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Dios salvó mi vida 5




     Mientras todo eso ocurría, los doctores Laura Riera, Iván Bonillo y José Miguel Martínez, estaban completamente abocados a mi enfermedad. Bonillo le dijo a Miriam, mostrándole un dibujo:

          -"El diagnóstico que ustedes traen del hospital me dice que el problema está ubicado en la aorta ascendente, pero los estudios preliminares que hemos hecho nos dicen que es en la descendente, lo que implica “cierta posibilidad” para nosotros sin desestimar que estamos en presencia de algo gravísimo. Si hubiese sido hacia arriba estaríamos  complicados en extremo".

      Lo que informaba el doctor Bonillo, entre otras cosas, era que de ser cierto que el problema de la disección de mi aorta era “hacia arriba” o ascendente –o ubicada muy cerca del corazón- debía procederse a la operación invasiva o de “pecho abierto” con los considerables riesgos que ya expresamos arriba. Por eso la imprecisión del diagnostico en el “Antonio María Pineda” hacía procedente el Cateterismo Terapéutico, sin embargo la peligrosidad y los riesgos seguían latentes.  De la UCI fui llevado en varias ocasiones a tomarme varias aorto grafías y otras placas hasta que el viernes por la noche me hicieron otro examen específico. Al llegar al quirófano, entre oxigeno y cables por todas partes, alguien me dijo:

          -"Correa, soy el doctor Martínez. Vamos a hacerte un estudio, pero puedes estar tranquilo porque será rápido y seguro. Colocaremos un poco de anestesia y te dolerá poco".

     Por supuesto que aquellas palabras me daban cierto aliento y cierta tranquilidad. El estudio al cual se refería el doctor Martínez es conocido como Cateterismo, que es la introducción de un catéter en un conducto natural con fines exploratorios. Y en verdad, fue poco lo que sentí en referencia con el dolor que podía causar esa práctica médica.

      Era el día viernes 11, ocho de la noche. Llegó el sábado y yo seguía en la UCI. Aún no estaba listo para operación final que se conoce como Cateterismo Terapéutico Periférico -este consiste en provocar una herida desde la ingle, buscando la femoral, hasta buena parte de la pierna, con dos puntos cortantes muy cerca del hombro y por allí se procede a la disección y colocación de la prótesis-. Ya aquellos profesionales de la medicina tenían casi todo bajo control en lo que tenía que ver con el diagnóstico final. Mi estado seguía siendo crítico.

     El dolor seguía acosándome, pero rápidamente me lo calmaban. En una de esas situaciones, los médicos  pidieron a mis familiares un medicamento, que luego de buscarlo en Barquisimeto y en otros lugares, no pudo conseguirse a pesar de que mis compadres César y José caminaban muchas calles y avenidas. Al notificar a los galenos, uno de ellos expresó:

          -"Bueno, pero pueden pedirlo a EEUU o a EUROPA".

      Mis familiares y amigos quedaron atónitos, no obstante se pusieron en movimiento. Por la vía de mi comadre Mimí Biscardi se comunicaron con su hija Ludory que vive en España para que iniciara la búsqueda de la ansiada medicina. Ella -la hija de mi comadre- de inmediato se movilizó, pero no se concretó el envío porque los médicos tratantes lo dejaron sin efecto. En la placita de la policlínica seguía el movimiento y las tensiones estaban "al rojo vivo" como suele decirse. Al punto que cuando iban a comerse algo, normalmente en horas tardías, el apetito no aparecía por la situación que se vivía.

      El tiempo conspiraba contra mí. La decisión tomada fue la de operarme por medio del Cateterismo Terapéutico Periférico, que era la colocación de una prótesis en la parte disecada de la aorta, es decir, era indispensable cortar parte de mi aorta y poner allí aquel elemento. Ardua, delicada y peligrosa tarea esa. Pero todavía faltaba algo sumamente importante y decisivo: LA PRÓTESIS. No había en la clínica ni tampoco se conseguía en Barquisimeto.

     Aquí surgió otro momento curioso. Muy curioso.  Alguien informó que en la clínica Ascardio iban a operar a otro señor que era el padre del gobernador del estado Lara, Luis Reyes Reyes,  y que justo en aquel momento estaban en Caracas unos instrumentistas buscando la prótesis para colocársela a esa persona. Y otra curiosidad era que el médico que iba a intervenir a aquel paciente, justamente, era el doctor José Martínez, uno de mis médicos tratantes. Y a través de él  mi gente logró comunicarse con aquellas personas en la ciudad capital y les pidieron encarecidamente que trajeran también la que requerían para mi caso.

      Qué casualidades estas, ¿no? O mejor digamos correctamente: "causalidad", que es un principio  según el cual todo hecho tiene una causa, de modo que las mismas causas en las mismas condiciones producen los mismos efectos. Y era porque  ya comenzaba a tomar forma algo Prodigioso y Divino. Una Mano Santa comenzaba a aparecerse de nuevo en las ocasiones cruciales. Y en efecto, llegó la ansiada y vital prótesis por esa vía. Los médicos estaban listos para la intervención. Eran las 8:00 de la noche de aquel sábado 12 de abril de 2008. Todo preparado para llevarme al quirófano. Antes de partir para la sala, el médico Martínez llamó a Miriam, a María del Mar y a María del Valle a su oficina y les comunicó:

    -"Vamos a operar, pero no estamos seguros si la prótesis va a pasar por la vena disecada -la aorta- porque  la disecación es muy pronunciada y corremos el riesgo de que este elemento no funcione y hasta allí llegaríamos. Por ello no podemos garantizar nada".
    Esto era una nueva y grave mortificación para mi esposa e hijas. Por eso sus corazones no cesaban de latir apresuradamente y sus nervios a punto de estallar. Y por supuesto, sus lágrimas no desaparecían de sus ojos. ¿Cómo olvidar la actitud triste y llorosa de ellas y especial de María del Valle? Me sacaron de la UCI e inmediatamente me trasladaron a la sala de operaciones. En cuestión de segundos "perdí" la consciencia producto de la colocación de la anestesia.
     Afuera, en la placita, todos tenían los nervios de punta. Zenaida los llamó a todos a orar y de pronto se estableció una cadena de peticiones elevadas al cielo. Miriam rezaba y lloraba, al igual que María del Mar y María del Valle. Carmen y otras personas hacían lo mismo. Es oportuno explicar que Carmen se negaba a verme en aquellas horas del sufrimiento, y murmuraba:
    -"No tengo valor para ver a Eduardo en esas condiciones y en esa situación que está viviendo".
    Los minutos parecían eternos y como si se hubiese congelado el tiempo. Las oraciones se extendieron por varias ciudades del país: Valencia, San Juan de los Morros, Cagua, Acarigua, Araure, Barquisimeto, San Félix, Puerto Ordaz, Barinas, Margarita y Caracas, donde tengo familiares. En los alrededores de la policlínica, todo el que podía miraba hacia el quirófano donde algo importante estaba sucediendo.
     La expectativa reinaba en el lugar. Pasaron dos largas horas. De pronto salieron unas personas y caminaron por un pasillo. Eran los instrumentistas que acompañaban a los médicos que operaban. Pasaron enfrente a Miriam y mis hijas, conversando entre ellos.
      A los minutos salieron los doctores Laura Riera, Iván Bonillo y José Martínez. Miriam y el grupo los divisaron y sus corazones latían aceleradamente. La pregunta -con un nudo en la garganta- era la misma en la angustiosa espera.
     ¿Oh, Dios Santo, qué pasaría? ¿Cómo estará Eduardo? ¿Cómo saldría la operación?
    Los médicos se detuvieron y a su alrededor se fueron agrupando mis familiares y amigos. Martínez, con cierta parsimonia, tomó la palabra:

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