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Carta a mi hija María del Mar



Carta
A mi hija María del Mar:


Acarigua, abril 13 de 2010

        
         ¿Cómo olvidar aquel hermoso día cuando viniste al mundo, a mi mundo, a mi entorno? Todo aquel gran espacio me pareció muy pequeño a tu llegada. Estabas ahí, bella, chiquitita, con tus ojitos que parecían mirarme y que creí  percibir –solo para mí- una tenue y sutil sonrisa que provenía de tu boquita bien dibujada por el cielo. Yo me sentí tan feliz que elevé mi mirada al Altísimo agradeciéndole ese gesto admirable de darme a esa criatura que pensaba era toda  mía. 

         Aquel 13 de abril permanecerá en mi memoria y en mi corazón por siempre porque tu ansiada llegada borró de raíz cualquier sinsabor o tristeza que pudo haberme afectado en cualquier tiempo. El momento cumbre fue cuando te tuve en mis brazos por primera vez. Por poco me desvanezco de las maravillas que embargaron mi cuerpo y mi mente al sentir tu cuerpecito, tierno y febril, junto al mío. Ahora, después de este espléndido periodo,  ¿cómo pagarle a Dios que me haya permitido verte crecer y seas esta vez la sorprendente y bella mujer que me regocija a cada instante?  Yo te quiero y tú lo sabes, aunque parezca pleonasmo. Siempre he tenido una palabra de aliento y de amor para ti ¿otra redundancia?, y si alguna vez no la escuchares, debes estar segura que te la envío en cada latido de mi corazón y tu figura permanentemente ha estado en mi memoria e impregnada  del oxigeno que a diario exhalo.

         Te parecerá que exagero. O acaso que estoy loco. Bueno, ¿no es una especie de demencia ser efusivo de manera tan frenética? Puede que si, hija mía. Pero siempre mantendré –con mucho esfuerzo, claro- mi serenidad y la razón para no perturbar tu propio espacio y permitirte que seas tú. Soy el pastor pendiente de su oveja, pero que no la apretuja ni la pastorea en exceso y que jamás el necesario “mandador” de la palabra estará por encima de la orientación llena de amor y de paciencia. No ha pasado mucho tiempo desde aquel día bello en que llegaste a mi vida para acrecentarla de fe y de esperanza.

        Eres como un majestuoso árbol que ahora da sombra y cobija a su retoño que procreó e “invadió” con una nueva felicidad a mi vida. Oh, Dios, gracias por tan hermosos y preciados regalos de existencia y por los que puedas darme -para mi felicidad- en los años por venir.

         Estoy  inmensamente satisfecho contigo, hija mía... ¡feliz cumpleaños! mi amor  y que Dios, El Todopoderoso, vele por tu hermosa existencia y la de tu singular retoño, Jormy Alejandro. Sean felices,   vosotros lo merecen. Y tal como siempre, haz el bien.

  Tu padre que suspira por ti a cada instante.

     Eduardo Correa

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