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Carta a Hugo Chávez, convaleciente

        Chávez, debo comenzar diciéndote que lo primero que se me vino a la mente, cuando pensé escribirte, fue qué podía yo expresar sobre ti que ya no se hubiese dicho. Y era cierto, porque han sido ríos de tinta los que se han vertido sobre tus obras, no solo en Venezuela, tu pais, sino en el mundo. La radio, la TV, periódicos, revistas y libros han llevado tu voz, tu figura y tus palabras por los más recónditos lugares del planeta. ¿A cuántos no has emocionado y despertado? Millones. ¿A cuántos no pusiste a soñar con mundos nuevos? Millones. ¿Y cuántos pueblos no se han movilizado con tu aliento? Muchos. Imposible enumerar a los desposeídos que les llevaste esperanza y fe en la lucha. Y los círculos del poder mundial comenzaron a verte de soslayo, primerante, y después, una vez que te eligieron en el mando, no han escatimado esfuerzo y dinero para socavar tus ideas, tus hechuras y tu mensaje, que una vez echado a volar, y sigue volando, fue acompañado de corazones y mentes que fueron sojuzgadas y que ahora sienten que se  levantan.

       Pero algo tenía yo que decirte, y mi mente solo atinó a recordar cuando nos conocimos personalmente. Claro que ya había sido impactado, con alegría y emoción, en aquella inolvidable madrugada de febrero cuando te rebelaste junto a tus compañeros de uniforme. Nos vimos unas tres o cuatros veces. La primera en Barquisimeto, en un foro universitario que luego de recibir tu mensaje fue poco lo que hablamos y prácticamente nos limitamos a intercambiar tarjetas de presentación. Después nos encontramos en Guanare en un acto campesino que fue organizado por un grupo en el que me contaba. Fue una reunión que, casi espontáneamente, se convirtió en un acto de masas. Recuerdo que al final coincidimos en un pasillo y me dijiste con no poca emoción: "Gracias, compatriota, gracias por ese acto que fue muy bueno: Te agradezco de corazón". Aunque debo decir que apenas fui uno más en la iniciativa. Y en cuanto nos estrechamos las manos tuviste que salir porque más adelante te esperaba un grupo de comunicadores para otra reunión pautada. Al poco tiempo volveríamos a dar en Araure en un encuentro con los productores agrícolas. Esa vez nos vimos a la distancia, y debido a la multitud, solo cruzamos las miradas y saludaste con tu característico gesto militar. En easa contadas ocasiones pude ver en tus ojos, brillantes y apurados, un cúmulo de sueños e ilusiones con los que  millones se contagiarían después.

        Y huelga decir lo que ha sucedido en catorce años de gobierno. Todo el mundo conoce y sabe, y ya cada cual tiene su balance propio. Y en ese tiempo, en los últimos años, te viste afectado por una grave enfermedad que te mantiene convaleciente, ya intervenido quirurgicamente en cuatro oportunidades. Y quizá, en esta parte de mi carta está lo más espinoso del asunto. Es triste, Chávez, que tenga que decirte, que así como tus palabras y hechos de gobierno han alentado y enamorado a muchos y esos muchos demuestran tristeza y anhelan tu recuperación, no son pocos, dolorosamente, los que se aprovechan de tu caída para desear que no vuelvas a levantarte más, son esas voces y almas envenenadas por el egoísmo y la revancha, por el oportunismo y las ambiciones desmedidas y el afan de poder. Gente que no parece gente y que no se comporta como tal. Son esas almas miserables que están prestas a celebrar tu inhabiliatción, sea cual sea y como sea. Son como cuervos que se alimentan de los demás, que no sienten y no se conmueven con los dolores ajenos y que son capaces, producto de sus amarguras y pequeñeces, de comportarse con hidalguía y altura. Son esos Caínes que se muestran despiadados con los Abeles de esta tierra y que muestran sus dientes, cual hienas, a la presa que presienten cerca.

        Pero, no importa Chávez, por ese puñado de desalmados que juegan y sueñan con tu desaparición, son millones los que esperan que aparezcas, por esos cuantos con sentimientos oscuros, existen millones que irradian luz y piden al Santísimo por tu recuperación. Tú te levantarás y vendrás con tu pueblo. Y si Dios quiere, tú querrás, y si es la voluntad del Creador, tú volverás. Aunque debo decir que tú no morirás. 

Atentamente

Eduardo  Correa.


















 







  

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