!, diríase en cualquier barriada. ¿Así que usted hecho
diputado hará que el gobierno cumpla todo lo prometido? Vaya poder, ¿no? De
golpe y porrazo hará cumplir todo, no más al encaramarse en la Asamblea
Nacional. Y punto. Puede que alguien, lleno de fulgúreo y afanado optimismo,
diga que eso es posible, pero de inmediato sobrarán los que se preguntarán,
asombrados también: ¡Caray!, ¿y cómo lo hará? Y los pesimistas e incrédulos,
que no son pocos, estarán parados firmes diciendo: “Sí Luis, ¡Que va!, eso es
imposible y me quito el nombre, pues”. Y cosas como las que afirma ese
aspirante a diputado, se parecen mucho a las expresiones tajantes y sin reparo
que escuchábamos en la vecindad, ante cualquier zafarrancho: “Te haré tragar
todas esas palabras. Ya lo verás. Escríbelo”. Y al tiempito eso no pasaba de
ahí. Eran, como todo el mundo sabía, solo palabras. Desahogo del momento. Y
para impresionar a los legos con algún propósito, claro está.
Y esta, aunque entra en otra clase de
campaña política porque el protagonista
ya está en funciones de gobierno hace tiempo, el tipo se gasta esta publicidad
en casi todos los periódicos: “Una lluvia de obras cae en mi municipio”. ¿Una
lluvia de obras, dijo? Ajá. Un aguacero de obras, un palo de agua, traducido en
obras de todo tipo. Si en alguna parte no llueve, no se preocupen, que hay un
lugar donde llueve siempre. Pero lluvia de obras, de construcciones por
doquier. Parece que alguien se encontró la Lámpara de Aladino. ¿La recuerdan?
Es un cuento del libro árabe “Las mil y una noches”. Aladino, el protagonista, con
solo frotar su lámpara surgía un genio y hacía realidad todo lo que se le
antojase. Pero, en el caso que nos ocupa, no se trata de una lloviznita, no
señor, son precipitaciones que se vienen y tornan a formarse en productos,
cosas hechas, realidades sin cesar. Nadie querrá que escampe, ¿cierto? Por
aquí, por allá y acullá, obras son. Una maravilla, compadre. Y no faltará alguien que se pregunte: ¿Este
hombre no querrá ir a mi pueblo y zumbarnos aunque sean unas gotitas? Allá no
llueve nada. Y algo es algo, mi amigo.
Y es que de esas desproporcionadas y
exageraciones políticas, por decir lo menos, nuestro pueblo ha tenido bastante
en la historia, en la corta y en la larga. Y para finalizar, recuerdo haber
leído, por allá por mis tiempos mozos, que los políticos se comportaban de dos
maneras muy especiales: Una, prometiéndolo todo en una campaña, y dos, una vez
alcanzado el poder se dedicaban a explicar por qué no pudieron hacer nada o muy
poco. Con los embustes seguimos topando, Sancho.
Comentarios
Publicar un comentario