A dos amigos que se marcharon: Infinitum
Por Eduardo Correa
El 27 de
abril, y el 21 de mayo, año actual, se
marcharon para siempre dos amigos y hermanos míos, pero igualmente amigos y
hermanos de muchos, tal fue de ejemplar su vivir ciudadano. Y en verdad, es
mucho lo que puede decirse de ambos, y aunque el espacio de que disponemos no nos
permite extendernos, trataré de hacer un bosquejo empezando por el inefable
Paulino Ferrer, padre, quien emprendió primero
su viaje sublime. Fue un padre ejemplar
que formó una familia con sus dotes
propios de hombre bueno. En su quehacer
predominó el respeto, el afecto y
una conducta ciudadana caracterizada por el desprendimiento y una bondad sin
límites. Su esposa, sus hijos, sus hermanos, sus nietos y otros familiares, así
como todos sus amigos, dado su quehacer provechoso y útil, jamás le olvidaran.
Siempre tuvo una palabra de aliento para todo aquel que conformó su entorno
y que hizo extensivo a todos aquellos
que conocía en su caminar de vida, que fue firme y provechoso.
Este hombre
inquieto que fue Paulino Ferrer, padre, tuvo también una destacada carrera como
deportista y se destacó, específicamente, en el atletismo, iniciándose
en el estado Zulia y abarcó después Venezuela toda, y ese correr
prodigioso por las canchas y espacios deportivos del país tuvo
su culminación en los mismísimos
Juegos Olímpicos de Helsinki, Finlandia, integrando la selección nacional de
atletismo de la tierra de Bolívar. Fue, sin lugar a dudas, un ser
humano que desarrolló múltiples facetas
distinguiéndose como hombre de hogar, servidor público, atleta y entusiasta
organizador de eventos de distintas naturalezas y que tenían como nota
resaltante su actitud creativa y entrega hacia los demás.
Por su parte,
como solíamos decir: ¿Quién no conoce a Carlos Ojeda? Maestro, escritor, locutor y periodista, como
una vez lo definiera Benjamín Parada, hablan
por si solos. Y en efecto, bien puede decirse, si es que me aceptan la
expresión coloquial “que todo el mundo conoció a Carlos Ojeda, y es que esa expresión de que “todos le
conocían” tiene mucho mérito porque
lleva implícito toda una carrera de vida de un hombre que lo dio todo en aras
del engrandecimiento de los escenarios donde le toco interactuar, y de modo
especial, claro está, en Acarigua, donde fue cronista por muchos años. ¡Cuantas vivencias acumuló
este hombre digno que no desperdició momento alguno para compartirlas con sus
semejantes!. Por más de treinta años lo vimos subir y bajar las escaleras del
Edificio Municipal con la animosidad y la cordial sonrisa de siempre que
acompañaba con su proverbial saludo con
todos aquellos que encontraba a su paso, y que luego en su espacio habitual se
erigía en el hombre responsable que se sentaba enfrente a la maquina de
escribir, fiel compañera con la que se “casó” por siempre, y allí comenzaba el
proceso de su creación al escribir con letras de sentimiento el acontecer de
una ciudad que le acogió con generosidad, como él mismo reconocía, una vez
venido de su natal Turen. Carlos Ojeda
nunca dejó de retratar de una manera hermosa, y a la vez nostálgica, a la
ciudad que tanto quiso, así como a sus personajes, a sus hombres y mujeres, siempre describiendo
de modo singular las cosas bellas con un
toque de sublimidad. Era un quehacer que
engrandeció a los pueblos y a su gente. Y no puedo dejar de decir que sus
retratos escritos semejaban una especie de relieve interpuestos a todo color.
Y finalmente, seguro estoy que compartirán
conmigo, quienes tuvieron la honra de conocer y querer a estas dos personas, a Paulino y a Carlos,
el ruego de que sean tomados en cuenta y
recompensados por el Señor de las
Alturas, visto que vivieron con fe
cristiana y se acogieron al mandamiento divino de servir y amar al
prójimo. Pueden ir en paz hermanos,
cumplieron con honra y les aseguramos
que nunca los echaremos en olvido. Paz a sus restos.
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