“¿Café? No mijo,
eso es lujo por aquí”.
Por Eduardo Correa
Florentino
Coronado se dirigía hacia los llanos de Barinas e iba en busca de un cantador
que decían era muy bueno y hasta murmuraban que era el mismísimo diablo- ¡Ave
María Purísima!, expresarían rápido en mi pueblo nada más al oír el nombre del
esperpento-. En su travesía y ya cayendo la noche se topó con el rancho y la
exigua vega de Juan, “El veguero” y se quedó a pernoctar allí para luego
continuar con su viaje al día siguiente. Cantaclaro se conmovió al ver la
pobreza extrema del conuquero y de su esposa quienes lucían visiblemente
enfermos, y ya acomodado en su chinchorro les pide algo de comer y obtuvo por
respuesta: “Si se conforma con un topochito asao y unas yuquitas sin sal”. El
cantador pidió café, en su lugar, y la señora balbuceó: ¿Café? No mijo, eso es
lujo por aquí”. Entonces reflexionó el memorable versificador: “¿Cómo pueden
ustedes vivir así?” y Juan le contesta: “…Yo tenía un pedazo de tierra sembrado
y unos cuantos animales, unas cuatro vacas lecheras y dos potrancas y con eso
vivía tranquilo y contento, pero como nada en este mundo es completo, había
también por allí un jefe civil más malo que Guardajumo; se enamoró de lo mío –a
ellos siempre les sucede eso con lo ajeno- y hoy con una multa porque las vacas
y que andaban sueltas por la población, y mañana con un arresto por unos palos
que me pegue demás, como yo no tenía plata para pagar las multas, me fue amontonando
una cuenta y un día vino a embargarme dos vacas para pagárselas él mismo. Y le
dije yo a mi esposa: “déjame vender los animalitos y la tierra que me queda para que se le quite la
provocación a este hombre y nos vamos de este pueblo a ver si podemos vivir
tranquilos. Y aquí me tiene, resignado a mi suerte, trabajando en lo ajeno y
haciendo más rico al rico”.
Cantaclaro,
pensativo, siguió su camino y al cabo de un tiempo devolvió sus pasos por el
lugar –dicen que ya se había enfrentado con satanás- y al pasar de nuevo por el
rancho de Juan ya no encontró al ex hombre y fue entonces cuando se preguntó:
“¿Qué habrá pasado con mi amigo? ¿Adónde habrá ido? Y más adelante en el camino
Florentino Coronado obtuvo su respuesta. En un enfrentamiento entre bandos del
gobierno y opositores, ahí estaba Juan, “El veguero”, peleando con todas sus
fuerzas y empuñando el arma que le quedaba que no era otra que el usual machete
de aquellos tiempos y por supuesto contrario al gobierno. . . “sobreponiéndose
a la muerte que ya llevaba en su organismo aniquilado”.
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