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En defensa del folclor, Nueva Edición


En defensa del folclor

Conversaciones con cantores, artículos de opinión y un poco de historia




                                                                    



Por  Eduardo Correa



¿Qué es el folclor?






Sepámoslo por el cantor Jorge Guerrero: 

“Porque una tarde en el Elorza, juré si mal no recuerdo, poner el folclor en alto, respetarlo y defenderlo, porque para mí el folclor es todo lo que tenemos: llanuras, ríos y montañas, selvas y emporios mineros. Folclor es una laguna, el bullicio de un garcero, un corral de vacas mansas y el canto del becerrero, folclor es el Ave María, el Padre Nuestro y el Credo, folclor es querer a los niños y respetar a los abuelos, tender una mano amiga al humilde             pordiosero, folclor son todos toditos los nativos de este suelo...”.





Yo nací en esta rivera del Arauca vibrador…”



 Contenido



El día que conocí a Sexagésimo
Las cosas que me dijo Jorge Guerrero
Alfredo Sadel, inmenso e irrepetible
A Salvador González, El Magistral
Recordando al legendario Héctor Cabrera
El prodigio del arpa de Requena
Al son de su arpa conquistó el mundo
El caraqueño que se hizo llanero ejemplar
Reynaldo Armas se salió con la suya
A Orlando Rivero, homenaje póstumo
Freddy Salcedo, ¿heredero de Orfeo?
En aquel día prohibieron el joropo
El baile maravilloso de Yolanda Moreno
Elorza, lo más criollito del mapa
“Estas son las cosas que me hacen olvidar”
“Soy puerto abandonado”
Del Silbón y otras obstinaciones
Los deformadores del folclor 1
Los deformadores del folclor 2
Los deformadores del folclor 3
Algunas emisoras deforman el folclor
Se acabaron las serenatas
“Del Guárico los cantares”
Jeannette Osal: Un regalo de Dios
La primera vez que vi a Gerardo Brito
Cuando el cuatro sonoro se convirtió en Bandera
Luis Silva: Cuatro en mano enamoró a Venezuela



    
          El día que conocí a Sexagésimo 
                             Barco



A mediados  de los años ochenta y en una de esas tardes frescas en Río Acarigua, que dicho sea de pasada, ya no son usuales, fue cuando conocí a Sexagésimo Barco, el de la magnífica y aterciopelada voz que le cantó y enamoró al llano y a toda Venezuela. Pero no lo conocí personalmente en esa ocasión, sino que atendiendo una gentil invitación que me hiciera un amigo que allí vive y trabaja, fuimos a dar a un lugar que no por humilde y sencillo dejaba de ser acogedor. Allí expendían cervezas y había una “rocola” que amenizaba, como era costumbre,  la estadía  de los parroquianos que frecuentaban el sitio. Conversaba con mi amigo cuando de pronto salió una canción interpretada por una voz, que a mi modo de ver y sentir, era exquisita, y fue tal el impacto que me quede callado poniendo  toda mi atención en la melodía. Era el tema “Vagabundo enamorado”, de Euclides Leal, que con una buena letra y el acompañamiento musical, lo hacía singular, y si todo eso, letra y música, tenían ribetes particulares, la voz que se dejaba escuchar era sencillamente ¡única! Para entonces, Sexagésimo venía llamando la atención de los seguidores del folclor llanero y en poco tiempo ocupó lugares de preferencia y fue precisamente la canción referida  la que “sonaba” con insistencia y que se hizo favorita de muchos, no solo en el llano, sino en todo el país y fuera de él. Y Sexagésimo comenzó a forjarse una fama de cantor y de tenor que convenció, con calidad y profesionalismo, a propios y extraños.

 Yo lo conocería personalmente en El Tranquero, lugar donde presentaban música criolla en vivo, en Acarigua. Ese día me lo presentó el promotor de la jornada, quien minutos después se excusaba con el trovador, que ya había cantado, y le decía: “Sexagésimo, cómo pudiste ver aquí hubo poco público y salimos con las tablas en la cabeza, así que por favor te pido que me aceptes esta cantidad. Tú sabes cómo es”. Dicho aquello le entregó  mil bolívares de los de antes. Cuando el organizador se hubo marchado, Barco me miró con su rostro circunspecto y expresó: “Estos tipos siempre le salen a uno con eso, que si quebraron, que si no vino mucha gente y ya yo me estoy cansando de todo esto”. Después me tocaría presentarlo en un evento fungiendo yo de animador, esta vez en un escenario repleto, también en esta ciudad  y en donde todos coreaban su nombre. Al final, cuando me devolvió el micrófono, Sexagésimo lucía contento por la aceptación pública y quizás conforme con sus honorarios ya en el bolsillo. Me hizo una acotación: “Dijiste mucho mi apellido, soy solo Sexagésimo”. Comprendí que era para los efectos artísticos. Nos despedimos y se marchó presuroso, porque según me aseguró, tenía otro “tigre” más adelante. Luego nos veríamos también en Agua Blanca, actuando en un club del lugar atestado de personas y muchas de las cuales se acercaban a saludarlo y a pedirle autógrafos. Esa vez asistí invitado por su hermano Francisco, y al vernos, Sexagésimo fue a saludarnos y nos pidió que nos acercáramos a la tarima para ofrecernos su canto.
     
Debe anotarse, que casi todo lo referido pertenece a los comienzos de la carrera de Sexagésimo. Todo el mundo sabe los altísimos niveles de popularidad que alcanzó este cantante, que dada las características,  los maravillosos tonos y registros de su voz, lo apodaron El Tenor del Llano. Ignoro el resultado económico de su actividad artística, pero si queda constancia de su popularidad y aceptación, de su protagonismo radial y televisivo, así como su personalidad y don de buena gente. El llano, Venezuela y más allá de nuestra geografía, vivieron un tiempo mágico, maravilloso,  singular y privilegiado con el talento musical de Sexagésimo.      




 Las cosas que me dijo Jorge Guerrero



Una noche nos vimos en Barquisimeto y fue  en casa de unos amigos  admiradores del trovador apureño que cortésmente nos permitieron tenerlo al alcance, dado que Guerrero, hoy por hoy, no es  fácil acercársele y entablar una conversación con él y la más de las veces ni un saludo directo ni mucho menos un apretón de manos. Y valga decirlo, no es porque el intérprete del sabroso joropo “Remembranzas del Guerrero” así lo quiera sino porque es humanamente comprensible que no se pueda atender y relacionarse con una multitud que no más al verle se le va encima. Es más, le cuesta mucho subir a la tarima y bajar de ella debido a la aglomeración que cada vez en sus presentaciones le aborda. Y sus propios custodios, quienes tratan de dirigirlo y permitirle avanzar, lo consiguen a duras penas. Porque, no es solo al cantor, es también a la persona, a su forma de ser, a su humildad y a su carisma desbordante al que persigue la multitud. Hay que verlo para creerlo.

Por eso, esa noche, en la ciudad “del cuatro y el corrío”, no podíamos desperdiciar la ocasión de saludarlo personalmente y hablarle de algunos temas. En cuanto llegó nos saludó gentilmente y nos dispusimos a conversar, y en cuanto pude le comenté la situación que yo había vivido, hace unos años, en Valle de la Pascua cuando fui de visita. En los días que duró mi estancia el tema obligado era Jorge Guerrero y apenas llegaba este a la ciudad, sin saber cómo, el pueblo se enteraba y en seguida  la comidilla y de boca en boca: “Guerrero está en La Pascua, esta noche canta en tal parte, allí nos vemos. No podemos fallar”. Vaya popularidad. Y sus canciones sonaban en cualquier parte. Los grupos en las esquinas con sus reproductores, en los vehículos, en las casas y en los que caminaban tarareando alguno de sus temas pegados. Era una especie de “guerrero-manía”. El cantor de “Plomos de felicidad”, me dijo: “Sí, yo le tengo muchísimo agradecimiento a ese pueblo, allí he tenido un apoyo incalculable y un cariño bonito, como en todo el país. Yo no podría pagarles tanto amor”. Y le hablé del tema que compuso y le dedicó a la tierra de Leonardo Infante, “Agradecimiento”. Y es que ese tema adquirió especial relevancia porque surgió como respuesta a la actitud que asumió ese pueblo llanero cuando supo del percance que sufrió Guerrero con su voz. Fueron días difíciles en la carrera del nativo de  Elorza, y el vallepascuense se sintió compungido y su solidaridad fue automática, así como todos sus admiradores en la geografía nacional.

Cuando le comenté respecto de la multitud que siempre le abordaba, me dijo: “Eso es algo que no encuentro como explicar. Me duele mucho no poder saludar a cada uno y corresponderles como bien se merecen, pero es físicamente imposible y hago esfuerzos tratando de que ellos comprendan”. Entonces me contó lo sucedido ese día en Las Trinitarias, de Barquisimeto. Guerrero iba de lentes oscuros con su gorra calada y de vestir sencillo, y aun así fue reconocido por unas personas que le abordaron: “Señor, ¿usted es Jorge Guerrero? Y enseguida el autor de “De nuevo en el arpa” les atendió amablemente y firmó varios autógrafos.  Asimismo, me comentó de la casi imposibilidad de realizar algunas de sus diligencias personales, debido a la multitud que se agrupa nada más al conocer de su presencia, como por ejemplo asuntos bancarios. Y ahí le gasté una broma, al decirle: “Bueno, Jorge, cuando necesites llevar dinero al banco, yo te ayudo y evitamos inconvenientes”. Él se limitó a reír y celebramos la chanza.

Esa noche la señora de la casa sirvió unos tragos, pero el trovador estaba cumpliendo rigurosamente con el tratamiento impuesto con el fin de reponerse del problema vocal surgido unos meses atrás. Se fue a dormir temprano. Al día siguiente debía cumplir con un compromiso propio de su oficio. Antes de partir, me expresó enfático: “Fama, lo espero allá en Elorza, en el fundito mío”. Al agradecerle, le respondí: “Esta bien, yo voy. Quienquita y podamos cachilapear”. Y en enseguida la respuesta terminante: “Que va, fama, yo soy un hombre muy sano y honesto”. Le aclaré con una sonrisa que se trataba de una broma y Jorge Guerrero la aceptó con su habitual amabilidad. Me quedé pensando que ojalá sea solo canción aquello de “Se volvió a rascar el Guerrero”. Y finalmente, como olvidar su humildad extrema ante las preguntas que alguien le hiciera en una presentación televisiva: “¿Usted es músico? –No, rasguño el cuatro cuando estoy dándole forma a alguna de mis letras. Y entonces, ¿qué hace usted? –Medio canto”.


Alfredo Sadel, inmenso e irrepetible

“Ha sido el más grande ídolo que ha producido Venezuela, un país donde ciertamente no se hacen ídolos”


Cuando lo vi por primera vez era apenas un adolescente y fue en Valle de la Pascua  que celebraba una de sus primeras ferias agropecuarias y ese festejo había despertado las simpatías de todos sus habitantes que esperaban expectantes el desarrollo de los acontecimientos. Y es que en lo que tuvo que ver con la parte musical, los organizadores del histórico evento no escatimaron esfuerzos en la invitación que se  hizo a los artistas de mayor renombre con que contaba el país en ese entonces. De ahí que la noche pautada para la estelarísima presentación desfilaron por el escenario llanero una constelación que era encabezada por la primerísima figura de Alfredo Sánchez Luna.

Recuerdo que me ubiqué muy cerca de la tarima y allí estaba el cantante con su imponente y alegre presencia y que el público abarrotado en el lugar no quitaba sus ojos de admiración del intérprete y de los colegas que lo acompañaban, donde destacaban también Mario Suarez, Mayra Martí, Trino Mora, entre otros estelarísimos. Y es imposible olvidar cuando Sadel tomó la palabra y después del saludo hizo una cordial invitación a los que colmaban el sitio e instó a cualquiera que tuviera condiciones para el canto a que subiera al escenario para darle la oportunidad. Fue entonces cuando mi ímpetu de muchacho campesino y algo travieso, me movió a levantar la mano y mirándome, me preguntó: “¿Tú quieres venir? Ven, sube”. Eso me estremeció y me  puso tan nervioso que no me quedó más remedio que confundirme y perderme en la multitud.

Ahora, dando por descontado que Alfredo Sadel es harto conocido en el país,  aunque no sé si deba hacerse la excepción entre los jóvenes, me  permito llevarles algunas referencias y anécdotas de este singular venezolano que fueron investigadas y recogidas en el excelente libro que publicó recientemente el escritor Carlos Alarico Gómez, cuyo esfuerzo merece todo el reconocimiento del mundo. Cuando Sadel todavía no había llegado a la mayoría de edad, el ambiente musical venezolano era uno de los mejores de cualquier época y los más reputados exponentes de la canción del momento se daban cita en nuestro país. En una ocasión el caraqueño –con apenas quince años- quiso ver la presentación de Néstor Chayres y Los Panchos y burló la vigilancia, pero fue descubierto y expulsado del teatro. Cuando lo llevaban  venía Ángel Sauce, maestro musical, y lo recriminó, diciendo: “Joven, eso le pasa por no hacerme caso, ya le he dicho otras veces que no debe molestar a los artistas”. El muchacho le respondió respetuoso: “Esta bien, maestro, pero recuerde que algún día yo seré un gran artista y entonces tendrá usted que acompañarme”. Y en efecto, así fue años después.

Sadel conoció a Juan Arvizu y Tito Schipa. Arvizu fue conocido como “el tenor de la voz de seda” y Schipa, célebre tenor italiano,  al escuchar cantar al caraqueño, le expresó: “Usted triunfará”. En otra ocasión, El Tenor favorito de Venezuela se presentó en Caracas y cuanto modulaba la estrofa de la canción Magia Blanca: “Quisiera ser un mago....”, escuchó desde el fondo de la sala que gritaban “aquí está tu varita…”. El tenor llamó a un hermano y le pidió que “cazara” al intruso y al final del evento el tenor le preguntó: “¿Qué pasó, conseguiste al tipo?”. Y recibió la respuesta: “Sí, lo conseguí y lo saqué. Pero no me mostró ninguna varita, porque si lo hubiera hecho le doy un conchazo”. El cantante lo celebró con una carcajada. En uno de sus regresos a Caracas, el intérprete de “Ansiedad”, fue invitado a un homenaje que le hacían a Susana Duim, quien había ganado el Miss Mundo. También estaban invitados César Girón, Chico Carrasquel y Aldemaro Romero. Al finalizar el acto fueron invitados a cenar y Girón, en cuya camioneta andaban, se estacionó en un lugar prohibido y de inmediato llegó un fiscal de tránsito que les dijo: “Señores, no pueden estacionar el carro allí”. Y entonces el diestro, con mucha paciencia, le respondió: “Dígame una cosa, señor fiscal, ¿usted no sabe quién soy yo? Y el fiscal le dijo: “No, no lo sé”. Y Girón, fingiendo cierta preocupación, lo increpó de nuevo: “Y no me diga que tampoco sabe quiénes son  las personas que me acompañan”. Y el imperturbable fiscal le volvió a decir: “No, tampoco sé quiénes son”. El torero envalentonado le dijo enfático: “Pues, sepa usted que esta señorita es la mujer más bella del mundo; este caballero a mi izquierda es Carrasquelito, el mejor campo corto del mundo; el que está a mi derecha es Alfredo Sadel, el mejor cantante del mundo; el que está a su lado es Aldemaro Romero, el mejor director de orquesta del mundo; y yo soy César Girón, el mejor torero del mundo”. El fiscal bajó la mirada y esto fue aprovechado por los famosos para entrar al negocio. Horas después del ágape salieron y se encontraron con una multa en el parabrisas y una nota que decía: “Y esta multa la firmo yo, Pedro Martínez, que soy el mejor fiscal de tránsito del mundo”.

Bien sabido es que el hijo de la parroquia San Juan, en Caracas, triunfó en el cine mexicano y en una de esas películas protagonizó teniendo como segunda figura al famoso intérprete de canciones rancheras Miguel Aceves Mejías, quien no estaba a gusto teniendo al venezolano primero que él en los créditos y al final terminaron cayéndose a golpes, pero después terminarían en una gran amistad que perduró. De Sadel dijo el crítico cubano, Ramón Calzadilla: “En mi opinión es una de las cinco voces de tenores más bellas del mundo”.


A Salvador González, “El Magistral”


“Échale tierra en los ojos y échale cruz al camino para que cuente su vida este pobre campesino”



En nuestra memoria guardamos muchas de aquellas vivencias infantiles que tuvimos en el Grupo Escolar Carlos J. Bello, de Valle de la Pascua, cuando fuimos a cursar el primer grado que en aquellos tiempos era esperado con ansias porque era la primera puerta que se quería cruzar en la búsqueda de los primeros conocimientos escolarizados. Y él estaba allí como especialísimo maestro de primaria y que los incipientes estudiantes tenían el privilegio de oír y compartir con tan dilecto y afable  personaje. Y es que en los actos culturales de esa escuela, que empezaban a “ordenar y a darle forma a nuestros primeros sentimientos”, este hombre protagonizaba con especial relevancia y con su inseparable cuatro y su matizada voz entonaba piezas inolvidables de nuestro folclor. Y nuestra suerte personal con respecto de este dilecto guía nos seguiría acompañando porque después del tercer grado hubimos de cambiarnos a la Escuela Artesanal Granja y la  conocida figura también se iba a aquel centro especializado menor. Y allí siguieron los eventos, algunos espontáneos,  nacidos del ferviente deseo de expresar lo más sublime del alma. Y llegaron los intercambios culturales con otras escuelas similares, cuyos viajes alegres y colectivos eran amenizados por “el hombre del cuatro y su voz cantarina”, pero es de advertir que allí encontró la especialísima compañía de otro no menos talentoso cuatrista e intérprete y juntos hacían muy propias esas delicias musicales que los atentos muchachos celebraban con alegría y fervor. Aquel oportuno acompañante –cursante al igual que nosotros- no era otro que Claret Rodríguez, hoy convertido en otro guariqueño de excepción por sus aportes a la cultura y su trayectoria como persona y padre de familia.

Pero el hombre del cuento, como suele decirse en el llano, ya está anotado en el título de este escrito como puede verse. El singular intérprete, serenatero por antonomasia, que fue Salvador González, y que llegó a ser conocido en toda Venezuela como El Magistral. Este guariqueño, con su excepcional y bien timbrada voz, adornó muchas noches y madrugadas llaneras al pie de un arpa y al pie de una ventana. Fueron muchas las veces que lo escuchamos en Valle de la Pascua, en la barriada de Guamachal, donde  crecimos, despertando gratamente a los vecinos con sus bonitas canciones. Y como hemos señalado, Salvador fue un docente de aquilatados méritos, que después fue absorbido por el folclor. Fundó junto a otros vocalistas El Quinteto Magisterial, casi todos eran docentes de la escuela primaria, que cosechó muchos éxitos enalteciendo nuestra cultura autóctona.

El grupo se desintegraría luego y González se lanzó como solista e impuso varios temas a nivel nacional, y he aquí algunos de ellos: “Muchachito campesino”, del autor Luis Cruz; “Soisolita”, de Joel Hernández, compositor portugueseño; “Noche de amor”, de Amílcar Segura; “Venezuela habla cantando”, de Conny Méndez, “Vestida de garza blanca”, de Sosa Caro, hermosísimas canciones que adquirieron en su rítmica y esplendida voz matices con ribetes de excelencia. Además, al decir de algunos expertos, el género de la danza adquirió en su voz una calidad inigualable. Este inquieto guariqueño también hizo suyos varios festivales de renombre, en unos tiempos cuando no había tantos artilugios como los hay ahora. Y cabe decir, que en los tiempos en que grabó Salvador su primer disco las cosas no eran fáciles. Era necesario tener mucho talento para hacerlo y las disqueras no se arriesgaban con cualquiera, no solo por el talento que debían exhibir, que es mucho decir, sino en especial por aquello “del ojo de águila” del empresario para encontrar esa especie de “diamante” que una vez pulido genere ganancias monetarias suficientes para saciar las apetencias. Claro, no todos tenían ese pensamiento primigenio que excita el afán de lucro por encima de cualquier otra cosa. Pero fue tal la calidad de este intérprete que venció todas esas barreras. Y no era como ahora, que al decir de mi amigo y cantor llanero, José Maluenga: “Orita cualquiera reúne una platica y se va y graba y echa a perder la música”.

Pero Salvador González, a pesar de su calidad interpretativa, su constancia y su don de buena gente, no las tuvo todas consigo. En aquel momento “penetrar” con la música venezolana era cuesta arriba. Se escuchaba en la radio, más que todo en la madrugada cuando buena parte de los venezolanos están durmiendo.  Y  la televisión, obviamente, era prácticamente impenetrable. Sólo quedaba “matar tigres” en las tascas y restaurantes, donde se “ganaba” muy poco y quien pretendiera vivir del canto y de la música debía soportar las deficientes condiciones de unos “empresarios” mezquinos, improvisados e ignorantes en su mayoría. Sin embargo, este cantor del llano libró su propia batalla defendiendo nuestra nacionalidad y nuestras costumbres patrias. Pero lo pagó muy caro. Terminó enfermo y murió en condiciones económicas deplorables, hasta el punto que hubo que recurrir a una verbena –en una evidencia de la bondad del pueblo valle pascuense que lo vio crecer como trabajador y cantor incipiente- para recoger fondos y buscarle médicos y medicina. Valga acotar que hubo mucha solidaridad de parte de sus colegas trovadores.

Pero nunca pudo recuperar por completo su salud que se había resquebrajado en su peregrinaje  por los caminos de Venezuela y sus exigentes escenarios. Y así se marchó tristemente el serenatero, el del impecable y pegajoso timbre vocal, y nos dejó un legado cultural que, desafortunadamente, se escucha muy poco en la radio y para colmo desconocido en los centros educativos, como sucede con todo ese patrimonio folclórico musical que ha sido un aporte histórico de nuestros relevantes intérpretes de ayer y de hoy.   


               Héctor Cabrera: “El legendario”



Venezuela ha tenido excelentes voces con espléndidos matices, que han “enloquecido”, por así decirlo, a un vasto sector del público femenino, en especial. De allí que sea muy válido traer esto: “Es un hecho que esas voces melódicas han sido legadas  a los sonidos del mundo”. Esto es suficiente para sentirse  honrado de esos nacionales que se distinguieron en el canto y en la música. En esta ocasión voy  referirme a la música popular donde lo criollo y  lo autóctono tuvieron especial relevancia. Cito entre esa pléyade al especialísimo Héctor Cabrera, a quien apodaron con  tino “El poeta de la canción”. Este cantor alcanzó plenamente el éxito, tanto en el país como  fuera de él, y fue aplaudido fervorosamente. Y algo que debe destacarse: Jamás perdió su humildad y su porte de caballero como embajador musical. Fíjense lo que dijo en una ocasión: “yo nací en Monte Piedad y a los pocos días nos mudamos dos ranchos más abajo y esto era ya San Juan...”.

La música venezolana, la que de modo extraordinario se entona con los instrumentos del arpa, cuatro y maracas, ha tenido épocas deslumbrantes en el exterior,  y en esos éxitos rotundos que poco recuerda la memoria musical de esta nación, podemos inscribir con mucha honra, como he dicho al comienzo, al caraqueño Héctor Cabrera. Desafortunadamente, como  bien se sabe, el país ha sido afectado, seriamente, por una desmemoria en este campo que ha hecho que esta generación o digamos que buena parte de ella, no conozca muy bien las singulares andanzas de nuestros artistas y representantes musicales por todo el orbe o por lo menos por buena parte del mismo. En el caso citado, puedo rememorar que Cabrera –con su excelente voz de barítono- grabó en 1960 con el acompañamiento del gran arpista Amado Lovera, El Pájaro Chogüi, de Germán “indio” Pitagua. Fíjense lo que dice el propio Héctor: “Esa canción se pegó y fue el triunfo mas grande, la locura, recorrí toda Cuba, conocí a los más grandes cantantes, trabajé con Benny Moré, Olga Guillot, con Blanca Rosa Gil...”. En ese mismo trabajo discográfico también iba Venezuela habla Cantando, de la recordada Conny Méndez, que tuvo en Venezuela aceptación popular masiva. Asimismo, hay allí temas hermosísimos de Luis Arismendi, Eladio Tarife, Rafael Montaño y Luis Cruz, entre otros reconocidos compositores.

En 1964, Cabrera recibe el espaldarazo de Juan Vicente Torrealba y con su maravillosa arpa graban el tema Isabel, del propio Torrealba, que fue un éxito muy sonado a nivel nacional y aplaudido también en el exterior, como por ejemplo en Medellín, Bogotá y Puerto Rico, por el mes de mayo de 1959. Después vendría el conocidísimo tema Rosario, cuya autoría es de Juan Vicente y del poeta Ernesto Luis Rodríguez. Puedo finalizar este breve comentario sobre la resonancia que ha tenido la música venezolana fuera de nuestras fronteras,  con el triunfo apoteósico que tuvo Héctor Cabrera en México, nada más y nada menos, ¿cierto?, donde debutó en 1964 y después se quedaría a vivir allí un buen tiempo.

Cabrera actuó en El Señorial, el club más lujoso de la capital azteca. Fijémonos en esto, mientras el venezolano actuaba en este centro, en otros clubes y teatros famosos se presentaban figuras como las de José Alfredo Jiménez, Javier Solís, Lucha Villa y Sonia López, entre otros grandes artistas mejicanos. En El Señorial Cabrera cantaba Cariño Mío, que había grabado con el acompañamiento de José Enrique “Chelique” Sarabia y los hermanos Oropeza, y allí el arpa hacía de las suyas, tema este que fue presentado en México como uno de los grandes éxitos que venía obteniendo el venezolano, nacido en El Guarataro. Claro está que no faltaba el tema Ansiedad, que al decir del mismo Cabrera era una locura cuando lo interpretaba. Escúchese lo que dijo también el intérprete en una oportunidad: “En México trabajé con los mejores, con Pedro Vargas, Libertad Lamarque y Miguel Aceves Mejía...”. Termino, ahora sí, diciendo que Héctor Cabrera paseó su talento por EEUU –por cierto allí cantó un tango de Gardel, pero con un arreglo de arpa que le correspondió a Sarabia y a Oropeza y que tuvo por nombre Rubias de New York-, además de Argentina, Puerto Rico, República Dominicana, España, etc. Faltaba decir que este singular cantante criollo incursionó felizmente en varios géneros musicales como el bolero y el llamado para la época, rock lento. Por último podríamos acotar que tiene sus méritos incursionar  con arpa, cuatro y maracas fuera del país –aunque son muy pocos quienes lo han hecho-, pero existe una gran diferencia hacerlo por mucho tiempo y con desbordante éxito como fue el caso que hemos citado de Cabrera.



El prodigio del arpa de Requena



Un cantor de la sabana, de esos que abundan, lo definió de esta manera en una estrofa no exenta de metáfora: “El folclor se ha guarecido bajo exigua y rara carpa, techo tú le has ofrecido bajo el cordaje de tu arpa”. Era una forma de expresar con el canto todas las cosas que significó el gran Lelis Requena, arpista y músico singular,  quien por muchos años irradió un talento muy particular abrazado a su “camoruca”, como se le  dice en la llanura al antiguo instrumento.  Requena  era oriundo de un pintoresco poblado llamado  Bella Vista, ubicado muy cerca de Valle de la Pascua, a unos veinte kilómetros y a orillas de la carretera nacional que conduce a El Socorro y Santamaría de Ipire importantes poblaciones guariqueñas. Con su familia se dedicó a las comunes faenas del llano y claro está que parte de su tiempo lo invertía en sus prácticas musicales, en un apartado rincón de su humilde vivienda. ¿Sería acaso que Lelis captaba en su mente, oído y  corazón el canto del turpial mañanero que cada día escuchaba, nomás al levantarse y lo entremezclaba en las cuerdas sonoras con el resultado de una hermosa melodía?  Y no solo de  esa singular ave amarilla y negra de dulce canto, sino, asimismo, de  esas otras canoras que pueblan la llanura y que enternecen el ambiente con esos bonitos  y suaves sonidos que llegan al corazón. Quien sabe. Pero, fijémonos bien. El grandioso  Beethoven estableció que las vibraciones en el aire son el aliento de Dios hablándole a las almas y que por eso la música es parte del lenguaje divino. En eso no exageró para nada el eximio músico porque es Dios, realmente,  el que dota de lo sublime, y en ello entran de igual modo los pájaros cantores que citáramos más arriba, por ser  parte de su Creación.

¿Cómo olvidar aquellos fines de semana en Las lomas de Lino,  lugar sin igual  en la Princesa del Guárico,  donde la música llanera era la prestigiosa y engalanada  invitada que enaltecía aquellos momentos en que los llaneros se daban cita después del diario ajetreo del campo y se “perdían” en un raro éxtasis prodigado por la música de Requena? Cuando sonaba un pasaje en las prodigiosas manos de Lelis comenzaba aquel “viaje” mental de los  enmudecidos presentes. Y debió aparecerles, cual figura  mágica,  la llanura en todo su esplendor, con sus árboles multicolores y un horizonte inmenso con un azul que impregnaba el alma sutilmente. Y al parar el arpa, se volvía a la realidad y quedaban allí, circundantes, las figuraciones. Y no se diga cuando Requena tocaba un sabroso joropo con un ritmo extraordinario que no se parecía a ningún otro. Y ahí estaba, justamente,  ese “no sé qué” que invadía rápidamente los sentimientos. Y en una actitud, semejante a la robótica, se levantaban los asistentes a buscar pareja sin exceptuar a los menos bailadores e incluso a los que jamás lo habían hecho. En una especie de hipnosis colectiva las personas se erguían como impulsadas por un rayo que salía de aquellas cuerdas que invitaban al baile más allá de la propia voluntad  rendida ante el encanto. Y se cumplía con la cita, previamente acordada, en los siguientes términos: “Nos vemos en las Lomas de Lino que va a tocar Lelis Requena”. Y eso bastaba para que acudiera todo aquel que sabía de la invitación y de que personaje se trataba. Y eran muchos porque la voz se corría y andaba entre la brisa y entre la gente.

Pero es que los prodigiosos sonidos del arpa de Requena no se quedaron allí, en el sencillo cuarto del dormitorio, y no podía ser así, claro está. ¿Por qué privar a la multitud de ese don divino con el que fue dotado Lelis? Y así, él y su arpa emprendieron un viaje que no se detuvo en la geografía llanera, sino que traspasó también los límites de su patria y fue a dar a lejanas tierras causando una gratísima impresión en todo aquel que lo escuchaba por su deslumbrante e impecable forma de producir limpios acordes y bella armonía musical que invitaban a soñar despiertos. Y para muestra un botón, para decirlo en palabras llanas. Óigase un popurrí que hiciera con varios temas instrumentales del folclor paraguayo donde incluyó el hermosísimo, único y famoso “Pájaro campana”, conocido en el mundo entero y cuya  versión del guariqueño  es tan brillante como las hechas por los arpistas Alfredo Rolando Ortiz y Félix Pérez Cardozo, reconocidos internacionalmente por ser eximios del arpa, cubano el uno y paraguayo el otro. Lelis Requena, si se quiere, vivió pocos años. Una cincuentena, más o menos. Una enfermedad que tuvo lo disminuyó físicamente hasta que tuvo que rendirle cuentas al Creador. Pero su recuerdo será permanente entre los que lo conocieron por su  impecable legado musical y además por su innegable calidad humana, su responsabilidad paterna, sencillez y amistad.



Al son de su arpa conquistó el mundo



El arpa, singular instrumento musical antiguo, tiene muchos ejecutantes notables. Por ejemplo, y como se sabe, Venezuela es cuna de innumerables arpistas que han maravillado con su música genial, no solo al país, sino allende las fronteras. Pero, a quien voy referirme de modo especial no nació en esta latitud. El personaje en cuestión vio vida en una isla, la más grande de las Antillas que es Cuba y responde al nombre de Alfredo Rolando Ortiz. No se formó allí, sino que desde muy joven emigró a Venezuela contando apenas once años de edad. Una vez en nuestro suelo se dio la mano con el joven venezolano y compañero de escuela, Fernando Guerrero Briceño, quien ya era un aventajado ejecutante del arpa y conocedor profundo del instrumento, le enseñó en lo tocante al género popular. Valga decir que sobre Guerrero Briceño no abunda la literatura que dé a conocer de forma amplia su obra musical y los logros que existen alrededor de ella, y eso ha llevado a que permanezca prácticamente en el anonimato y desconocido por esta generación, y debe admitirse que es muy triste y lamentable, ¿cierto?
      
El inquieto Ortiz conoció después a Alberto Romero, respetado músico y conocedor del arpa paraguaya, con la cual se identificó plenamente y profundizó en su estudio. Debe expresarse que nada más al comenzar Ortiz su desarrollo musical demostró su habilidad y virtuosismo con el arpa y de una vez despertó la atención de sus maestros y de todos aquellos que lo escuchaban tocar. Su dominio de la técnica crecía cada vez más sorprendiendo gratamente a todos y de inmediato empezó a ser respetado, admirado y seguido. Sus acordes, armonía y sones musicales comenzaron a cautivar los corazones y su fama fue rápidamente in crescendo. Marchaba feliz al compás de su espectacular música, cuando despertó en el otro amor: la medicina, y se marchó a Colombia a estudiar. En ese país combinó su arte con sus estudios de medicina, se hizo profesional del arpa y grabó su primer disco que fue exitoso. Poco tiempo después alcanzó el grado de médico y ejerció las dos carreras, para marchar luego a los Estados Unidos en busca de más conocimientos y se especializó en musicoterapia. Es prolijo enumerar la trayectoria y los logros alcanzados por el singular y aclamado arpista Alfredo Rolando Ortiz. El mundo y la mayoría de su cultura musical, por extrañas y complicadas que fuesen, se vieron reflejadas y sonadas en el arpa de Ortiz en extraordinarias interpretaciones que deslumbraron a propios y extraños. Y ni hablar de un joropo o pasaje llanero venezolano o colombiano, incluyendo vallenato, boleros o cumbias. Aunque Ortiz hizo especial énfasis y dedicación en la música paraguaya y su extenso repertorio. Y es imposible olvidar su famosa, impecable y hermosa versión del “Pájaro campana” que le dio la vuelta al mundo. Asimismo,  evolucionó en el género clásico y orquestal, demostrando genialidad en sus exquisitas interpretaciones.  
      
En 2007 Ortiz fue invitado a componer una pieza que se estrenó en el Décimo Congreso Mundial del Arpa, en Holanda. Su composición fue interpretada por 232 arpistas en escena y con ello rompió el récord Guinness de “arpas conjunto”. Había allí, en el auditorio, no menos de un millar de arpistas de todo el mundo. Asimismo, ha sido invitado a varios congresos mundiales de arpa, dictado conferencias alrededor del globo terráqueo, escrito libros y actuado para público de todas las edades. Dedicó a Venezuela una selección musical que tituló “Clásicas de la canción llanera”, donde incluyó su versión de “Pasillaneando”, del doctor José La Riba, que es extraordinaria. Y como nota final, mi esposa Mirian Caridad que escuchaba conmigo ese especial trabajo musical aludido, solo atinó a decir: “Eduardo, ese señor toca demasiado bello”. Nos sonreímos y afirmamos moviendo nuestras cabezas.



El caraqueño que se hizo llanero ejemplar




¿Aquel niño caraqueño estaba destinado a crecer en la populosa ciudad  de los techos rojos? ¿La ciudad que se convertiría después en ruido y selva de cemento le acogería para siempre? De ninguna manera. La vida le prepararía a Juan Vicente Torrealba otro entorno, en donde debía escuchar, en vez del ruido de autos y las algarabías cotidianas de la gran capital, el trino de la paraulata, el canto hermoso del ruiseñor, del turpial y otras aves cantarinas del llano. Y así fue. De niño lo llevaron a predios guariqueños, a Camaguán y a un hato llanero conocido como Banco Largo, en las afueras del entonces caserío. ¿Podría pensarse que su misión sería captar en su mente, oído y  corazón el sonido melodioso y singular de esas típicas aves? ¿Y entremezclarlo delicada y sabiamente entre las cuerdas sonoras de sus instrumentos musicales y originar dulces y hermosas melodías? Pensarlo sería válido, y además de todo eso, ¿Le fue dado aguzar su innato ingenio con todo lo bello, autóctono y sutil que puebla la llanura y que enternece ese ambiente bonito y mágico que alimenta el alma, la vida y el corazón? A eso apostaríamos. Y para muestra un botón.  Aprendió a leer y escribir y solo cursó hasta el quinto grado, pero sin duda alguna aprendió de modo magistral a leer los acordes de la guitarra, porque primero fue guitarrista sobresaliente. Y después tomaría el arpa en sus prodigiosas manos y avanzaría de modo brillante en la lectura musical de sus cuerdas. Y leyó tan bien y tan fino, que alcanzó una licenciatura en arpa en Paraguay y Méjico y su tesis fue el bellísimo tema “Concierto en la llanura”. Y de escribir, ni se diga, pues, es un prolífico escritor de canciones hermosas con las que cubrió el llano todo, luego Venezuela y después el mundo. Y esa fértil cosecha produjo más de trescientas canciones y escuchemos lo que dice el legendario cantor mejicano Antonio Aguilar en la escena de una película actuando con él: “Juan Vicente, estoy enamorado y quiero cantarle a esa mujer, pero con una de tus bonitas canciones. Tú tienes muchas”.

 El increíble Torrealba acompañó con su arpa maravillosa a muchos intérpretes venezolanos de renombre, en sus comienzos lo hizo con Magdalena Sánchez y Ángel Custodio Loyola, luego con Mario Suarez, Pilar Torrealba, Natalia, Edgar Gurmeitte, entre otros grandes.  En 1986 anunció su retiro argumentando que a su música no se le daba el reconocimiento debido, pero dejando más de 130 discos de larga duración (LP) y en 78 rpm. Y no fueron pocos los créditos que obtuvo en su peregrinaje musical. Atesora más de 45 condecoraciones, su canción “Esteros de Camaguán” fue declarada patrimonio cultural del estado Guárico y develada una estatua con su figura en la avenida principal del pueblo,  además de llevar su nombre. Y su tema “Valencia” fue adoptada como himno oficial de la ciudad del Cabriales. Y pronto le otorgarán un Grammy, en noviembre. Al igual que un Doctorado Honoris Causa, por parte de la Universidad Simón Rodríguez,

 Y su historia continúa incólume e in crescendo al son maravilloso de su arpa y su música, que ha sido aplaudida en el mundo entero en infinidad de presentaciones personales o por TV. Y sigue siendo plausible. Juan Vicente hizo temblar de emoción los escenarios de Rusia, Japón, EEUU, y América latina, e impuso canciones inolvidables como “Madrugada llanera”, “Aquella noche”, “Campesina”, “Rosangelina”, “Concierto en la llanura”, “Camaguan”, “La paraulata llanera”, “Sinfonía en el palmar” y tantos otras que quedaron indelebles en el alma de muchísimos venezolanos y extranjeros.  Los aportes a la nacionalidad de este magnífico intérprete fueron sembrados y las cosechas recogidas por esta generación y por las que han de venir. Y del Cielo le habrían susurrado: Cual rey David con su arpa alivias el alma del hastío…



Reynaldo Armas se salió con la suya



¿Un Grammy para Reinaldo? Ya era hora porque, ¿cuánta agua habrá corrido debajo de los puentes desde que Reinaldo Armas comenzó su carrera artística como trovador del llano en la ciudad de Zaraza teniendo apenas trece años de edad? Claro está, es muchísimo el líquido que ha fluido desde ese tiempo cuando aquel joven -casi niño todavía- cargado de sueños se dejó escuchar en la  emisora de aquel pueblo llanero. Y la historia es conocida por muchísima gente, en especial por quienes vivimos en el llano venezolano. La carrera no fue meteórica, sino que Reinaldo tuvo que luchar en una época donde la transculturación se imponía por encima de nuestros valores y cantos patrios. Y lo logró a fuerza de trabajo, constancia y pundonor. Hoy por hoy, el país cuenta con un extraordinario compositor y cantante que defiende con ahínco el folclor nacional. Son más de treinta años que lleva con una carrera que podría definirse como exitosa. Y aquí se abren otras interrogantes, ¿Cómo definir el éxito? ¿Por el dinero acumulado? ¿Por los premios? Aunque muchos analistas sostienen que el trovador llanero tiene bienes materiales y sus cuentas bancarias nada despreciables, tal vez Reinaldo prefiera medirlo por las numerosas satisfacciones personales recibidas,  que van ligadas a la aceptación popular de su canto y de su talento como compositor y músico, al igual que el logro histórico de hacerse escuchar venciendo muchos imponderables que se le atravesaron en sus ejecutorias y en su camino, a veces empedrado, a veces llano, otras veces caminando al filo de los parajes y más allá acechándolo algún caimán cebado o alguna mapanare de esas que abundan en el suelo llanero, pero esas dificultades, y otras muchas, no lograron arredrar al caminante con rumbo y con sueños. Han sido muchos los premios alcanzados en su carrera y en su trayectoria, y claro está que las dificultades han sido también numerosas y que el temple de este hijo de Los Guatacaros, caserío cercano a la población de Santa María de Ipire, ha logrado vencer.

De muchas maneras han llamado al cantor guariqueño. Unas veces, “el cardenal sabanero”, otras, lo definen como el “general de la canta”, también le dicen “el número uno” del folclor. Una vez, y no hace mucho de ello, un animador de televisión lo llamó “pionero” y Reinaldo respondió que él solo se ha limitado a hacer su contribución en su empeño de poner en alto el gentilicio del llano y de Venezuela. Y digo yo: ¡vaya contribución la del santamaireño!, ¿no? Bueno, Reinaldo, tu canto está de nuevo de fiesta, pero esta vez con el señorío internacional que le da ese GRAMMY que acabas de ganar en un selecto escenario latinoamericano al premiar tu álbum El Caballo de Oro. Ese caballo debe estar relinchando de gozo en el llano de tu corazón y de tu alma, y ese relincho esplendoroso lo aplauden, seguros estamos, el llano y el país todo. Y como tú bien dices en tu primera y sabrosa “quirpa”, tocada por el también singular Remigio García, donde pintas un dibujo de la nación de Bolívar,  y decías además: “En esta quirpa yo quiero que todos pongan un poquito de atención, si de atención, para que oigan y aprecian a un llanero en su expresión, orgulloso de su música, inquieto y gran defensor de los valores más puros que existen en la nación. No olvidemos aquel dicho, que no hay fuerza sin unión y recordemos que somos, pueblo querido, brasas del mismo fogón, bongueros del mismo rumbo, criollitos de corazón y capaces de luchar contra cualquier opresión, y con esta me despido,  concluye aquí mi canción, no olvides el compromiso, pueblo querido, que tienes con el folclor, la música de esta tierra debe sonar a millón pa que vean que Venezuela tiene representación”. Te saliste con la tuya, Reinaldo. ¡Enhorabuena!, hermano.


A Orlando Rivero: En homenaje póstumo


En cierta ocasión me sorprendió una noticia que decía que había muerto Orlando Rivero. Un accidente de tránsito ocurrido en una carretera del estado Apure lo arrancó del seno familiar y truncó también la franca sonrisa que dispensaba en los encuentros con los amigos y con todo aquel que consiguiera a su paso. Y es que Orlando fue un militante de la fraternidad, de la consideración y del respeto. Su condición humana, impregnada de una extraordinaria sensibilidad, quedó plasmada en las sabanas apureñas, en todo el llano y en cada rincón venezolano donde le correspondió interactuar. Ahora le tocó emprender ese viaje sublime a través del lejano cielo azul y de las radiantes estrellas en busca del consuelo eterno.

Conocí a este dilecto amigo en el estado Barinas en el año de 1971 donde laboramos juntos por espacio de dos años en las lides del agro. Los dos llaneros y con inquietudes por el folclor. El, Orlando, con el canto y la composición, y yo, quien escribe, "garabateando algunas rimas". Orlando descolló rápidamente en la interpretación de la canta autóctona, dado sus dotes, condiciones y su vocalización original que lo hacían distinguirse. Recuerdo que en aquellos días de nuestras andanzas, descubrimos en Barinas un lugar propicio para darle rienda suelta a las inquietudes folclóricas que nos "quemaban por dentro". Se trataba del bar "Capanaparo" que regentaba la legendaria intérprete criolla doña Antonia Volcán. Era un sitio "hecho para nosotros" y allí se daba cita lo más granado de la música llanera, propios y forasteros, y entre canciones y cordialidad nos la pasábamos de lo mejor. En una ocasión salió en la "rocola" el inmortal tema que interpretaba el tenor Eleazar Agudo, “Conticinio”, y de inmediato Orlando corrió y se puso al lado aparato y comenzó "a cantar a dúo" con la envidiable voz valenciana. Todos los presentes se voltearon con rapidez y se centraron en aquel improvisado cantor que se atrevía a "desafiar" al mismísimo Agudo. Al concluir, un grupo se levantó de las mesas y fueron a felicitarlo, entre contentos y sorprendidos, incluyendo a la llanerísima Volcán, quien expresó: "Oye, este hombre si canta bueno". Y así era Rivero, cordial y espontáneo. No se hacía rogar.
Después de todas esas vivencias nos encontramos en San Cristóbal y ya había grabado su primer trabajo donde se daba a conocer como El Caballero del Llano y a partir de allí se dedicó por entero a recorrer el país con su música "debajo del brazo". Iba de radio en radio dejando en esos medios de comunicación social el fruto de su talento. Una vez me confesaría: "Eduardo, la situación no es fácil, porque después que tú grabas un disco con esfuerzo y sacrificio luego te espera la "payola" –se refería a una especie de alcabala pedida en dinero- para que puedas sonar y si te rehúsas te escuchan muy poco o nada".
Pero Orlando Rivero no se arredraba y seguía con su ímpetu y su fuerza. En los años ochenta participó en el conocido festival “El Florentino de Oro” y logró el primer lugar con un tema de José "Catire" Carpio, “Cantadores de mi patria”, que luego se acentuaría como una especie de himno en el llano. Y así, este cantor y compositor apureño se dejaba sentir en el acetato musical llanero, una y otra vez. Con la canción “El turpialito”, del compositor Cirilo Sánchez, se impuso en toda la llanura y en muchas partes del país. Después lo escucharíamos insistentemente con un tema que grabara el popular Benito Quiroz, “Los deseos de un borracho”, que en la voz de Rivero adquiría también matices extraordinarios. Su calidad vocal quedó grabada en diez trabajos, unos en Long play, otros en casetes y últimamente en CD. Fueron muchas las verbenas y eventos musicales donde Orlando Rivero participó de manera desprendida porque tenían como objeto recaudar fondos para las causas nobles. Y él se anotaba en esas causas.
Orlando también incursionó en la política y se desempeñó como diputado de la Asamblea Nacional por el estado Apure y una vez me lo encontré en Caracas y me dijo: "Voy a trabajar duro por mi pueblo porque quiero ser Gobernador. A mi estado le falta mucho progreso y debemos sacarlo del estancamiento". La última vez que vi a este inquieto hombre fue cuando lo invitamos, en el año 2001, para que nos acompañara como Orador de Orden en el municipio Páez, su capital Acarigua, en una celebración del mes del folclorista. Compartimos unas cuantas horas como en los viejos tiempos y al partir me expresó: "Quiero que nos veamos pronto porque estoy haciendo una recopilación de todos los temas que he grabado y quiero que tú los tengas". No sé si logró hacerlo, pero lo que si pido fervientemente, y ruego al Señor Todopoderoso, es que lo reciba allá en su seno y le de la paz eterna. Descansa tranquilo, amigo y hermano. Tú tránsito por este mundo fue breve, si se quiere, pero enriquecido de bondad.


Freddy salcedo ¿Heredero de Orfeo?



Si alguien hiciera una antología de serenateros de estos tiempos recientes, estamos seguros que no podría dejar de referirse a Alfredo Sadel, Eleazar Agudo, Salvador González, Sexagésimo, Edgar Gurmeitte y Freddy Salcedo, entre otros. Y es más, si especulamos en el tiempo y en las leyendas, no exageraríamos en nuestra imaginación contemplando al mismísimo Orfeo escuchando a estas privilegiadas voces del canto que para honra nuestra pertenecen a esta "tierra de gracia". ¿Quién es Orfeo? Podría inquirir alguien y sería oportuno retrotraer la leyenda griega que refiere sobre un cantor que vivió hace millares de años, hijo de Calíope, musa de la epopeya.

Dicen que cantaba tan bien y tan bonito, que los animales salvajes acudían a oírle, como asimismo le escuchaban los árboles y aun las rocas. Sus acordes armoniosos acallaban la tempestad y apaciguaban las olas. Alguien podría pensar que nos hemos propasado en estas notas. Podría ser. Pero fíjense que cuando una persona es un virtuoso del canto, suele expresarse: "Canta como los dioses". Pero si volvemos más acá, ¿acaso no dijo el grandioso Beethoven que las vibraciones en el aire son el aliento de Dios hablándole a las almas y que por eso la música era parte del lenguaje Divino? Además, ¿no es Dios quien dota de lo sublime?

A quienes hemos aludido al principio no son entera y propiamente músicos, pero están allí muy cerca ¿o no? Pongamos estos ejemplos. ¿Qué puede sentir un oyente y un alma sensible cuando Agudo interpreta Conticinio, de Laudelino Mejías? ¿Sadel extasiado con Aquel Cantor? ¿O a Salvador González inspirado con Noche de Amor, de Amílcar Segura? ¿O a Sexagésimo con Vagabundo Enamorado, de Euclides Leal? ¿A Gurmeitte con un popurrí torrealbero? ¿Y al propio Salcedo cantando Potro libre, de Vivas Toledo? Estamos seguros que muchos lo han hecho y han sentido algo muy especial.
Abundemos un poco más sobre FREDDY SALCEDO. Todavía recordamos cuando nos encontramos una noche, en el año 2001, en el barrio Simón Bolívar, en Acarigua, en un sitio de recreación y lo invitamos a que nos acompañara a un acto que tendríamos al día siguiente en el Concejo Municipal de Páez con motivo de la celebración del Mes del Artista nacional y le pedimos, no que cantara, sino que dirigiera unas palabras en el segmento de la ofrenda floral ante la Estatua del Libertador. Salcedo asintió entre sorprendido e incrédulo y aquel día conmovió a la asistencia con sus palabras experimentadas y críticas refiriéndose a nuestra cultura y en especial al folclor.
En ese momento fue el verbo del hombre el que escuchamos, la palabra sentida del ciudadano preocupado, que venían revestidas con la verdad de sus hechos y sus andanzas en el mundo de la música y el canto. Años atrás lo habíamos visto en una presentación especial que hiciera en el Festival de El Silbón, en Guanare, y le rindiera un homenaje al Cantor del Llano, Ángel Custodio Loyola. De su autoría le dedicó al legendario guariqueño unas estrofas que esa noche hicieron las delicias de los presentes y del propio Loyola, quien lucía cómodo y atento en aquel prestigioso e inolvidable evento llanero. Son muchos los que conocen la trayectoria de este tenor venezolano que llegó a Portuguesa y de inmediato formó parte del conjunto musical llanero de Ramón Coromoto Martínez. Antes había probado exitosamente con música bailable y romántica, pero fue el folclor llanero la piedra angular de su inquietud patria. De manera inobjetable se dejó escuchar en todo el país con “Vestida de Garza Blanca”, de Sosa Caro; “Pedro Miguel”, de La Riva Contreras. Después vendrían en su singular voz “Alcaraván Compañero”, también de Sosa Caro. Es imposible dejar de citar “Viejo Soguero”, “La Fundadora”, “Sombrero” y “La Cobija”, del excelente compositor de Araure, Joel Hernández. Freddy Salcedo también incursionó positivamente en festivales y alcanzó en ellos 23 triunfos, entre los que cuentan cinco en el exterior. Ha sido condecorado en reiteradas ocasiones, y ha vivido en México, además de viajar por Francia y Argentina. Quiso el destino que se viniera a vivir con nosotros en la tierra del Centauro de los Llanos y aquí lo tenemos honradamente venido de Valencia, la señorial. ¡Enhorabuena, Su Majestad El Llano!

En aquel tiempo prohibieron el joropo




Puede parecer muy extraño y sorprendente que alguna vez en el país haya sido prohibido el baile del joropo y quien lo hiciese purgaba cárcel. Así ocurrió. Y si retrotrajéramos el suceso, hasta el mismísimo Reynaldo Armas se las hubiese visto feas con su música y en especial con aquella canción del folclor movida y pegajosa que dice “Hay una tierra en mi tierra donde se baila apretao…” y que incita y llama a bailar joropo: “Báilalo tú mi morena, báilalo tú mi catira mi joropo espellejao”. Y así como el trovador del Guárico, también hubiese estado comprometido Luis Silva cuando dice en una de sus canciones: “Bien zapateao, bien zapateo”, refiriéndose y promoviendo el sabroso baile llanero, que dicho sea de pasada es hoy la danza nacional. Y tal como ellos, no estuviesen  exentos de ese influjo otros tantos cantadores y compositores  que se caracterizan por exponer y defender esa bonita tradición cultural. Y antes de seguir, espero me excusen por aludir a los intérpretes de ahora porque puede parecer, por lo menos, extemporáneo. En todo caso, ruego lo tomen como lo que es, una referencia del pasado y un punto de exposición en mi relato. Pero,  gracias a Dios que ese tiempo está muy remoto y se vive otra época. Y es que además podían ir presos, no únicamente los bailadores de joropo como hemos dicho, sino también los que “miraban bailar”, y así como podía ir a la cárcel el hombre zapateador, incluso la mujer que hacía de pareja era penada igual. Y ello resulta muy curioso e impactante, ¿no es cierto?
       
Hagamos un poco de historia y abundemos en este asunto. En el año de 1749, en la época de la Colonia –y es que no pudo haber sido en otra ocasión-, era Gobernador de Venezuela, otrora Provincia española, Luis Francisco de Castellanos, un ibero que era  Capitán General  y quien veía de mal modo el joropo y sus ejecutantes, y además era incitado por las consejas de otros,  y  se le metió entre ceja y ceja que debía tomar medidas. En ese entonces no eran pocos los venezolanos que tenían como entretenimiento el baile del joropo y en sus fiestas y reuniones se acostumbraba la exhibición e interpretación de la pegajosa música autóctona. Y el gobernante referido lo consideraba como algo deshonesto y de mal gusto. Y su desagrado llegó a tal extremo que no dudó en legislar y prohibir el citado baile ancestral a través de una Ordenanza que, por supuesto, trajo mucho desconcierto entre la ciudadanía.
      
Veamos lo que sostenía esta histórica y malhadada ley: “Se prohíbe el baile de joropo escobillado por considerarse una diversión deshonesta” y de “extremos movimientos, desplantes, taconeos y otras suciedades”. Imagínense ustedes hasta donde llegó este hombre del pasado. Y es claro que la población de ese periodo nunca esperaba una decisión de tal envergadura y tan radical. Pero había mucho más.  La nueva Ordenanza estipulaba una pena de dos años de presidio a quien incurriera en el delito. Y esto no iba dirigido solo a los hombres. Las mujeres por su parte, es decir, la pareja bailadora, eran recogidas en hospitales por igual tiempo. Y todo no quedaba ahí. Los simples espectadores eran penados con dos meses de cárcel, penas estas que podrían ser agravadas al arbitrio de los jueces, según las circunstancias. Y como el baile había alcanzado mucha popularidad para la época, la gente se mostró descontenta y lo hizo saber con pronunciamientos y ciertas movilizaciones. Y argumentaban que esos movimientos del baile tenían su origen en el Fandango español, que era de raíz popular. Pero el susodicho, el tal De Castellanos, se mantuvo firme en su decisión y reiteró que la prohibición  “se haría cumplir en todo el territorio nacional”.



 El baile maravilloso de Yolanda Moreno



No es solo el quehacer y la belleza de esta mujer venezolana, ni su sencillez y su integridad. Tampoco su magistral manera de mostrarle a Venezuela y al mundo el espectacular producto de la danza y el joropo que desgrana una de las mejores formas de ver y oír la nacionalidad, la música y el arte patrio. No es porque le ha dado la vuelta al mundo con su exquisitez y baile autóctono. No es su personal forma de ser que irradia firmeza de carácter, de propósitos y metas. No es solo por ese legado puro y radiante que deja en los escenarios que viste de gala y majestuosidad y que adorna con su finura y su arte trascendente. No es solo su tesón, su mística y su dedicación donde destaca lo sublime y el rico tesoro que significa esa faceta del folclor. No es solo por su donaire y la formidable bailarina que es y ha sido siempre. Ciertamente, y sin lugar a dudas, es por todos y cada uno de los elementos enunciados. Enteramente, por ello. Se trata de la laboriosa e irreductible Yolanda Moreno, conocida y designada por todos, en buena lid, como la bailarina del pueblo venezolano. Porque referirse a ella, es referir baile, artística  y donosura. Y es que la patria de Bolívar sube a la cumbre cada vez que esta nacional baila y muestra sus virtudes, disposiciones y habilidades. ¡Arte sumo, pues!
     
¡Que Retablo y que Maravilla! es este portento de mujer, que con su dulce y emblemático baile, con sus movimientos suaves, unas veces, firmes y acompasados, otras, enamoró a un país con la maestría de su música y su baile, dejando en cada lugar su herencia y su presencia. Y  esta incansable mujer, con sus hermosas coreografías no se detiene. Y en su largo y bonito caminar, a cada paso del camino, las flores le regalan su fragancia, las aves sus trinos y los riachuelos su frescura. Y allá va, cual caminante con rumbo traspasando geografías y fronteras. Y en su fructífero trajinar, surge la pregunta: ¿Cuándo se detendrá? ¡Jamás y nunca! Porque aun cuando biológicamente sea preciso hacer mutis, su baile, que es su hechura, seguirá indetenible junto a su música. Y sus piezas y movimientos sin fin irán con las generaciones. Es una obra que perdura. Y no es solo baile, abúndese. Y ella lo dice: “La danza es muy completa porque envuelve todas las artes, como la pintura, la poesía, la música, la cultura, el teatro, el paisaje, entre otras”. Y por todo ello se paseó Yolanda, la morena. Construyó su mundo mágico y lo regaló al mundo. A todos, propios y extraños se deleitan con su hermoso arte genuino. En muchas ciudades, en muchos pueblos, en muchos países y en cada continente, queda un pedazo de ella y de su alma. Limpia y pura. Como herencia divina. Imperecedera.

Y atrás, muy atrás, quedó aquella inquietud y desespero cuando llegaba al CONAC y preguntaba al burócrata: “¿usted cree que nos van a pagar este mes? Y completaba: “Dinero no para mí, sino para mis bailarines”. Y la respuesta divagante y sin eco se perdía en el vacío. Sin embargo, su plan y su meta iban mucho más allá de eso. Y así fue. Millones la vieron y aplaudieron y algunos medios de comunicación del orbe recogieron su performance: The New York Times, Pravda, de Moscú, El Tiempo, de Bogotá, Dimanche Matin, de Montreal, Le Figaro, de París, Shing Ming, de China, entre otros.

A grandes rasgos, esta es Yolanda Moreno. La misma que colecciona santos y rosarios y reza antes de dormir. La que lee tres libros al mismo tiempo. La que al mirar en la calle que alguien tira el papelito del caramelo le insinúa que lo recoja sin importar el lugar del mundo donde se encuentre. La que dice: “El país baila como yo. Todo el mundo baila como yo, lo que significa que mi escuela no morirá nunca”.  Y en sus baúles no guarda solo nostalgias sino también vida y colores, muchos colores a manera de trajes, vistosos y múltiples. Son más de cinco mil y hablan por sí solos. En junio próximo volverá a la UCV, lugar donde estuvo en sus brillantes inicios y va a recibir un homenaje. Merecido por lo demás. Ella vence las sombras. 

Elorza: “Lo más criollito del mapa”



¿Quién no ha escuchado y sabe de esta ciudad llanera apureña donde el folclor es el rey? Son muchísimas e incontables las personas que han visitado a esta pujante ciudad de reducidas proporciones del llano venezolano en los últimos tiempos. Y son atraídas por varias razones, pero muy especialmente porque en ese pequeño y hermoso lar venezolano, criollísimo por lo demás o “El más criollito del mapa”, como dice el trovador Jorge Guerrero en una  de sus criollas composiciones, se celebra, como ya un gentío conoce, las famosas fiestas de Elorza. Cada año, en el mes de marzo, el 19 específicamente, concurren alegremente personas venidas de todo el territorio nacional, así como de Colombia y de otros países en menor cuantía. Una gran fiesta llanera lo envuelve todo al ritmo incomparable del arpa, cuatro y maracas y una especie de frenesí invade el lugar y una incomparable alegría se apodera de todo el mundo. Las mejores voces de la canta llanera, venezolana y extranjera colombiana, son protagonistas y enaltecen el gentilicio de una manera espectacular e inolvidable. Casi todo el mundo lo sabe y muchísimos lo viven y lo siembran en sus recuerdos para siempre.

Pero, ¿sabían los foráneos que años atrás la ciudad de Elorza era compartida con el país colombiano? Es decir, la mitad del pueblo era territorio nacional y la otra mitad pertenecía al hermano país de la cumbia. Por ejemplo, si se daba apenas un paso después de la línea divisoria  se pisaba tierra bolivariana y haciéndolo al contrario se estaba “viajando” en instantes a Colombia, solo moviendo un pie. Muy curioso, ¿cierto? Desde el principio se le puso el nombre de El viento a todo, y al correr de unos años, por disposición de la asamblea legislativa del estado Apure, a la parte nativa se le dio el nombre ya conocido como un homenaje al patriota llanero y apureño José Andrés Elorza, que combatió en las filas invencibles del Centauro de los Llanos, José Antonio Páez. Y al otro pedazo, colombiano como se ha dicho, se le siguió llamando El Viento. En un tris, por decirlo así, una persona podía estar en uno u otro país. Luego, bajo el mandato de Eleazar López Contreras se reordenaron los límites entre los dos países hermanos y todo el casco de la entonces ciudad gemela pasó a ser territorio venezolano íntegramente, y a orillas del majestuoso e histórico rio Arauca, como se sabe.

Elorza es una ciudad con unos treinta mil pobladores y cuya acta fundacional data de 1774, siendo fundador Justo de Granada. Hoy es un municipio que lleva con honra el nombre del célebre y brillante escritor nacional, don Rómulo Gallegos. La pequeña ciudad, que es muy grande en cuanto a valores culturales, y folclóricos en especial, muestra un rostro urbano y arquitectónico donde destaca el puente Lauro Carrillo, y varias plazas denominadas Bolívar, doña Bárbara, Rómulo Gallegos, Jorge Guerrero, Eneas Perdomo, El Estudiante, Los Venezolanos Primero. Y como signo icónico se yergue el famoso lugar El Rincón del Veguero, donde relincha el arpa maranta y los versos improvisados se apoderan del sitio y se sabe cuando se comienza pero no cuando se termina. Y, por supuesto, cuenta también con su Monumento al Folclor, como estigma positivo y eterno. Este año el festival y demás actos folclóricos fueron en homenaje al inolvidable coplero don Eneas Perdomo, cuya canción “Fiesta en Elorza inmortalizó a este carismático pueblo llanero y elevó su simbología por los vientos del mundo. Y aunque en Elorza se viven sus fiestas, sus canciones y todo el pueblo se confunde en un solo abrazo, con los de allí y los de afuera, debe tenerse cuidado con algún resbalón y caer al imponente río porque el Patrullero, un caimán de treinta metros ronda por allí con los ojos pelaos. ¡Mucho cuidado, camarita!               


 Estas son las cosas que me hacen olvidar”




“Estas son las cosas que me hacen olvidar /este mundo absurdo que no sabe adónde va/”.El compendio  que antecede  pertenece a la canción “Aleluya”, tema que fuera impuesto en el gusto del público por el joven cantante Alexis Enrique Navarro, conocido popular y artísticamente como Cherry Navarro. Era el año de 1962 y este inquieto oriental, nacido en Caripito, estado Monagas, se había venido a la capital de la república con la ilusión de hacerse un nombre en el difícil mundo del canto.

Apenas terminada su adolescencia fue presentado al músico y compositor Enrique “Chelique” Saravia, quien ya se había ganado un sitial especial en la farándula caraqueña y del país. Cuando el reconocido autor lo escuchó y conoció sus planes, decidió darle su apoyo y de seguidas lo conectó con un grupo musical criollo –arpa, cuatro y maracas- con el que grabó Navarro sus primeros temas y paulatinamente  fue ganándose el respeto y la admiración de todos.

Rápidamente Cherry Navarro fue subiendo en el escalafón de la popularidad y en un tiempo  escaso emprendió en el género de la balada y llevó, de la mano de Saravia también, su canto a los programas televisivos del momento que eran conducidos con mucho tino por Alfredo “El pavo” Ledesma, Aldemaro Romero y   Reny Otolina. El país comenzó a seguir a aquel joven intérprete, que además de sus dotes especiales para la música y el canto, igualmente llevaba consigo la gracia de la humildad,  la sencillez y el carisma.

En Caracas encontró al amor de su vida y no fue otra que la ex miss Venezuela, María de Las Casas, que, asimismo, se convirtió en su asesora y representante artística. Cherry viajó y obtuvo  redoblados éxitos en el difícil mercado artístico de España, Colombia y otros países suramericanos. De la península ibérica se trajo un tema titulado “Aleluya” que fue compuesto por Luis Eduardo Aute, y que Navarro grabó en cuanto llegó a Caracas. La canción fue estrenada posteriormente en El Show de Reny y desde ese momento fue uno de los más solicitados  en los escenarios y lugares donde le correspondió actuar. De este modo el singular trovador fue irradiando simpatía en un público que pedía cada vez más sus actuaciones y discos. Y es que aquella canción tenía un contenido muy particular y sensible y desde el mismísimo título comenzaba a crearse una especie de empatía que llenaba el espíritu y el alma misma y conducía, de un modo o de otro, a la reflexión de todos cuantos la escuchaban.

Veamos un extracto: “Una lágrima en la mano/ un suspiro muy cercano/una historia que termina/una piel que no respira/una nube desgarrada/una sangre derramada… ¡aleluya!..”. Y luego seguía aquella especie de oración musical que iba penetrando los sentimientos y llegando muy adentro: “Quince gritos que suplican/una tierra que palpita/la sonrisa de un recuerdo/la mentira de un te quiero/una niña que pregunta/unos cuerpos que se juntan…aleluuuuyaaa/.

Pero, tristemente, aquella canción singular iba a convertirse en una especie de premonición para aquel joven intérprete, cuya fama y reconocimiento popular duraría muy poco. Casi junto con el  éxito de su canción, Cherry navarro se vio afectado por una temible enfermedad que obligó a su inmediata hospitalización. El país se conmovió con la noticia y aguardaba presuroso e inquieto por conocer los intríngulis de la situación. Los médicos y el entorno familiar del cantante lo dijeron al país:

Cherry Navarro padecía un mal que se denominó “aplasia medular”, que era un trastorno de la médula ósea que consistía en que el organismo dejaba de producir los tipos de células sanguíneas necesarias  -glóbulos blancos, rojos y plaquetas-  que para aquel tiempo no tenía cura. Y casi de inmediato llegó la noticia fatídica que estremeció a un pueblo y lo dejó triste por un tiempo. Cherry navarro había dejado de existir consumido por aquel flagelo: “Mil silencios de un olvido/un amor que se ha perdido/tres guirnaldas en el pelo/el aliento de unos besos/el perdón de los pecados/unos pies que están clavados…aleluya”.

De esta manera desoladora se marchaba aquel trovador insigne en un viaje hacia la eternidad, y aunque su misión fue corta y hasta efímera si se quiere, había dejado un legado y  una  reflexión que no debería  perderse: “Unos pasos sin destino/por cuarenta mil caminos/un acorde disonante/un infierno sin el Dante/unas flores en mi tumba/siempre siempre, nunca nunca…aleluuuyaaa/Estas son las cosas que me hacen olvidar, este mundo absurdo que no sabe adónde va”/. Cherry Navarro había nacido en el año 1944 y vivió tan sólo 23 años  y si parafraseáramos a Simón Bolívar, y trajéramos un extracto de una carta que escribiera a su querida Fanny Du Villars, poco antes de morir, podría decirse que a  Cherry Navarro: “Le tocó la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío”.



 Soy puerto abandonado”



¿Qué es lo que puede causar que a una persona la olviden o abandonen sin más ni más? ¿Qué es lo ocurre que después de sentir un amor apasionado,  que sin barreras a la vista, pueda presentarse sin estarlo esperando  el olvido o el abandono? ¿Qué es lo que mata el amor, a fin de cuentas? Innumerables pueden ser las situaciones que vengan cargadas de un sentimiento malo que haga diana en un corazón amoroso o querendón, como decimos en el llano. Desde tiempos antiguos se ha pretendido matar al amor. ¿Recuerdan aquella vieja historia que cuenta que el odio, la envidia, la desesperanza, el rencor y otros perversos sentimientos quisieron matar al amor? Claro está que no lograron hacerlo después de intentar todo tipo de triquiñuelas y tenderle muchas ensenadas. Pero la historia termina diciendo que de quien menos lo esperaban vino la victoria en el terrible despropósito y es cuando se señala que fue la rutina la que al final logró el impresionante cometido en eso  de liquidar al amor. ¿Qué de cierto habrá en todas estas cosas? En cualquier caso habrá que estar pendiente cuando de amores se trate de la perniciosa “rutina”, ¿no creen?

Esta  breve introducción queremos relacionarla  –como en efecto lo hacemos- con una hermosa canción que habla justamente del olvido o cuando el amor se muere y no queda más remedio, agotadas las diligencias humanas, que pedirle a Dios que nos explique lo sucedido o que nos devuelva al ser amado. Y es eso, precisamente, lo que hacen los venezolanos Enrique Rivas y Oswaldo Oropeza. El primero, intérprete singular del tema, y el segundo, autor de esa bonita composición, que no es otra que “Puerto abandonado”, que como saben muchos fue una canción que surgió en los años 60 y de manera rápida se colocó en el favoritismo  de los oyentes de la radio, que era el medio de comunicación social que copaba la escena por aquellos días. Y valga apuntar, que el hermoso tema se dejaba escuchar en las recordadas serenatas de los pueblos. Y desde luego,   fueron muchos años –los 70 y los 80- ocupando las preferencias de los melómanos, en especial de aquellos que sueñan y viven el amor y que no tienen fuerzas para ponerle diques o barreras y que se aferran a él con especial frenesí. La canción “Puerto abandonado” tiene características muy particulares porque consta de una estructura breve –apenas doce versos que constituyen una unidad-, pero que está compensada con un arreglo musical de antología,  donde destaca el conjunto de los Hermanos Oropeza –con Prisco al arpa- y un coro hermosísimo del grupo musical “Los pájaros”, de excelente trayectoria en el cancionero nacional. Aunque la invasión de ritmos extranjeros ha hecho estragos en nuestro folclor y en nuestra cultura, es muy probable que en la memoria de los amantes del folclor, sobre todo de aquellos que vivieron esa época, perdure esta canción que adquirió un sonido muy especial en la rítmica y melodiosa  voz de Enrique Rivas. De allí que para muchos, al no más escuchar este tema, se agolpan en sus sentidos los bonitos y hermosos recuerdos de la vida y en muchos casos los recuerdos llevan al “despecho”, como bien se sabe: “Soy puerto abandonado/en aguas del olvido/soy cielo sin tinieblas/soy fogata sin luz/porque no vuelves nunca/en barco de esperanza/con lágrimas de sangre/lloro mi soledad/Señor, Señor, por qué me abandonó/si sólo con sus besos/con sus tiernas caricias/feliz me siento yo/”.

Es de finalizar diciendo que este singular intérprete de lo nuestro ha sido olvidado, en gran medida, por los medios de comunicación social sonoros o no, e incluso cuando dejó de existir físicamente fue poco lo que se supo. No hay derecho a que estas cosas sigan sucediendo, más aún cuando personas como estas han contribuido de manera notable con nuestra cultura y con nuestra patria. Enrique Rivas murió el  6 de noviembre de 2009 en la ciudad de Cumaná, lugar donde vio vida y donde terminó sus últimos días. Siempre recordaremos al “Ruiseñor de Cumaná”, quien comenzó su vida artística de la mano del gran “Chelique” Sarabia, como tantos otros.



Del Silbón  y otras obstinaciones




La terquedad está emparentada con la obstinación y la porfía, y gramaticalmente, cada uno de estos adjetivos de la lengua castellana, son opuestos a la razón y al sentido común. Es por eso que el  obstinado o porfiado o el terco, no se deja vencer por los ruegos y amonestaciones razonables, si es que permite que se los hagan, ni por obstáculos o reveses. Es decir, no hay persuasión que valga y se mantienen en su resolución o con su tema. Sin inmutarse y sin flaquear. Y, obviamente, sin medir las consecuencias de tan insensatos actos.

Es lo que puede decirse de Juan Hilario, conocido personaje de la excelente obra dedicada al llano y a Venezuela toda,  y creada por el talento del guanariteño, don Dámaso Delgado, y constituyéndose poco después en un clásico de nuestro folclor. Y es que la actitud de aquel caminante llanero, rayana en la terquedad, no pudo deponerse ante la persuasiva explicación que le diera su amigo José Juan, quien conocía algunos hechos horrendos ocurridos en las inmediaciones que pretendía cruzar el inquieto parrandero y así evitárselos a su carnal. Pero, como se sabe, no hubo forma y manera de que el osado Juan Hilario desistiera de su empeño y de allí que este se llevara la paliza que se llevó. No le quedó más remedio a José Juan que retirarse a su rancho, abrumado y contrariado, no sin antes dejar clara su posición: “Mire, Juan Hilario, yo mejor lo dejo solo. Usted será lo que sea, pero lo que es pa’ mí, El Silbón no es juego”. Y al final, después de la tragedia, solo se dejó escuchar la sentencia del honesto trabajador del hato, que estremeció a toda la llanura: “Se lo dije, compa Hilario, se lo dije. Eso le pasó, por porfiao, por porfiao”. Pero, ¿acaso podía Juan Hilario haberse evitado aquel cruel y sangriento encuentro que puso en peligro su vida? Es muy probable que así hubiese sucedido, aunque la sensatez salió también derrotada, al igual que el mítico personaje del llano, al no escuchar la voz  de la cordura y del buen sentido de las cosas.
                                                     
Y así, la terquedad, la obstinación y la porfía, son las constantes en aquellos que se niegan o se oponen a cualquier postura razonable sin que argumento alguno pueda convencerles y dejar sin efecto sus tozudas posiciones. Es lo que le pasó a otro personaje de otra famosa leyenda llanera, La Sayona, quien respondía al nombre de Pancho Rengifo, apodado “El macho”. Este hombre era muy conocido en la zona y una de sus aficiones era la riña de gallos y donde quiera que hubiera una pelea de esas, no podía faltar este empecinado gallero. No hizo caso de  las advertencias de su esposa e hija, y más adelante tampoco le detuvo las palabras y los consejos de un viajero que conocía los peligros a que se exponía el jugador y caminante nocturno. Y le ocurrió lo mismo que a Juan Hilario, dada su terquedad u obstinación. Y el mismo resultado: recibió una golpiza de la sayona por no escuchar y dársela, además, de mujeriego. Y así es el folclor, rico en conocimientos, aventuras y entretenimiento, pero que no puede desdeñarse su rol aleccionador y sabiduría de pueblo.

Pero hay más ¿recuerdan aquella canción que se puso de moda un tiempo y que se dejaba escuchar en cualquier reunión?  He aquí una estrofa: “Llegando a Ciudad Bolívar me dijo una guayanesa, que si comía la sapoara no comiera la cabeza, y me la comí, que atrocidad, puse la torta por mí terquedad”.  Podemos finalizar con otra estrofa de un tema del folclor mexicano que se difundió muchísimo en décadas pasadas y que aquí en nuestro país tarareaba casi todo el mundo. Era aquella canción, “No soy monedita de oro”, que interpretaba Miguel Aceves Mejía, entre otros conocidos cantantes de la tierra azteca, que decía en una de sus estrofas: “Soy piedra que no se alisa por más que talles y talles, soy terco como una mula, adonde vas que no te halle”. La letra le pertenece al compositor, también mejicano, Cuco Sánchez, quien se dio a conocer por toda Latinoamérica con sus temas, que llevó   -de manera exitosa- al cine de su país. Y ahí, en ese planteamiento musical, se pone igualmente de manifiesto, la terquedad y la obstinación. Y como corolario, aquella conseja que se dice en el llano cuando alguien se empeña en cruzar parajes amplios y solitarios: “Cámara, tenga mucho cuidado, que lo puede machucar el silbón”.


Los deformadores del folclor 1


En la genial obra Florentino y el Diablo, creada por la pluma llanerísima del gran Alberto Arvelo Torrealba, hay un personaje que relata el encuentro entre los afamados copleros y empieza el crucial e histórico duelo con estas palabras: “esto sucedió hace tiempo, cuando en el  llano se encontraban copleros buenos de verdad...”. Claro, antes de comenzar le buscaron  al “catire Venancio” su mascada de tabaco y un cuatro y es entonces cuando cobra vida la leyenda que es delicia del llano, de Venezuela y mucho más allá. Y era cierto. En esos tiempos se veían y escuchaban “copleros buenos de verdad” y cultores del folclor llanero que impresionaban gratamente. Y aquellos intérpretes dejaron su fama y su gloria regada por toda la sabana y por toda Venezuela. Y dejaron a “sus hijos” quienes les sucedieron dignamente y obtuvieron también el aplauso y el reconocimiento por su calidad interpretativa, su seriedad y amor por lo nuestro.

De esos buenos hijos no podemos dejar de mencionar al insigne Ignacio Figueredo, que al decir de algunos es el creador del sabroso ritmo del Gabán y otros golpes que estremecían –y aún lo hacen- el alma del llanero. Nacido en las entrañas del legendario estado Apure, el “indio” y el sonido extraordinario de su arpa siguen alojados en la conciencia nacionalista de muchos venezolanos. Y como él, otros patriotas del canto y la composición llanera como Ángel Custodio Loyola, a quien apodaban El Cantor del Llano que con su música se dedicó a defender el folclor que lo consideraba esencia pura del sentir venezolano. Loyola impuso temas como Cajón de Arauca apureño, Puerto Miranda y sus famosas Catiras. Así también, recordamos al indomable Nelson Morales, al Catire Carpio, Ángel Ávila, al Clarín de la Llanura Juan de los Santos Contreras, José Romero Bello, entre otros cultores que hacen e hicieron patria con  el folclor musical.

Pero, ¡cómo cambian los tiempos! No dudamos ni comprometemos a las nuevas generaciones de intérpretes y cultores de nuestro folclor musical que en su mayoría son muy buenos, pero es necesario decir que entre estos se vienen apareciendo algunos “intrusos” que dejan muy mal parado nuestro gentilicio, nuestras costumbres y esencia nacionalista al presentarse y difundir “temas” destemplados y obscenos que desdicen mucho de cómo somos los venezolanos y en especial los que nacemos en el llano. Por ejemplo, suena con insistencia un bodrio que titulan “El gabán gay” que es completamente opuesto al trabajo viril y creador del buen llanero. Asimismo, se apareció otro, Leonel Bravo,  que dice haber quedado sin dinero “por pajú” y con otro “tema” donde le     “reparte ñema” a todo el mundo. También prestó su voz de alondra una guariqueña para “amanerar” a otro gabán, y un supuesto jocoso de Santa maría de Ipire, en Guárico, Euclides Leal, maltrata el sagrado vínculo del compadrazgo con una “composición” de inclinación sexual que indigna a muchos de los que tienen la mala suerte de oírla. Y para colmo, el mismísimo Cardenal  Sabanero, Reinaldo Armas, sorprendió en su último trabajo discográfico con unos “temas” que sugieren morbosidad en un supuesto y malhadado doble sentido, cuando dice: “...y la van a pelá, sí hombre” y remató con una canción “complejidades” que en todo el llano causó conmoción a sus seguidores por su muy controvertido mensaje que desdice seriamente la postura normal del hombre y sus buenas costumbres.

Alguien podría decir que debe dejarse en estos tiempos modernos lo pacato y que además en las alusiones referidas solo se trata de cosas de doble sentido y no faltará quien les endilgue una supuesta “musa”. Pero no, creemos que el llano y Venezuela toda es muy rica en vivencias y cultura general,  que muy bien pueden inspirar a los cultores de una manera constructiva, y además no debe olvidarse que el folclor es sabiduría de pueblo y está estrechamente vinculado con el concepto de patria y todo eso va ligado a nuestra identidad y a nuestra forma de ser y está, asimismo, referido a lo material, social y espiritual. Es decir, nos conecta con una forma de vida y conducta en el medio. De allí que consideramos que el folclor es sagrado y no debe ser objeto de maltratos de ese tipo ni de ningún otro, dada su elevada condición formativa con responsabilidad histórica en la actual y futura  generación de venezolanos auténticos.


Los deformadores del folclor 2




Hace  poco más de un año opinábamos  sobre la situación que venía ocurriendo con algunos “intérpretes” de nuestra música autóctona y establecíamos algunos casos en que era evidente la deformación, el mal gusto y lo obsceno de ciertos “temas” que suelen escucharse en eventos musicales criollos y que para colmo de males eran también sonados en la radio. Y nos referíamos a un señor –“de cuyo nombre no quisiera acordarme”- que grabó una mala pieza titulada El gabán gay,  al “ñemerito” de Achaguas, a la Alondra del Llano, entre otros. Y  puntualizábamos en aquella ocasión la diferencia con otros tiempos en donde el folclor venezolano era tomado con mucha seriedad por sus ejecutantes y se caracterizaba por el buen gusto, su brillantez y lo aleccionador, en no pocos casos. Y agregábamos, que por eso nuestro acervo cultural más criollo mantenía intactas las figuras legendarias de Juan de los Santos Contreras, Ángel Custodio Loyola, José “catire” Carpio, José Romero Bello, Ángel Ávila, Nelson Morales, Ignacio “indio” Figueredo, entre muchos grandes copleros,  compositores, ejecutantes y músicos de nuestro sentir vernáculo.

Pero, los tiempos han cambiado. Y como decíamos en aquel primer escrito,  no dudamos ni comprometemos a las nuevas generaciones de intérpretes y cultores del folclor musical en donde se destaca una nueva camada compuesta por muchos que son muy buenos y prometedores. Más, sin embargo, debemos dejar  constancia que siguen apareciendo unos “intrusos” que dejan muy mal parado nuestro gentilicio, nuestras costumbres y esencia nacionalista. Y de ello nos hablaba hace unos días el excelente compositor Joel Hernández, y era clara su honda preocupación ante otra arremetida de los deformadores del folclor y nos comentaba el caso de otro “cultor” que tuvo el coraje de tomar el hermoso arreglo musical de la canción Chubasco llanero y montarle una nueva “letra” en donde relata “los amores con una burra”. Imagínense ustedes semejante despropósito. El bello tema, que ya pertenece al pentagrama clásico de nuestro acervo musical, que fuera escrito por el doctor José Grisco,  musicalizado por Valentín Carucí e interpretado genialmente por la inolvidable Neida Perdomo, es “echado a perder” por un descarado. Y a mi mente llegaba -durante el diálogo con Joel- cuando en otra oportunidad nos decía con cierto disgusto el criollísimo cantor Jorge Guerrero, que uno de sus arreglos musicales fue tomado como base para “acomodarle” también una grotesca letra en respuesta al tema original. Y agregaba el hijo de Elorza, que además del abuso y la osadía, aquello denotaba una terrible falta de originalidad, sin desestimar el daño que se ocasionaba.

Reparemos ahora, ¿Qué es el folclor? Y respondamos con un concepto  del propio Jorge Guerrero, exteriorizado en uno de sus sabrosos joropos y he aquí un extracto: “Porque una tarde en el Elorza, juré si mal no recuerdo, poner el folclor en alto, respetarlo y defenderlo, porque para mí el folclor es todo lo que tenemos: llanuras, ríos y montañas, selvas y emporios mineros. Folclor es una laguna, el bullicio de un garcero, un corral de vacas mansas y el canto del becerrero, folclor es el Ave María, el Padre Nuestro y el Credo, folclor es querer a los niños y respetar a los abuelos, tender una mano amiga al humilde pordiosero, folclor son todos toditos los nativos de este suelo...”. Y si alguien interrogara qué para qué sirve el folclor, tendríamos que admitir que para mucho. Veamos estos ejemplos: En el transcurso del siglo XIX, algunos países que se encontraban políticamente dominados por potencias extranjeras, vuelven a descubrir su patrimonio folclórico como un factor importante dentro del despertar nacionalista contra el opresor. El kalevala, epopeya popular finlandesa, juega un papel  destacado en la formación de una conciencia propia en Finlandia que había sido arrebatada o dominada por el antiguo imperio ruso. Asimismo, en Alemania, destrozada por la guerra, el folclor contribuye a que el pueblo tome conciencia y se forme un sentimiento nacional en función de su unión política.

En nuestro país, no podemos olvidar que el folclor musical jugó un papel estelar en cuanto al despertar y formación de un sentimiento patrio en la guerra de independencia, así como en la guerra federal. Las figuras de Bolívar, Sucre, Páez, Zamora y otros grandes próceres, aparecen plasmadas y exaltadas en décimas, coplas y corridos.  ¿Qué más podemos decir?


           Los deformadores del folclor 3




El folclor venezolano ha vivido épocas estelares y ha dejado su impronta fuera de nuestras fronteras patrias. Y es así como nuestra cultura autóctona registra en su historia con letras doradas la incursión que hiciera el brillantísimo Quinteto Contrapunto en 1962 y a partir de allí fueron varios años donde floreció con orgullo nuestro patrimonio musical. El mundo conoció la versatilidad y el talento de este grupo nacional que integraban Morela Muñoz, Jesús Sevillano –también médico-, Rafael Suarez, Marina Guanche y Domingo Mendoza. Su periplo por América, Europa y otros continentes, dejaron maravillados a todos los públicos que tuvieron el privilegio de escucharlos, en donde analistas y expertos del mundo de la música se expresaron con honrosos elogios para el exquisito conjunto folclórico. Y asimismo, cuenta mucho el aporte de otros talentosos venezolanos que enriquecieron con sus voces y melodías nuestras raíces vernáculas y que también fueron exitosos en muchas partes del orbe, tales son los casos de los   excepcionales Héctor Cabrera, Alfredo Sadel, Mario Suarez, María Teresa Chacìn, Neida Perdomo, entre otros muchos nacionales que siempre serán recordados, no obstante la vergonzosa invasión de ritmos foráneos, en muchos casos estridentes y estúpidos.  

En nuestros días la música venezolana ha tenido un repunte importante y puede decirse, sin temor a equivocarse, que en el ambiente se escuchan trovadores, intérpretes y grupos que enaltecen nuestro gentilicio, a pesar del mercantilismo que los caracteriza y la pose de “divos” de algunos. Claro está que vivimos en una sociedad donde el dinero y la mercancía hacen de las suyas y unos cuantos, tal vez por “hacerse de unos reales” tienen la insolencia de incursionar con unos temas que desdicen de nuestra cultura, nuestras costumbres y lesionan de alguna manera la decencia y la moral y usan para ello las herramientas de las bajas pasiones e involucran en mala hora una de  las grandes riquezas de un país, que como hemos dicho significa nuestro folclor. Por ahí se apareció una mala canción llanera que titularon “El jalabolas”, nada más y nada menos. Tenía que existir alguien que tuviera “los riñones” de grabar algo así y que contara con el acompañamiento de un grupo que toca un sabroso joropo que se pierde, lamentablemente, con un “cantante” que desentona con la disparatada letra. Fíjense lo que dice en una parte del despropósito: “Soy el propio jalab… desde   empezar a gatear, los ricos pelean por mí porque es que soy calidad…”. Y más adelante: “me atrevo a meterle embuste a mi papá y mi mamá, abandonar a mis hijos y a mi mujer emprestar…”. Imagínense ustedes lo procaz y poco edificante de este sinvergüenza que sin tapujos tiene la osadía de hacer y decir una cosa como esa. Y no conformes con eso, los “negociadores” de nuestra música lo distribuyen y divulgan en paquetes de CD o DVD que califican “de colección” –en video y demás hierbas- y junto a otros intérpretes que pareciera no  importarles que los “vendan” con esa clase de individuos que no siente ningún respeto por nada ni nadie, ni siquiera por su propia familia.
                                                      
Y aunque es un caso muy distinto al que comentamos arriba, es hora de lanzarles un alerta –con todo el respeto que se merecen- a dos hermosas muchachas intérpretes de nuestra música, que además de irradiar mucha simpatía y desenvoltura en el escenario,  han logrado colocarse en el gusto y la preferencia de los amantes del folclor, pero que a veces tienen sus extravíos grabando algunos temas que contienen expresiones que no contribuyen a elevar el mensaje de la familia y   nuestros niños son víctimas al comenzar a repetirlos como si de una gracia se tratara. Ellas tienen mucho talento y juventud para afianzar sus carreras, pero deben cuidarse  demasiado de ese tipo de cosas. Nos referimos a las despampanantes Scarlet Linàrez y a Noris Valencia, que han causado “furor” con los temas “En carne viva” y “De parte y parte”, respectivamente. Es sabido que la cultura nacional tiene infinidad de cosas hermosas y constructivas que pueden servir de fuente inagotable de poemas y canciones que sin lugar a dudas contribuirán a poner en alto a nuestra patria y nuestro folclor. 

Algunas emisoras deforman el folclor



Un barquisimetano lo expresaría de este modo: “Ah mundo, cuando en la radio de antes se iba a escuchar algo así”,  un zuliano diría: “¡Que molleja, primo hermano!”, y un llanero sin dobleces: “Cámara, eso le hace daño al folclor”,  y ello ocurriría al no más escuchar una canción voluptuosa de la bonita intérprete Scarlet Linares,  que es muy sonada en las ondas hercianas por estos días y se titula “Ojalá que no puedas”, donde describe,  de acuerdo con mi óptica, de manera detallada, obscena, e incluso lujuriosa, las acciones de una de sus últimas letras grabadas “en vivo”  y suelta perlas como estas: “Ojalá que no puedas hacerle el amor cuando duermas con ella” o “cabalgando en mi vientre te quedabas dormido”, en un lenguaje directo, sin musa, sin ingenio ni metáfora y cantado con estridencias y que al decir de una emisora local ocupa “el primer lugar de sintonía”. Nada más y nada menos, pues. Y no sería de extrañar que ese tipo de “temas” se “pegue” y sean solicitados por los oyentes. Se vive, como se sabe, los tiempos de una especie de situación dislocada en algunos medios de comunicación social y en donde la medida la pone, al parecer, el director o el productor radial y sin detenerse ante nada, que es lo peor, y entonces suenan esos bodrios sin más ni más. Lo que importa es lograr la sintonía a troche y moche,  porque eso les permitiría vender  más publicidad y  sacar muy buenos dividendos,  aunque se deje  “la reguera”.

Pero, ¿en verdad no hay límites? Así parece, y de hecho les estoy contando experiencias vividas con un medio radial que emite su señal desde Araure y que es “muy rumbera” con sus temas calientes de la mañana. Y presumo que otras señales radiales harán lo mismo, porque ninguna se salva de que les lleven “esos trabajos” con el carísimo encargo de que sean sonados sin demora y sin tregua. Y claro está que no debo generalizar con los intérpretes, con los temas y con las emisoras, pero desgraciadamente esos pocos discos que vienen marcados por el mal gusto, el pésimo mensaje y que incitan al mal ejemplo de niños y adolescentes, tienden a hacerse sentir con más fuerza. Y sin duda, valga expresar que el repertorio musical criollo es muy vasto y hermoso, rico en mensajes positivos y culturalmente necesarios, aunque, a diferencia, tienden a sonar muy poco. Y entonces suenan insistentemente algunos que van directos a explorar el lado oscuro de las personas, especialmente niños. Y esto último es materia de sicólogos que deberían pronunciarse, al igual que otros especialistas, dicho sea con respeto.

Y como dicen en mi pueblo, no es que “la quiera agarrar” con la Linares, porque de cierto, ella me gusta y disfruto algunos de sus temas, pero en el caso citado se le pasó la mano al que hizo la letra, a ella que la grabó, a su productor y a los que la ponen a sonar. Ya en el pasado reciente nos sorprendió con aquella canción “¿Que te has creído tú, que yo no valgo…”. ¿La recuerdan? La de los “cachos”. Y disculpen si soy incisivo con esto del folclor, pero es que al ver algunas cosas que se escriben, graban,  cantan, identifican y se promueven como música folclórica, no puedo menos que sentir desazón. Y en ese tema procaz de Scarlet, que estimula y proclama el sexo, además de desazón como digo, debo sentir rechazo. Fácilmente se pueden imaginar las contorsiones con el histrionismo y los movimientos insinuantes de la trovadora y también sus tonos de voz propios del acto sexual. Es hora de reflexionar, señores, y no hay derecho de que se exponga a los pequeños con esos despropósitos cantados en nombre del folclor. Ah, y pueden llamarme santurrón, si quieren.    

¿Se acabaron las serenatas?




Que quede claro que nos referimos a aquellas serenatas que solían darse al aire libre en las esquinas de alguna calle, al pie de una ventana o en un amplio patio de aquellas casas antiguas de entonces. De tejados y eso. Eran esas hermosas melodías que se tocaban y cantaban espontáneamente y de manera desprendida con el acompañamiento del arpa, cuatro y maracas y solo bastaba el ánimo, el afecto o “estar enamorado”. ¿Cuánto podría costar una serenata en estos tiempos si es que alguien se dispone a retrotraerse en el tiempo? Si se pensara en Reinaldo Armas, por ejemplo, pueden imaginarse cuanto seria el honorario por el especial servicio. Como diría alguien: “Un ojo de la cara”. Y hasta cualquier intérprete novel que se buscase, lo primero que expresa es: “Yo cobro tanto, cámara y eso sí, me lo dan en efectivo y rapidito”. Por eso es que no se puede olvidar a algunos serenateros que “vivían su arte” y no escatimaban invitación alguna en esas tardes y noches de bohemia que se caracterizaban por lo sano y la bondad de las personas.

Nos viene a la mente un singular intérprete y cantor muy dado por excelencia a las serenatas, que respondía al nombre de Salvador González, y que llegó a ser conocido en toda Venezuela como El Magistral. Este guariqueño, con su excepcional y bien timbrada voz, adornó muchas noches y madrugadas llaneras al pie de un arpa y al pie de una ventana. Fueron muchas las veces que lo escuchábamos en Valle de la Pascua, en la barriada de Guamachal donde nacimos y crecimos, despertando gratamente a los vecinos con sus bonitas canciones. Salvador fue un docente de aquilatados méritos que después fue absorbido por el folclor. Fundó junto a otros maestros de escuela El Quinteto Magisterial, que cosechó muchos éxitos enalteciendo nuestra cultura autóctona. El grupo se desintegró y González se lanzó como solista e impuso varios temas a nivel nacional, además de ganar varios festivales de renombre, en esos tiempos cuando no había tantas componendas como las hay ahora. Canciones como “Noche de amor”, “Bésame morenita”, “Soizolita”,  “Luz de mi vida” y “La Guachafita”, entre otras, formaron parte de su repertorio musical, y por extensión del venezolano. Y cabe decir, que en los tiempos en que grabó Salvador su primer disco, las cosas no eran fáciles. Era necesario tener mucho talento para hacerlo y las disqueras no se arriesgaban con cualquiera. Pero fue tal la calidad de este intérprete que venció todas esas barreras. No es como ahora, que al decir de mi amigo y cantor llanero, José Maluenga: “Horita cualquiera reúne una platica y se va y graba y echa a perder la música”.

Pero Salvador González, a pesar de su calidad interpretativa y su don de buena gente, no las tuvo todas consigo. En aquel momento “penetrar” con la música venezolana era cuesta arriba. Se escuchaba en la radio sobre todo en la madrugada y la televisión era casi impenetrable. Sólo quedaba “matar tigres” en las tascas y restaurantes, donde se “ganaba” muy poco y quien pretendiera vivir del canto y de la música “tenía que monear muy bien un corozo”. Sin embargo, este cantor del llano libró su propia batalla defendiendo nuestra nacionalidad y nuestras costumbres patrias. Pero lo pagó muy caro. Terminó enfermo y murió en condiciones económicas deplorables, hasta el punto que hubo que recurrir a una verbena para recaudar fondos y buscarle médicos y medicina. Y así, se marchó tristemente el serenatero y aunque nos dejó un extraordinario legado musical, dicho sea de paso, se escucha muy poco en la radio.    


 Del Guárico los cantares”




“Por todos esos llanos de bancos y palmares, mesas y morichales, cuando se oye cantar una copla que exprese bien los sentimientos llaneros, inmediatamente se afirma: -Esa es de Cantaclaro”. Así está plasmado en el excelente libro de don Rómulo Gallegos, obra que es imprescindible en la biblioteca popular venezolana. Y es que si nos ubicamos en nuestro tiempo, guardando celosamente aquellos cantos,  aquellos dichos y aquellas leyendas, y si parodiáramos al exitoso novelista criollo, bien podríamos decir que en la época del cantor llanero Ángel Ávila, cuando -bien por esos caseríos y pueblos o bien en la era de las inolvidables rocolas-, se dejaba escuchar aquella auténtica y bien timbrada voz  y llegaba a los oídos de cualquiera, era probable la expresión: -Ese es Ángel Ávila, El Gigante del Pasaje.

Todavía recordamos aquella tarde cuando lo vimos en el Caney de Pancho Soto, en la ciudad de Píritu, en Esteller. Estaba al lado del singular poeta llanero Adeliz Soto Valera. Alrededor suyo estaban también otras personas, cuyas miradas denotaban respeto y admiración. El cantor, oriundo de las Mercedes del Llano, relataba las anécdotas recogidas en tantas travesías por ese llano infinito. Aquellos momentos fueron muy especiales porque el invitado de honor derrochó su talento y su clase de trovador en cada pasaje y joropo que interpretaba, muchos de ellos solicitados por los presentes que aplaudían sin cesar y de manera espontánea. En ese tiempo, cuando se paraba al pie del arpa un cantor de la estirpe de Ángel Ávila, todos guardaban  silencio  y los ojos se posaban en la figura de aquel recio de la sabana y los sentidos se abrían   para que entraran las pegajosas melodías  de ese nuevo florentino, venido de las entrañas de la llanura del estado Guárico. Temas como Lamento del Canoero, Llanero siente y Lamenta, Llano que grande Eres, impactaban alegremente a todos los que escuchaban aquella voz con excelente cuadratura, melodiosa y típica de las pampas venezolanas , que en cada canción reflejaba las vivencias propias de esos predios, que por agrestes no dejan de ser románticos y acogedores. Y en aquella bonita tarde piriteña no podía faltar la inspiración recia que recorría el llano entero por esa época y en esa privilegiada garganta, que refería la interesante historia de un señor de apellido Rubio que le había vendido el alma al maligno para que el oscuro personaje le deparara mucho dinero y bienes que se concretaban en abundantes tierras y ganado, donde destacaban  madrinas de caballos y grandes cimarroneras. Así nació la leyenda de   La Rubiera –hato que abarcaba casi medio estado Guárico-, y que Ávila convirtió en un  canto llanero que llamaba la atención de cuantos lo oían. Contaba también la letra de esa canción que la familia de aquel hombre  era muy pobre y es entonces cuando decidió  hacer el detestable y maldito compromiso con el habitante del averno. El señor Rubio no se quitaba de encima una imponente camisa negra y tenía organizadas  unas cuantas cuadrillas de peones  “como para formar una guerra”.

El compositor y trovador Ángel Ávila recorrió los caminos del llano y de todo el país llevando siempre su mensaje nacionalista y un sentimiento que se quedaba en el corazón de todos aquellos que sienten y aman al llano con sus dificultades, bellezas y querencias. Hoy lo escuchamos muy poco, pero nos dejó un legado de canciones que siempre reflejarán el amor que este hombre singular sintió y siente por su tierra y por su gente. Y como él mismo lo dijo en una oportunidad, hablándole a los venezolanos: “Que luchen con ahínco y que no desmayen para que lo que hemos construido con tanto esfuerzo no lo dejen caer en extinción por cuanto los jóvenes del mañana tienen el deber de defender nuestro folclor”. Y si alguien nos preguntara donde está ahora ese insigne cantor de la sabana, le diríamos: Escuchen lo que dijeron en un sabroso contrapunteo con bandola, Henry Ascanio y  José Humberto Castillo, dos prodigiosos copleros guariqueños: “/Ahora quiero preguntarle, ya que estamos inspiraos/ /¿qué pasó con Ángel Ávila que más nunca lo han nombrao?/. Y responde de inmediato Ascanio:  /Ayer pasé por su casa y lo conseguí acostao, en un chinchorro e moriche con doña Bárbara al lao/, /y me dijo que del canto está casi retirao, pero todavía compone sus pasajitos lloraos/, /también me dijo muy triste que estaba muy preocupao, porque los estilos propios hoy en día están acabaos.../”. Y allí está Ángel Ávila, en las Mercedes del Llano, con su dignidad íntegra y con más de 27 trabajos discográficos dedicados a su   tierra, la patria de Simón Bolívar.


Jeannette Osal: “Un regalo de Dios”

“Es un regalo de Dios”, es lo que llega a la mente cuando JEANETTE OSAL hace uso de sus extraordinarias y virtuosas condiciones vocales y se confirma plenamente justo al interpretar de manera fabulosa su versión de la canción "MENTIRA", del gran Gilberto Santarosa. Y es que desde sus comienzos se fue tejiendo la gran verdad de su calidad interpretativa y la versatilidad de la singular nativa del estado Portuguesa. Es indudable que lo que sale de su alma por su "BOCA SABROSA" lleva directo al éxtasis al oyente en cuanto es seducido por la voz extraordinaria y tersa de OSAL.
Y sus sonidos vocales exquisitos transforman el ambiente donde se le escucha y conducen el pensamiento y el sentir en una especie de viaje hacia el cielo y hacia el infinito de donde no se quiere regresar. Nada de angustias cuando afina sus peculiares acordes y se deja oir el tema "ATORMENTADA" y a la inversa calma cualquier inquietud que se pueda sentir en un momento determinado. Y si alguna vez entona a "ESCONDIDAS" no hay pared ni obstáculo alguno que impida que sus finos cantares lleguen a los oídos expectantes de su cada vez mas nutrida cantidad de admiradores. Y quien no desea que ella le cante en específico? !Todos quieren!, por eso los afortunados anhelan escuchar "HOY HABLE DE TI" y de inmediato quedan extasiados y sorprendidos de gusto. Y a la insinuación "¿DE QUE TAMAÑO ES TU AMOR? Debe decirse al unísono que es inmenso sin lugar a dudas y se muestra a penas al oírla. Y no solo su nombre comienza a expandirse por Venezuela, por sus rincones más apartados sino que Jeanette Osal tiene "CALIDAD DE EXPORTACION", como bien dice el cantor José Maluenga. Y no son "CASUALIDADES", sino que por el contrario es una hermosa realidad y una verdad tan grande como un templo.
Es un hermoso hecho sonoro y musical que corre por el llano, por la ciudad y por todo el país. Y ella seguirá cantando por su tierra natal y por toda Venezuela porque tiene un "SEÑOR CORAZON". Y ahora buscando otros rumbos y geografías nacionales alzó su vuelo pertinaz con su garganta cantarina "EL GABAN INTERNACIONAL", tema del coplero coleador Cheo Hernández Prisco, que enarbola la bandera con las estrofas del canto patrio, genuino y bonito.


La primera vez que vi a Gerardo Brito



Claro que ya sabía de su persona cuando lo vi por primera vez y, sin duda, conocía de su trabajo radial y de su especificidad con el folclor nacional. Y esa vez primera fue cuando asistí con unos paisanos a Barquisimeto a un festival musical en el Anfiteatro Oscar Martínez que lució repleto de personas, con muchas estrellas del canto venezolano y lleno, sobre todo, de música donde destacaba con singularidad la del llano. Nos deleitamos esa noche con los acordes hermosos del arpa, cuatro y maracas y, por supuesto, de las voces e intérpretes que lo dieron todo. La pasábamos de lo mejor, como digo, cuando apareció Brito y se acercó a nosotros diciéndonos: “Muchachos, por favor, denme la botella de ron que tienen ahí”. Sorprendidos con su aseveración y su firmeza nos miramos los del grupo que reíamos y festejábamos en medio de un escenario donde todo el mundo estaba feliz. Alcanzamos a decirle: “No, señor, nosotros no tenemos ninguna botella, disculpe”. El insistió  y aseguró haberla visto cuando uno de nosotros se tomaba un trago a hurtadillas. Y aprovechó la ocasión esa noche para darnos información  sobre la rigurosa prohibición de bebidas alcohólicas en el lugar, cuyos argumentos giraban en torno de la presencia de muchas familias, en especial de niños y jóvenes, y los organizadores prefirieron omitir ese consumo en aras del buen ejemplo, de la prudencia y de la seguridad del festejo. Fue muy convincente la explicación y dada de una forma respetuosa, aunque firme y decidida. Ante aquello no nos quedó otra que entregarle la botella y se alejó con una sonrisa y viéndonos con ojos de gratitud. En ese momento sonó el arpa interpretando un sabroso joropo que hizo que añoráramos el líquido espirituoso perdido.

Después lo vería en un centro nocturno que se especializaba en los eventos musicales llaneros y era muy concurrido por aquellos tiempos en Lara. Esa noche fui al lugar con unos amigos y recuerdo que al ocupar una mesa, al ratito llegó Brito con una sonrisa franca tendiéndonos la mano y diciéndonos: “Amigos, bienvenidos a “Las taparas de Gerardo”. Aquella jocosidad –así se llamaba el expendio- nos llamó la atención y se sentó con nosotros un buen rato, hasta comenzar la animación con su voz característica e inconfundible que llenaba los recintos y los espacios donde solía expresarse profesionalmente. Posteriormente lo tendría como invitado especial en un evento llanero en Acarigua donde yo fungía como responsable y verdaderamente enalteció ese acto en la Concha Acústica  con su presencia, su irradiada simpatía y su amplia y brillante trayectoria reconocida por todos. Recuerdo que me dijo al final: “Hermano, que buen acto, lástima que no pude ayudarte”. Se refería Brito a que no pudo animar debido a que en aquel momento acababa de superar una terrible enfermedad que lo aquejó y lo retiró por una temporada de su labor radial, de los escenarios y tarimas. Yo le respondí: “No, Gerardo, no es así. Nos ayudaste mucho con tu presencia y te estamos muy agradecidos. Queríamos aquí, muy especialmente, al hombre, a la persona, al profesional comprometido con la cultura autóctona y con nuestro folclor patrio. Siempre estaremos en deuda contigo por ese enorme aporte al país de Bolívar”. Él sonrió satisfecho.

Y por última vez lo vería en mi hogar de Acarigua. Venía de cumplir con unos compromisos en la ciudad de Ospino y tuvo la amabilidad de visitarme en horas vespertinas. Compartimos un buen tiempo y al partir me dijo que le gustaría que nos viéramos en La Feria del Pescado, colorido y hermoso evento que estaba por realizarse en aquellas semanas en Apure y en donde él era invitado especial. Pero, ahora Brito no está con nosotros porque partió recién a su encuentro con Dios, y debo agregar que “La cuenta que no da ná”, dio mucho, si anotamos el arte prodigado por este hombre, la trayectoria,  profesionalismo,  aporte al folclor y a la patria, desprendimiento y don de buena gente, y dio tanto, además, que llenó a Venezuela con su rectitud y amor nacionalista. Y siempre retumbará en las conciencias y en el deber ciudadano, aquella tu expresión: “De Venezuela, ni un milímetro para nadie”. Descansa en paz, hermano, cumpliste tu misión


Luis Silva: Cuatro en mano enamoró a Venezuela

Un día le dijo a su mamá: “Voy a ir a Maracay unos días a cantar y a ver cómo me va”. Y partió sin dilación. Atrás dejaba su hogar y sus estudios inconclusos de bachillerato. En la ciudad Jardín de Venezuela se instaló y comenzó su incipiente carrera de trovador haciendo énfasis en el género romántico, aunque a la llanera. Y fue escuchado. No era difícil identificarlo por su arraigada costumbre de llevar su cuatro en la mano y con el sonoro instrumento nacional, el arpa y las maracas y un morral a cuestas lleno de sentimientos y melodías ofreció su caudal. Aquellos pocos días prometidos a su madre se convirtieron en seis meses, y su progenitora, con la preocupación innata por un hijo que se había marchado en busca de reconocimiento, no tuvo más remedio que mandarlo a buscar con una hermana que, por cierto, estaba embarazada y tuvo que dar a luz en Maracay con la ayuda “del hombre del cuatro” que de pronto se vio envuelto en una situación inesperada. Era apenas un adolescente de diecisiete años. Corta la edad, pero largo el sueño.
Luis Silva confiesa que al principio su canto gustó y esas puertas se le abrieron. Y atiza entre sonrisas: “Las puertas que no se me abrían eran las de los restaurantes para comer”. Y no se arredró. Tenía otra hambre que tal vez matizaba la biológica: La de ser alguien en la música llanera romántica sin desestimar el joropo y otros golpes criollos. Así que, “Con un pancito aquí y un juguito por allá”, dicho sin ruborizarse y con la sencillez que le es característica y que forma parte de su arsenal folclórico, se dispuso a presentarlo sin hacerse rogar. Aunque el alimento básico, ese sí que se hacía rogar: “Yo vivía en una casa y la señora llevaba comida, ella comía y me dejaba”. Con los años y con su clase comenzó a recorrer el país llevando su música y tratando de imponer su estilo romántico que no abundaba para entonces.
Y lo logró, no sin antes librar una tenaz batalla que fue dando sus frutos artísticos. Y la comida se hizo más puntual. Y aquellos días sin comer fueron historia: “Yo duraba hasta dos días sin comer”, anota sin rencor ni amargura y sí con la sonrisa del triunfador. El excelente trovador Barinés, después de 34 años de andanzas con el folclor y producto de su tesón le ha regalado al país 20 discos. Y remata: “Me agrada mucho ver a los nuevos talentos que incursionan en el canto romántico como lo hice yo hace años”. Luis Silva es del tamaño de su compromiso.


 Cuando el cuatro sonoro se convirtió en bandera  (Dos)


Decíamos que Luis Silva se marchó a Maracay a probar suerte siendo todavía un adolescente, fue por unos días y superó los seis meses. Después estuvo residenciado en la ciudad de Acarigua por poco tiempo y lo utilizó en promover su inquietud artística y relacionarse con diversos sectores. Eran los años ochenta y la época de aquella canción que decía: “Caminando, seguro me está mirando, que poderosa atracción… “, la cual era uno de sus temas fuertes para el momento, al igual que el bonito y metafórico  “Río seco”, del compositor César Méndez: “Si yo pudiera mirarte con tu cause rebosante como estabas aquel tiempo, si mis lágrimas llenara el vacío que dejaron la distancia y el silencio, adónde fueron tu aguas, cuanto dolor causó el tiempo fuiste una hermosa leyenda que quedó en mi pensamiento…”, y la gente acudía a escucharlos en el club del Telefonista, trasmitidos en vivo en el excelente programa Brindis Criollo, ancla de radio Acarigua, conducido por Rafael Querales. Esta composición era una especie de réplica de “Laguna vieja”, impuesto por el trovador Reynaldo Armas.
El cantor visitaba muy a menudo la “Sensacional Radio Acarigua” que para entonces estaba en el tope de su sintonía y copaba la escena radial en esos años. Y en esos días nos conocimos fundamentalmente porque mi persona formaba parte del elenco de comunicadores de esa importante e histórica emisora. Un día llegó y estaba yo enfrente del micrófono haciendo un programa particular y en el receso me pidió que le sonara uno de sus discos y al solicitárselo, me respondió: “No, no lo tengo. La empresa disquera no le da a uno, pero aquí en la radio lo tienen”. Admito que me sorprendió la aseveración del barinés. Tal vez por desconocimiento del sistema utilizado por esas empresas musicales.
Por esa época hablé con cierta regularidad con el singular intérprete y supe que le atraía el trabajo radial y admiraba la forma de los noticiarios que eran a dos voces y leyendo rápido. En otra ocasión me dijo que la gustaba el arte de la declamación, así como la afición por el tradicional juego de bolas criollas, en la cual se desempeñaba muy bien jugando “a la zurda”. Y dos o tres veces lo practicamos en las instalaciones del club “Casa Guárico-Apure”, en cuyas amplias canchas “pegó varios boches clavados y no salía del mingo”, como suele decirse en el argot. Claro está que yo no me le quedaba atrás y al final me decía: “Pegaste unos buenos boches, pariente”. Para el momento de lo que cuento, Luis Silva no tenía aun el reconocimiento que ahora tiene. Hoy por hoy, para su satisfacción y del país, este tenaz defensor del folclor goza de una enorme popularidad y aceptación y puede afirmarse sin temor a equívocos que es un icono de nuestra cultura folclórica y del canto nacional. Sería prolijo enumerar sus éxitos musicales y su discografía porque son harto conocidos y celebrados en la patria de Simón, así como en buena parte del concierto mundial, por ejemplo “Enfurecida”, que traspasó la geografía patria.

No hace mucho nos vimos en Barquisimeto en un evento donde cantó junto al “fama” Jorge Guerrero, y me sorprendió gratamente cuando vino a darme un abrazo y expresándome con una sonrisa: “Oye, pariente, tú estás igualito”. Lo decía por tantos años sin vernos. Y es que para Luis Silva, valga acotarlo, la sencillez forma parte del rico morral musical que se echa al hombro cuando coge camino por Venezuela. ¡Sigue adelante, pariente! 
                     





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