Acarigua en apuros 1
(Golpe
de Estado, abril de 2002)
Por Eduardo
Correa
Aquel
jueves, 11 de abril de 2002, a las 12: 00, del mediodía, me fui a un restaurante de la avenida Libertador.
Me ubiqué cerca de la entrada y al
levantar la mirada reconocí al paisano guariqueño JJ. Sarmiento –que en paz
descanse- que ya se levantaba dispuesto
a marcharse. Susurró un saludo al pasar por mi lado y apuntando hacia el
televisor encendido, dijo: “Ahí no hay menos de dos millones de personas”,
refiriéndose al mitin que protagonizaban en Caracas Carmona, Ortega, Fernández,
Lameda y otros. Lo dijo con cierta satisfacción ya que era conocida su adhesión
oposicionista y, obviamente, la animadversión hacia el gobierno de Hugo Chávez.
Comí en silencio viendo las imágenes televisivas y, al concluir, regresé a la oficina de la Cámara Municipal
de Páez, donde me desempeñaba como secretario de la misma. Desde allí me
comuniqué con mi esposa y mis dos hijas y les advertí de lo delicada de la
situación política nacional. Nos pusimos de acuerdo en vernos en nuestro hogar,
siendo ya las 4: 00 pm. Seguimos los sucesos de Caracas en “el aparato del ojo
de vidrio” y la preocupación se nos reflejaba en el rostro, tanto que cuando
nos movíamos en busca de algo, parecíamos autómatas. Esa noche nos mantuvimos
despiertos, casi como toda Venezuela. A
eso de las 4: 00 de la madrugada, vimos estupefactos como salía de su oficina
el Presidente, vestido de uniforme militar, seguido de varios oficiales y
pasaban por en medio de un puñado de sus mas inmediatos colaboradores. Iba
detenido, rumbo al Fuerte Tiuna.
Muy temprano en la mañana, cabizbajo y pensativo, me dirigí
a mí lugar de trabajo, que en aquel momento era, como ya dije, el Concejo
Municipal. Antes, mi esposa Miriam y mi hija María del Mar, me advirtieron del
riesgo que podía correr, dados los acontecimientos. Era viernes, 12 de abril.
El golpe de Estado en Caracas estaba consumado. Sin embargo, las tranquilicé y
les reiteré que mi lugar estaba allí, y que no temieran. Bajé por la calle 31,
y advertí que en la plaza Bolívar estaban unas cuantas personas, a las cuales
conocía. Saludé a Wilmer Creucent, a Darío Mendoza, junto a su hermano el
profesor. Casi salieron a encontrarme y me dijeron: “Ya te lo decíamos
Correa, que un proceso como este no iba a durar mucho”. Todos estábamos
conmovidos. Después de conversar un rato, les anuncié que iba a mi oficina y de
inmediato intentaron detenerme, cuando me decían: “No vayas, Correa. No
faltará allí algún “antojao” que quiera agredirte”. Se referían a un montón
de personas que tenían tomada la alcaldía. De todos modos insistí y partí. Al
ver mi resolución, Wilmer me dijo, al momento que caminaba: “Yo te
acompaño”. Cruzamos la avenida y penetramos al recinto. Sí, en efecto, eran
muchas las personas que estaban en la parte de abajo y gritaban al unísono: “¡Fuera
Chávez, asesino y traidor”!. Todos eran opositores al gobierno y no dejaban
de gritar. Me percaté de que no había allí “chavistas” a excepción de Wilmer y
yo que estábamos llegando. Después me enteraría que muy temprano habían
desalojado el lugar, no sabía si era por la agresividad que mostraban los
presentes o había sido por precaución o por las dos cosas. Intenté cruzar el
grupo y me salieron al paso algunas personas que conocía. Identifiqué de pronto
a Miguel Alvarado, Vicente Bastidas, José Caldera, Torrelles, Pinto y la señora Salcedo. Alvarado y Torrelles me tendieron su mano al
momento que me decían: “Correa, a usted lo respetamos y es nuestro amigo,
pero el gobierno cayó y no hay nada que hacer. Acéptelo”. Les respondí que
sólo me dirigía a mi sitio de trabajo, y al tratar de subir las escaleras
varios policías uniformados me lo impidieron. Uno de ellos presionó mi hombro
fuertemente –estaba dos escalones
arriba- a la vez que decía que tenía instrucciones de no dejar subir a ningún
funcionario del gobierno local. Ante la inminencia de que me hicieran salir por
la fuerza, desistí y abandoné el lugar.
Cuando salía voltee hacia la plaza y estaba
allí un grupo opositor que hablaban entre ellos. Después me enteraría que estaban formando
gobierno. Unos “se peleaban por la alcaldía” y otros por cualquier cargo.
Identifiqué allí a Alvarado, Bastidas y
a Caldera. Me vine a mi casa, y al rato llegaron los abogados Juan Mendoza, Paulino Ferrer, hijo, y Ramírez, invitándome para Guanare en atención
a un llamado que hiciera la gobernadora Antonia Muñoz para proteger el Palacio
de Gobierno que estaba en la mira oposicionista. Ella resistía adentro. No
pudimos entrar. Luego vino una solicitud para regresar a Acarigua, donde se
decía que se estaban formando grupos chavistas para preparar estrategias. Nos
regresamos y fuimos a las oficinas de Contraloría, en el Edificio Municipal, y
comenzamos a llamar a alguna gente que conocíamos en la capital de la
república. Continuará
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