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¿Eliminados la mula y el buey del pesebre?




¿Eliminados la mula y el buey del pesebre?



Por Eduardo Correa


       Recientemente, varios medios de comunicación, columnistas y escribidores, reportaron  una observación que hiciera el Papa Benedicto XVI en su último libro “La  infancia de Jesús” y  en la  que se interpretó que la mula y el buey, legendarias figuras que aparecen en el tradicional pesebre que emula  la natividad de Nuestro Señor Jesucristo, no estaban allí.   La nota del residente del Vaticano tomó a muchos desprevenidos, otros no desperdiciaron la ocasión para verter un delicado cinismo sobre el asunto,   sin desestimar que unos cuantos hicieron  bromas. Pero la verdad sea dicha, el sumo pontífice no ha eliminado nada, ni cometido una ligereza o  una indiscreción, y  sencillamente  lo que dijo en la página 76 de su libro, fue: “El pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías  1,3: “el buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”. Y es que  en el acto sublime, magno y único de la natividad de Jesús, en el mágico ambiente en que sucedió,  no está establecido que haya habido una mula y un buey,  sin embargo,  las costumbres en las imitaciones de la santa ocasión, así como en poemas, canciones y otras expresiones celebratorias,  incorporaron los citados animales.

      Como se sabe, el pesebre fue dado a conocer por San Francisco de Asís, desde hace muchísimos años, debido a una grata sorpresa que vivió  en una visita que hiciera a Belén y en donde esa celebración, en honor a  la natividad, era realizada con mucha alegría colectiva, con mucha dedicación y detalles singulares, algunos de ellos nacidos de la imaginación popular. A su regreso a Italia, San Francisco, contagiado felizmente por lo visto en Belén, pidió permiso al Papa de entonces, Honorio III, y comenzó a recrear el nacimiento divino con sus propias minuciosidades e incorporando  algunos animales, tal vez  para recordar el carácter rural de la escena original caracterizada por la sencillez y la pobreza. Y así se dio a conocer el pesebre por todo el mundo como una forma de evangelización, entre otros propósitos loables. Cuando el pesebre se conoció en América, sin duda alguna adoptó su propia peculiaridad: “En la parte Latinoamericana la navidad no se celebra en el solsticio de invierno sino en el del verano, de allí que el clima y algunos productos del campo sudamericano son muy diferentes a los de Palestina y Europa”.    
     
        Y si queremos ir más lejos y en aras de la  legitimidad de este asunto, sepamos que el mismísimo Jesús  le reveló a   Anna Catalina Emmerich,  alemana  y  de familia muy pobre, en 1820, casi al morir, los pormenores de su nacimiento en hermosos y mágicos detalles.  Y en esa sorprendente y maravillosa descripción que dio el Mesías no hay referencias a mula ni  buey. Veamos un extracto:      “Encontró a la pollina que hasta entonces había estado vagando en libertad por el valle de los pastores y volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría, alrededor de José. Este la ató bajo el alero, delante de la gruta y le dio su forraje. Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen rezando de rodillas sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración”.   Esto lo describió Jesús a través de la mensajera hace 192 años. Nada nuevo, ¿verdad? Además no existe, como puede verse,  alusión a mula y buey alguno, no en este resumen ni en todo el texto. Así que mejor versión no puede existir.

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