El ejemplo de Neruda o la lección de la historia
Por Eduardo Correa
En el hermano
país de Chile, lar nativo del héroe Bernardo O´Higgins, y hermosa tierra que
también acogiera al eminente venezolano Andrés Bello, por cierto, maestro del
citado libertador austral, sucedió una situación política en el año de 1970
digna de comentar, precisamente ahora cuando Venezuela se dispone a realizar un
nuevo proceso electoral en el mes de diciembre. En la referida república,
otrora tierra de la estirpe araucana, se vivía para el año en cuestión un clima
eleccionario sumamente importante en la lucha por el poder político. De un
lado, el Gobierno de turno con su propio candidato aupado por sus partidos
afines, y por el otro, las fuerzas revolucionarias que con insistencia venían
buscando acceder al poder sin que la dinámica política se lo concediera.
Salvador Allende,
como líder del partido socialista, era su candidato presidencial, y asimismo,
el eximio poeta Pablo Neruda aspiraba la presidencia por el partido comunista.
Ambos tenían la esperanza de llegar a ocupar la Silla en el Palacio de la
Moneda. Obviamente, como puede notarse, no había sido posible la unidad en dos sectores
afines ideológicamente, y de allí que los revolucionarios se exponían a una nueva derrota, tal y como
había sucedido con las fallidas candidaturas de Allende en los años 1952, 1958
y 1964. Los dos bandos presionaban y el panorama electoral lucia muy tenso. Y
es entonces cuando ocurre aquel gesto histórico y político, y además muy humano y desinteresado del gran bardo
chileno. Cuando parecía que todo se resquebrajaba y la ansiada unidad no
parecía posible, situación que era celebrada por los encarnizados opositores, Neruda
se reunió con Allende, y le dijo: “Salvador,
los dos buscamos lo mismo, representamos los mismos intereses, nuestros
objetivos son comunes, sé tu el candidato”. Junto con la renuncia a su
candidatura llegó el apretón de manos y el efusivo abrazo. Poco después, la recordada
y trascendente unidad popular logró que Salvador Allende obtuviera la Presidencia,
lo que se tradujo en una esperanza real para el pueblo chileno. Al inmortal
vate que fue Neruda no le importó que Allende viniera de tres fracasos seguidos
y tampoco le importó que él mismo, Neruda, gozara de fama internacional por sus
dotes intelectuales y poéticas, sin desestimar sus altos quilates de ciudadanía.
Aquel fue un gesto sencillo, humilde y apartado por completo de su ego.
Traje a colación
este episodio de la historia contemporánea, aunque no estoy seguro de que pueda
ser útil a aquellos que conforman el país político venezolano, y de modo muy
especial a las fuerzas que se han denominado revolucionarias, ahora cuando se
discutieron, y se discuten aun, las candidaturas a las instancias del poder
local. Lo que se presencia es verdaderamente digno de atención. Se rompen las alianzas,
se interponen intereses personales y de grupos, aun cuando se habla del
colectivo, de unidad y de patriotismo. Se deterioran las amistades, abundan los
insultos, los golpes y por poco no corre la sangre en las disputas por las
nominaciones. No hay acuerdo, estatuto ni normativa que valga, en un claro incumplimiento
de los tratos. Se imponen los cogollos, el personalismo, la mezquindad, y la
traición alza su vuelo insospechado y sorprendente. La ambición desmedida de
poder parece ser el denominador común en una carrera política desprovista, en
no pocas ocasiones, de la conciencia debida. No hay ejemplos a seguir aunque se
hable de ellos al cansancio y se desborde la línea de los límites éticos. Y
mientras todo eso sucede, el país nacional observa estupefacto y de seguro
pensará si de esa manera podrá caminarse definitivamente hacia el país que se
anhela. Y es que de algún modo, pareciera dársele la la razón a Pio Gil, cuando afirmó: “No
vale el merito, sino el incondicionalismo aplaudidor, no se sube con el vuelo,
sino con el arrastramiento, los caracoles babosos vencen a las águilas aladas”.
Y una interrogante
final, ¿dónde estarán los “Neruda” de esta hora y de estos tiempos? Porque,
incluso, es posible que entre los mismos que predican unidad y lealtad –dando
al traste con ellas- haya quienes se
auto definan seguidores o admiradores del poeta chileno.
Comentarios
Publicar un comentario