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-HISTORIA DE UN MILAGRO- parte séptima-

El día viernes, a las 2:00 pm, me dieron de alta con la recomendación de que me quedara una semana más en Barquisimeto. La idea de los médicos era seguir con un monitoreo, manteniéndome cerca para algunos chequeos finales y venirme después a mi residencia en Acarigua. En el apartamento donde me quedé -residencia de Dilcia Rivas y de mi hija María del Valle, quienes se ofrecieron gentilmente a hospedarme- recibía las visitas diarias de Simón, quien evaluaba mis progresos. Todas las tardes lo teníamos ahí con sus instrumentos médicos, me tomaba la tensión y se sorprendía de mis mejoras. Sus palabras siempre eran las mismas: -"Vas muy bien, Eduardo". Y terminaba hablando e invocando a Dios: -"No olvides nunca que en tu caso estuvo involucrado el Ser Supremo". Yo me limitaba a asentir. Debo agregar que aún cuando nos mudamos del hospital, Simón siempre estuvo pendiente de mi caso. El contó que cuando volvió a su trabajo en aquel centro de salud, algunos médicos que me habían visto, le preguntaban: -"¿Qué pasó con el enfermo aquel del problema de la aorta?. Simón respondía con orgullo: -"El está vivo". Y aquellos galenos, quienes no supieron responder con ética su compromiso social de aquella hora, se les escuchaba decir sorprendidos: -"¿En serio?.
Bueno, y llegó el ansiado momento de volver a casa, luego de haber superado aquel "torbellino de abril" con la ayuda Divina. Mirian lucía serena y con sus ojos brillantes, como diciendo: -"Gracias a Dios volvemos a nuestro hogar". Y me veía cual preciado tesoro que ella cuidaba celosamente, después de haber estado en serio peligro. Ya en casa, recibimos innumerables llamadas difíciles de ser cuantificadas. Un buen día se aparecieron los cultores del folclor, en el género del canto y la composición, José Maluenga y Antonio "toño" Fernández. Maluenga me dijo: -"Poeta, aqui estamos. Cuando supe de su problema no estaba aqui, pero siempre estuvimos pendientes". "Toño" por su parte, siempre con sus bromas a flor de labios, expresó: -"Poeta, siempre supe que su sangre vernácula, su sangre india, lo ayudaría a superar su mal". Y fueron varias las llamadas del compositor de música llanera e intérprete, "Cheo" José, quien me exteriorizaba por el hilo telefónico: -"Poeta, aqui estoy. No vaya a creer que me he olvidado de usted. Siempre le pedí a Dios por su recuperación". Benjamín Parada, periodista y jefe de información del diario El Regional, me comentó al visitarme: -"¿Recuerdas aquella llamada que te hice a la clínica? Yo estaba muy preocupado por tu salud y cuando me contestaste el telefóno y ante algo que dije te echaste a reír, sentí un gran alivio y me volvió el ánimo al cuerpo. Comprendí que estabas mejorando". Otro día se apareció Consuelo, Desiré y Marisela, y al entrar a mi cuarto las vi con emoción y gratitud. Consuelo me dijo al entrar: -"Quiero que sepas que recé mucho por ti". La miré con alegría y respeto. Debo dejar constancia con notas de agradecimiento para mis compañeros de trabajo del Instituto Municipal de Cultura de Páez, con sede en Acarigua, quienes siempre dieronmuestras inequívocas de afecto y comprensión durante las horas complicadas que viví. Asimismo, para los innumerables camaradas de la alcaldía de Páez por sus vivas manifestaciones de cariño y simpatía. Y valga también mi reconocimiento y gratitud para mis amigos y conocidos de la cuadra donde viven mis compadres Dulcinea y Alfonso, en la urbanización Los Bolivarianos -me refiero a Moraima, Lily, Marilin, Julio, Israel, entre otros-, en Valle de la Pascua, quienes siempre estuvieron pendientes. Y para todos aquellos que sin conocerme personalmente, al enterarse de mi mal enviaban sus plegarias al cielo. Vale la pena también contarles una anécdota que vivimos cuamdo llegamos a Acarigua y decidimos ubicar a algún médico para control y evaluaciones periódicas. Optamos por doctor Néstor González, que como hemos dicho fue quien nos atendió al inicio de la crisis que habíamos presentado. Cuando fuimos a la consulta y al tocarnos el turno, la secretaria leyó mi nombre. Y dijo en voz alta: -Este no debe ser el mismo Eduardo Correa que atendimos hace tres semanas aqui y que estaba realmente grave". Mi hija María del Mar le acotó: -"Sí, es el mismo". La ayudante respondió exaltada: -"No puede ser". Mirian intercedió y aseguró: -"Claro que puede ser, venga para que lo vea". La secretaria dio un salto, casi derribó el escritorio y corrió hacia mi. Al verme y reconocerme me abrazó exclamando: -"Eduardo, que alegría verte. Dios si es grande, bendito sea el Señor". Yo no podía identificar a la señora, y al superar aquel momento dramático, Mirian me aclaró: -"Mi amor, ella fue la que te atendió junto al doctor González, cuando vinimos aqui el 8 de abril y tú tenías el dolor". Era cierto, esa secretaria había presenciado mi estado crítico de aquella hora donde los médicos no apostaban nada, o muy poco, por mi vida. Tal había sido la gravedad de mi situación.
En las postrimerías de estas notas surgidas de la vida real, llega a mi corazón una nueva interrogante impregnada de profunda sublimidad, ¿Cómo pagar aqui en la tierra tanto amor y solidaridad recibidos de tanta gente en esos días de dolor y angustia? Mi corazón se ensancha cada vez más para darle cabida a todas esas muestras de mágica adhesión, y las preguntas siguen acosándome, ¿Cómo pagarle a Zenaida Linárez Acosta todod ese torrente de afecto derramado sobre mi persona? ¿ Y a Mirian? ¿Y a Rafael Enrique Guarán? ¿ A María del Valle y a María del Mar? ¿A César, Paulino, José y Mario? ¿ Y a Carmen? ¿ A Beatriz y a Silvio Salomón?. Y así como a ellos, a los demás que no escatimaron desvelo y preocupación en mis días precarios, y que de nombrarlos específicamente harían interminables estas palabras, pero que, como ya hemos expresado, mi afecto y agradecimiento serán imperecederos. Se me ocurre parafrasear al Libertador Simón Bolívar, y apuntarles: -"Todo lo que ustedes hicieron por mí en aquellos momentos trascendentales de mi existencia, nunca podré pagárselos, pero mi gratitud será eterna".
Al concluir esta breve historia, una emoción muy grande recorre todo mi cuerpo. Sí, no hay ninguna duda. Dios estuvo siempre allí con nosotros y desde Su Trono Celestial había tejido una especie de red humana en la tierra y le dio a cada una de esas personas una Misión que fue cumplida cabalmente. Cual fina obra de teatro, Dios entregó su papel a cada quien para que fuera interpretado con el brillo con que ocurrió. Su Aliento Divino condujo todos los hilos que llevaron a mi salvación. Por eso, Dios -Santísimo y Divino- te doy las gracias eternas por devolverme un tiempo más a la tierra, y te prometo solemnemente que este humilde servidor seguirá viviendo y transitando con Tu Palabra, porque Tú Eres la Verdad, El Camino y La vida". Y ruego porque a mis familiares, a mis amigos y conocidos les devuelvas sus rezos y buenos deseos en salud, convencidos como estamos de Tu Excelsa Bondad, y que también las lágrimas derramadas por toda esa gente maravillosa, TÚ las conduzcas al río Jordán -aguas sagradas donde fuera bautizado Nuestro Señor Jesucristo, Unigénito Tuyo- y que su permanencia en el tiempo, riegue las esperanzas por un mundo mejor.
¡ BENDITO SEAS, SEÑOR!.

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