El día
viernes, a las
2:00 pm, me dieron de alta con la recomendación de que me quedara una semana
más en Barquisimeto. La idea de los médicos era seguir con un monitoreo,
manteniéndome cerca para algunos chequeos finales y venirme después a mi
residencia en Acarigua. En el apartamento donde me quedé -residencia de Dilcia
Rivas y de mi hija María del Valle, quienes se ofrecieron gentilmente a
hospedarme- recibía las visitas diarias de Simón, quien evaluaba mis progresos.
Todas
las tardes lo teníamos ahí con sus instrumentos médicos, me tomaba la tensión, chequeaba
mi estado general, mis medicamentos y se sorprendía de mis mejoras. Sus
palabras siempre eran las mismas:
-"Me satisface constatar que vas muy
bien, Eduardo". Y terminaba hablando e invocando a Dios: -"No olvides nunca que en tu caso estuvo
involucrado el Ser Supremo".
Yo me limitaba a asentir. Debo agregar que aún
cuando nos mudamos del hospital, Simón siempre estuvo pendiente de mi caso. El
contó que cuando volvió a su trabajo en aquel centro de salud, el hospital de
Barquisimeto, algunos médicos que me habían visto, le preguntaban:
-"¿Qué pasó con el enfermo aquel del
problema de la aorta? Simón respondía con honra:
-"El está vivo".
Y a aquellos
galenos, quienes no supieron responder con ética su compromiso social y profesional de aquella hora faltando al
Juramento Hipocrático -¿O hipócrita, como suelen decir las personas
humorísticamente?-, se les escuchó decir sorprendidos e incrédulos:
-"¿En serio?” Pero también esos señores habían omitido otra
clásica expresión de Hipócrates:
“Un hombre sabio debería
considerar que la salud es la más grande bendición del ser humano”.
Y estaban muy distantes, asimismo, de la frase
del singular Sócrates: “El único bien es el conocimiento y el diablo es la
ignorancia”.
Y se debe afirmar que era muy claro que la
fe de muchos de esos médicos –si es que
la tenían- quedaba en entredicho y sobre
todo no había duda de que había sido suplantada por “su ciencia”. Pero, ¿Por
qué? ¿Acaso la fe y la ciencia no son Gracias
que provienen del Señor y que con ellas
dota a las personas? No puede haber contradicción entre esos Dones que otorga El Todopoderoso a los seres humanos. Aunque
aquí había claras evidencias del racionalismo que ha venido embargando al mundo
y de allí la apostasía perniciosa que corroe las almas.
Y venía a mis recuerdos aquel viejísimo
planteamiento de mis lecturas tempranas entre filósofos y médicos. Decía el
científico, de acuerdo con eso, que los filósofos no podían demostrar “en laboratorio”
sus logros y por eso todos sus conocimientos eran “vagos”. Y ripostaba el
pensador: “Quien sólo sabe de medicina ni medicina sabe”.
Bueno,
y llegó el ansiado momento de volver a casa, luego de haber superado aquel
"torbellino de abril" con la ayuda Divina. Miriam lucía serena y con
sus ojos brillantes y diciendo:
-"Gracias a Dios y a la Virgen volvemos juntos a nuestro hogar".
Y me
veía cual preciado tesoro que ella cuidaba celosamente, después de haber estado
en serio peligro. Ya en casa, recibimos
innumerables llamadas difíciles de ser cuantificadas.
Un buen
día se aparecieron los cultores del folclor, en el género del canto y la
composición, José Maluenga y Antonio "toño" Fernández. Maluenga me
dijo: -"Poeta, aquí estamos.
Cuando supe de su problema estaba viajando,
pero siempre estuvimos pendientes". "Toño" por su parte,
siempre con sus bromas a flor de labios, expresó: "Poeta, siempre supe que su sangre vernácula, su sangre india, lo
ayudaría a superar su mal".
Y
fueron varias las llamadas del compositor de música llanera e intérprete,
"Cheo" José, quien me exteriorizaba por el hilo telefónico: -"Poeta, aquí estoy. No vaya a creer
que me he olvidado de usted. Siempre le pedí a Dios por su recuperación".
Benjamín Parada, periodista y jefe de información del diario El Regional, en
aquellos días, me comentó al visitarme: -"¿Recuerdas
aquella llamada que te hice a la clínica? Yo estaba muy preocupado por tu salud
y cuando me contestaste el teléfono y ante algo que dije te echaste a reír,
sentí un gran alivio y me volvió el ánimo al cuerpo. Comprendí que estabas
mejorando".
Benjamín me comentó también que el doctor J.
J. Briceño, propietario del diario El Regional, quien es mi amigo desde hace
años, se mostró muy preocupado al saber de mi enfermedad e incluso buscó
conocer de primera mano mi situación comunicándose con el dueño de la policlínica,
en Lara. Igualmente, sus hijos Pablo y Juan José, mostraron su inquietud. Otro día se apareció
Consuelo Rivas, su hija Desiré y Marisela, y al entrar a mi cuarto las vi con
emoción y gratitud. Consuelo me dijo al entrar: -"Quiero que sepas que recé mucho por ti". La miré con
alegría y con respeto.
Debo
dejar constancia con notas de agradecimiento para mis compañeros de trabajo del
Instituto Municipal de Cultura de Páez, con sede en Acarigua, quienes siempre
dieron muestras inequívocas de afecto y comprensión durante las horas
complicadas que viví. Asimismo, para los innumerables amigos de la alcaldía de
Páez y del Concejo Municipal por sus vivas manifestaciones de cariño y
simpatía.
Y valga
también mi reconocimiento y gratitud para mis amigos y conocidos de la cuadra
donde viven mis compadres Dulcinea y Alfonso, en la urbanización Los
Bolivarianos -me refiero a Moraima,
Lily, Marilin, Julio, Israel, entre otros-, en Valle de la Pascua, quienes
siempre estuvieron pendientes de mi salud. Y para todos aquellos que sin
conocerme personalmente, al enterarse de mi mal enviaban sus plegarias al
cielo.
Vale la pena también contarles una anécdota
que vivimos cuando llegamos a Acarigua y decidimos ubicar a algún médico para
control y evaluaciones periódicas. Optamos por el doctor Néstor González, que
como hemos dicho fue quien nos atendió al inicio de la crisis que habíamos
presentado y habíamos decidido volver con él, persuadidos de su excelente vocación médica, tal como
observáramos al comienzo de esta experiencia.
González, cuando habló con mi esposa para
concertar la cita, no pudo ocultar su satisfacción y con ella su altísima
sensibilidad social al saber de los resultados positivos que habíamos logrado
en Barquisimeto. Y, obviamente, se mostró complacido de tenernos de nuevo en su
consulta. Cuando fuimos a su despacho y al tocarnos el turno, la secretaria
leyó mi nombre. Y dijo en voz alta:
-“Este no debe ser el mismo Eduardo Correa
que atendimos hace tres semanas aquí
y que estaba realmente grave y casi muerto".
Mi hija
María del Mar le acotó: -"Sí, es
el mismo". La ayudante respondió exaltada: -"No puede ser". Miriam
intercedió y aseguró: "Claro que puede ser, venga y
cerciórese usted misma". La secretaria dio un salto, casi derribó
el escritorio y corrió hacia mí. Al verme y reconocerme me abrazó exclamando:
-"Eduardo, que alegría verte. Dios si
es grande, bendito sea el Señor".
Yo no
podía identificar a la señora, y al superar aquel momento dramático, Miriam me
aclaró: -"Mi amor, ella fue la
que te atendió junto al doctor González, cuando vinimos aquí el 8 de abril y tú
tenías el dolor".
Era cierto, esa secretaria había presenciado
mi estado crítico de aquella hora donde los médicos no apostaban nada, o muy
poco, por mi vida. Tal había sido la gravedad de mi situación.
En las
postrimerías de estas notas surgidas de la vida real, llega a mi corazón una
nueva interrogante impregnada de profunda sublimidad, ¿Cómo pagar aquí en la
tierra tanto amor y solidaridad recibidos de tanta gente en esos días de dolor
y angustia? Mi corazón se ensancha cada vez más, tanto que casi rompe sus
límites, para darle cabida a todas esas muestras de
mágica adhesión, y las preguntas siguen acosándome, ¿Cómo pagarle a Zenaida
Linárez Acosta todo ese torrente de afecto derramado sobre mi persona? ¿Y a Miriam
Caridad? ¿Y a Rafael Enrique Guarán? ¿A mis hijas María del Valle y María del Mar? ¿A César León, Paulino Ferrer,
José Fernández y Mario Mora? ¿Y a Carmen Linárez? ¿A Beatriz Coromoto y a
Silvio Salomón?
Y así
como a ellos, a los demás que no escatimaron desvelo y preocupación en mis días
precarios, y que de nombrarlos específicamente harían interminables estas
palabras, pero que, como ya hemos expresado, mi afecto y agradecimiento serán
imperecederos. Se me ocurre parafrasear al Libertador Simón Bolívar, y
apuntarles:
-"Todo lo que ustedes hicieron por mí en
aquellos momentos trascendentales de mi existencia, nunca podré pagárselos,
pero mi gratitud será eterna".
Mi recuperación era lenta y si se quiere
difícil. Después de varios días pude caminar y dar mis primeros pasos –era como
si hubiera nacido de nuevo- y en cierto tiempo ya podía tomar el sol. Vale
destacar que los malos presagios de la ciencia médica respecto de que los
intervenidos de la aorta quedaban con secuelas graves de los riñones, de los
pulmones y de parálisis parcial o de algunos nervios, en mí caso no ocurrieron.
Recuerdo que el doctor Bonillo, después de una evaluación post intervención,
mostró su sorpresa ante esa realidad.
Y llegó el momento de hacer mi primer
viaje con destino al estado Guárico y con la parada final en Valle de la
Pascua. Claro que yo no podía conducir, pero Silvio Salomón Paraco se ofreció
gentilmente a llevarnos y se venía en el bus desde Las Mercedes del Llano hasta
Acarigua, en una demostración más de su afecto y desprendimiento. Antes
decidimos detenernos en la ciudad de Valencia y visitar a mi hermano Evaristo
Antonio. Había pasado un tiempo importante sin que pudiéramos vernos. Al llegar
a su hogar nos recibió María Mercedes, su esposa. Al abrir la puerta me vio y
me recibió con una franca sonrisa y en su mirada escrutadora había una mezcla especial de
regocijo y sorpresa. No era para menos, dadas las informaciones que se
conocieron semanas antes. Pero también habíamos sorprendido a mi hermano.
Cuando nos dirigimos al fondo de la casa y ante la llamada de María Mercedes:
“Evaristo, aquí está Pelón”. Así me
llaman familiarmente porque de niño era muy escaso el cabello en mi cabeza. Al
escuchar aquello el hombre soltó:
“¿Qué? ¿Tú debes estar confundida? ¿Pelón
aquí?
No podía creerlo. Nos encontramos en un
pasillo y nos dimos un fuerte y efusivo abrazo que se prolongó más de lo
normal, en un intento por recuperar todo el tiempo que habíamos pasado sin
vernos y sin hablarnos.
Después nos detuvimos unos minutos en la
ciudad de Cagua, estado Aragua, en casa de otro hermano. Luego de un extravío
dimos con el lugar. Hacía mucho tiempo que no portábamos por allí y la zona
había crecido mucho en edificaciones y personas. Simón y su esposa Nohemí
estaban afuera con sus eternas sonrisas y nos recibieron efusivamente. No
dudaron en comunicarme que Dios había permitido aquel encuentro.
Al llegar a Valle de la Pascua y
visualizar las primeras edificaciones, calles y avenidas, mis emociones eran
incontenibles. Sí, estaba de vuelta en mi pueblo en circunstancias increíbles.
Y en cuanto estuvimos en la casa de mi niñez, en ese que fue el hogar de mis
padres, los recuerdos coparon mi mente y no sé cómo me llegó el coro de aquella
hermosa y alusiva gaita, “Mi ranchito”, que establece:
“Yo vengo de la pobreza, de donde la vida
es dura, de un ranchito sin pintura, donde existe la humildad, siempre recuerdo
a mamá, con un rosario en la mano, rezando por mis hermanos, a la Chiquinquirá.
En mi rancho está la razón de mi existencia, una historia, una vivencia, un ejemplo familiar, que llora
cuando hay que llorar y ríe con evidencia”.
En un instante, en las afueras y en el frente, mis hermanos, sobrinos, cuñados
y algunos amigos, constituyeron un sorprendido y alegre grupo que me veían de
modo extraño. Claro, habían sido sometidos o “ametralladas sus mentes” con las
noticias telefónicas que les llegaban desde kilométricas distancias, y que les
había hecho pensar que ya no me verían más. Allí estaban José Alberto, Bartolo
Ramón, Fracismar y sus dos retoños, Mercedes y su nieto Jesús, Marielena,
Williams, Bartolo Simón, Golfan, Vanessa y José Gregorio, quien acababa de
incorporarse. Además de algunos vecinos que fijaron sus
ojos curiosos en mí. Me instalé en una
silla y antes de abrazar a cada uno, les dije espontáneamente:
“Dios existe, querida familia. Y eso
se confirma una y millones de veces desde que el mundo es mundo. Vuélvanse a Él
con ahínco, de modo solícito, desprendimiento y sumisión. Lo ocurrido conmigo
es un milagro y ustedes lo están percibiendo”.
Después de aquellas palabras expresadas
con atisbos de solemnidad, reinó un largo silencio que se rompió con los
abrazos y en donde eran visibles algunas lágrimas que, quizá, fueron contenidas
en el tiempo de la aflicción. Fueron varios los comentarios que señalaban que mi hermana Carmen Ramona,
residenciada en San Juan de Los Morros, al saber la triste noticia de mi
enfermedad, no había podido contener su llanto y por momentos fue víctima de
algunos intentos de desmayo. Cuando pudimos comunicarnos era notoria su alegría
y su satisfacción de saber que había sobrevivido a aquel “naufragio” en “altamar”,
pero que con la Venia Divina y Su
misericordia Eterna habían conducido “el barco de mi cuerpo” a playa segura.
Vivamente me comunicó:
“Pelón, Dios debe tener un propósito
contigo”.
Ya había escuchado esa sublime y hermosa
expresión proferida por uno de mis médicos tratantes –el doctor Bonillo-, por
otros familiares y amigos y volví a sentir las cosas maravillosas que emanaban
de tan profundo y esplendoroso significado, y era tal el sideral sentimiento que
me hacía exclamar y preguntarme sutil e íntimamente:
-“¿Dios tenía un propósito conmigo?”. Era
inexplicable aquello. Yo no podía creer –y tampoco podía concebir cada vez que lo escuchaba- que el Santísimo pudiera tener una misión para
con una persona que significaba tan poco espiritualmente hablando y que no era
más que un común y mortal pecador. Aquello era mucho para mí limitado
entendimiento y me abrumaba un bellísimo “no sé qué” de solo pensarlo. Después se me aclararía ese exultante motivo
y pude comprender que Dios siempre ha tenido un plan con todos los seres
humanos –Su Amadísima Creación- y era muy probable que no pudiéramos “verlo ni
sentirlo ni oírlo” por el estilo de vida mundana que nos viene absorbiendo de
modo progresivo y peligroso. Probablemente eso está contenido en la profecía de
Isaías (Is 6, 9-10) –y no hay dudas que en toda la Santa Escritura- y que el Mismísimo
Jesús lo recordara a Vassula Ryden –Su
mensajera de estos tiempos-, en los libros La Verdadera Vida en Dios, que el mundo ha recibido desde 1985. He aquí
un extracto de una de esas
Conversaciones, acaecida el 2 de abril de 1989:
“-Mi Vassula, aunque alguien resucite de
entre los muertos ante sus propios ojos, ellos no se convencerían…Para ellos es
todavía valedera la profecía de Isaías: “Oiréis y oiréis con vuestros oídos
otra vez, pero no comprenderéis, veréis y veréis otra vez, pero no percibiréis,
porque el corazón de este pueblo se ha vuelto basto, sus oídos están
insensibles para oír y ellos han cerrado sus ojos por miedo de que fueran a ver
con sus ojos, oír con sus oídos, comprender con su corazón y convertirse y ser
sanados por Mí”.
Repasemos ahora, en esta sinopsis, algunos
de los momentos cumbres que viví en aquellos días de dolor. Cuando salí de
Acarigua con el diagnóstico “a cuestas –el del doctor González-, y aún cuando
él no cerró la esperanza, científicamente me había visto “casi muerto”. Por eso
su inocultable alegría cuando regresé
con vida y me atendió en una nueva consulta posoperatoria. Y además la reacción extrema e
incontenible de su secretaria al verme “sano y salvo”. En Barquisimeto, en el
hospital, los galenos, casi todos, al verme y evaluarme, me diagnosticaron
“clínicamente muerto” e hicieron como Pilatos: “Se lavaron sus manos”, aunque
eso han debido hacerlo con sus conciencias. Y ya en la clínica, el diagnostico de
“pronóstico reservado”, pero con la voluntad siempre presente y dispuesta. Y Cuando
todo estaba definido para la intervención,
resultó que “no había la prótesis” ni en la clínica ni en Barquisimeto.
Y de pronto “La Luz” que nos conectó con la gente que estaba en Caracas
buscando “precisamente unas prótesis” y pudieron traerse la que necesitaba con
urgencia. Y al momento de irse a operar, los médicos reunieron a mi familia y les
dijeron que no había ninguna garantía porque mi aorta estaba muy disecada y
seguro habría “problemas” para colocar el implante y ese sería el final de mi
existencia. Y cuando me vi con los facultativos, después de colocar el
implante, dijeron al unísono:
“A ti te salvó Dios”.
Al
concluir esta breve historia, una emoción muy grande recorre todo mi cuerpo.
Sí, no hay ninguna duda. Dios estuvo siempre con nosotros y desde Su Trono Celestial había
tejido una especie de red
humana en la tierra y le dio a cada una de esas
personas una Misión que fue cumplida cabalmente. Cual fina obra de teatro, Dios
entregó su papel a cada quien para que fuera interpretado con el brillo con que
ocurrió. Su Aliento Divino condujo todos los hilos que llevaron a mi salvación.
Por
eso, Dios -Santísimo y Divino- te doy las gracias eternas por devolverme un tiempo
más a la tierra, y te prometo solemnemente que este humilde servidor seguirá
viviendo y transitando con Tu Palabra, porque,
“Tú Eres el Camino, La Verdad y La Vida".
Y ruego
porque a mis familiares, a mis amigos y conocidos TÚ les devuelvas sus
rezos y buenos deseos en salud, convencidos como estamos de Tu Excelsa Bondad,
y que también las lágrimas derramadas por toda esa gente maravillosa, TÚ las
conduzcas al río Jordán -aguas sagradas donde fuera bautizado Nuestro Señor Jesucristo,
Unigénito Tuyo- y que su permanencia en el tiempo, riegue las esperanzas por un
mundo mejor.
Y las
palabras de Jesús resuenan en las mentes escépticas:
“Nadie
debería decir que no busco sino a las personas santas, porque soy conocido por
ir a encontrar a los enfermos y a los miserables. Su miseria Me atrae, su
incapacidad de llegar a Mí Me hace todavía más deseoso de atraerlos a Mí para
estrecharlos a Mí
Corazón. Yo soy Jesús y Jesús significa Salvador, y
vengo para salvar y no para condenar”.
Y
terminamos -ahora sí- esta historia con
un poema que fue escrito el día 18 de mayo de 1994 -catorce años antes de este suceso-, en Valle de la Pascua, ciudad de mi niñez y adolescencia y de donde hube de partir en busca de nuevos
horizontes:
Dios ilumina
mi vida
y guía
todos mis pasos
y no hay
un solo acto
en que Él
no me dirija.
Y así
será mientras viva
en este
mundo de dolor
porque
solo su perdón
hará mi
vida tranquila.
Es el camino y la vida
es amor y es virtud
y proyecta siempre luz
por veredas sin espinas.
Elimina la intriga,
el rencor y la maldad
y quita la mezquindad
el odio y la envidia.
Dios está en la familia
que reza y canta alegre
y donde nadie se pierde
si permanece unida.
Dios ilumina mi vida
cada mañana y cada día
y transmite mi alegría
y me da Su Mano Amiga.
¡Bendito
Seas Señor!
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