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A Salvador González, El Magistral

"Échale tierra en los ojos y échale cruz al camino para que cuente su vida este pobre campesino"

En nuestra memoria guardamos muchas de aquellas vivencias infantiles que tuvimos en el Gurpo Escolar Carlos J. Bello, de Valle de la Pascua, cuando fuimos a cursar el primer grado, que en aquellos tiempos era esperado con ansias porque era la primera puerta que se quería cruzar en la búsqueda de los primeros conocimientos escolarizados. Y él estaba allí, como especialísimo maestro de primaria, y que los incipientes estudiantes tenían el privilegio de oír y compartir con tan dilecto y afable personaje. Y es que en los actos culturales de esa escuela, que empiezan a "ordenar y a darle forma a nuestros primeros sentimientos", este hombre protagonizaba con especial relevancia, y  con su inseparable cuatro y su bien matizada voz, entonaba piezas inolvidables de nuestro folclor.

Y nuestra "suerte" personal, con respecto de este especial guía de estudios, nos seguiría acompañando porque después del tercer grado hubimos de cambiarnos a la Escuela Artesanal Granja, en las afueras de la ciudad pascuense, y la conocida figura también se iba a aquel centro especializado menor. Y allí sigueron los eventos, algunos espontáneos, nacidos del ferviente deseo de expresar lo más sublime del alma. Y llegaron los intercambios culturales con otras escuelas similares, cuyos  alegres viajes eran amenizados por "el hombre del cuatro y su voz cantarina", pero es de advertir que allí encontró la especialísima compañía de otro no menos talentoso cuatrista e intérprete y juntos hacían muy propias esas delicias musicales que los atentos muchachos celebraban con alegría y fervor. Aquel oportuno acompañante -cursante al igual que nosotros- no era otro que Claret Rodríguez, hoy convertido en otro guariqueño de excepción por sus aportes a la cultura y su trayectoria como persona y padre de familia.

Pero el hombre del cuento, como suele decirse en el llano, ya está anotado en el título de este escrito, como bien puede verse. El singular intérprete, serenatero por antonomasia, que fue Salvador González,  llegó a ser conocido en toda Venezuela y  más allá como El Magistral. Este guariqueño con su excepcional y bien timbrada voz, adornó muchas noches y madrugadas llaneras al pie de un arpa y al pie de una ventana. Fueron varias las veces que lo escuchamos en Valle de la Pascua, en el barrio Guamachal, donde nacimos y crecimos, despertando gratamente a los vecinos con sus bonitas canciones. Y como hemos señalado, Salvador fue un docente de aquilatados méritos que después fue absorvido completamente por el folclor. Fundó junto a otros vocalistas El Quinteto Magisterial -casi todos eran docentes de la escuela primaria- que cosechó muchos éxitos enalteciendo nuestra cultura autóctona. El grupo se desintegraría tiempo después. 

González se lanzó como solista e impuso varios temas a nivel nacional, y he aquí algunos de ellos: "Muchachito campesino", del autor Luis Cruz, "Soisolita", de Joel Hernández, "Noche de amor", de Amilcar Segura, "Por el camino pelao", de Conny Méndez, "Vestida de garza blanca", de Sosa Caro, hermosísimas canciones que adquirieron en su ritmica y espléndida voz matices con ribetes de excelencia. Además, al decir de algunos expertos, el género de la danza adquirió en la voz de Salvador una calidad inigualable. Este inquieto guariqueño también hizo suyos varios festivales de renombre, en unos tiempos cuando no había tantos artilugios como los hay ahora. Y cabe decir, que en los tiempos en que grabó González su primer disco, las cosas no eran fáciles. Era necesario tener mucho talento para hecerlo y las disqueras no se arriesgaban con cualquiera, no solo por el talento que debían exhibir, que es mucho expresar, sino en especial por aquello del "ojo de águila" del empresario por encontrar esa especie de diamante que una vez pulido generara ganancias monetarias suficientes para saciar sus apetencias. Claro, no todos tenían ese sentimiento primigenio que excita el afan de lucro por encima de cualquier otra cosa. Pero fue tal la calidad de este cantor llanero   que venció todas esas barreras. Y no era como ahora, que al decir de mi amigo y cantor llanero José Maluenga: "Orita cualquiera reúne una platica y se va y graba y echa a perder la música".

Pero Salvador González, a pesar de su calidad interpretativa, su constancia y su don de buena gente, no las tuvo todas consigo. En aquel momento "penetrar" con la música venezolana era cuesta arriba. Se escuchaba en la radio, más que todo en la madrugada cuando buena parte de los nacionales están durmiendo. Y la televisión, obviamente, era prácticamente impenetrable por los distintos intereses que siempre prevalecen en ella. Solo quedaba "matar tigres" en las tascas y restaurantes donde se ganaba muy poco y quien pretendiera vivir del canto y de la música debía soportar las deficientes, e incluso, denigrantes condiciones de unos empresarios mezquinos, improvisados e ignorantes en su mayoría. Una vez mi hermano Simón y yo nos lo encontramos en la ciudad de Cagua, estado Aragua, en un reconocido lugar turístico donde presentaban música venezolana en talento vivo y al concluir el concierto que ofrecía, al no más vernos,   vino a nuestro encuentro. Lucía eufórico y no era para menos porque su recital fue aplaudido entusiastamente por el público.  Luego del  saludo de rigor comenzamos las remembranzas y departimos un buen rato y nos prometimos vernos de nuevo en el pueblo que nos vio nacer.

Sin embargo, este cantor del llano libró su propia batalla defendiendo nuestra nacionalidad y nuestras costumbres patrias. Pero lo pagó muy caro. Terminó enfermo y en condiciones económicas deplorables, hasta el punto que hubo que recurrir a verbenas para recaudar fondos y buscarle médicos y medicina. Pero nunca pudo recuperar por completo su salud, que se había resquebrajado en los peregrinajes por los caminos de Venezuela y sus exigentes escenarios. Poco antes de agravarse su salud, otro hermano mío, José Gregorio, lo vio en El Socorro, ya retirado de toda actividad artística. Le preguntó por mi persona y le recordó el encuentro pautado que no nunca llegó a realizarse. Esa vez eran visibles sus quebrantos, según me aseguró mi familiar.

Al tiempo nos llegó la infausta noticia de su fallecimiento. Se marchaba así, tristemente, el serenatero, el del impecable y pegajoso timbre vocal, y nos dejó un legado cultural que, desafortunadamente, se escucha muy poco en la radio y desconocido, vaya ironía, en los centros educativos, como sucede, casi siempre, con todo ese patrimonio folclórico musical que ha sido un aporte histórico de nuestros relevantes intérpretes de ayer y de hoy.

Por Eduardo Correa



























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