“A tres meses de tu luz”
En memoria de Omar Enrique Clavijo
Por Eduardo Correa
En nuestros
corazones y en nuestras almas están
grabadas con amor indeleble todas tus vivencias de niño y todas esas actitudes
que eran dictadas y animadas por tu corazoncito
infantil. Y tus primeras palabras, tus
giros y gracias que venían como cosas naturales de un ser tan especial, que con sus primeros pasos y con sus
débiles y trémulas piernas, comenzó a
caminar por la vida, que luego se afirmó
con el paso del tiempo. Y allí, junto a
ti, estaban tus padres, tus familiares, tus amigos y vecinos que tuvieron el
privilegio de verte nacer, crecer y formarte como hombre que eras ya. ¡Que
hermoso y gratificante era ver a aquel muchachito convertido en joven adulto
que conservaba todas las enseñanzas familiares!. Era muy grato ver a aquel
joven con sus sueños y esperanzas. Con fe y con entusiasmo creador. Con bondad
y brillo en sus ojos.
Pero, todo ese gozo y el privilegio que
era verte, saludarte y compartir contigo, terminaron un día muy reciente, y tan
reciente es que casi no podemos creerlo, y lo que es más dramático: ¿Cómo
acostumbrarnos a tu partida definitiva y a tu ausencia temprana? ¿Cómo
habituarnos a no tener más tu sonrisa de hijo adorable, de joven amigo, familiar,
bondadoso y alegre? ¿Cómo aceptar que tu partida fuera tan repentina e
inesperada?
Es por eso que
acudimos al Gran Consolador que es Dios, al Rey de la Misericordia, porque es
el Único que en verdad puede ayudarnos a soportar ese vacío que es tan
doloroso y que por momentos nos hace
perder el entendimiento y el camino. Pero que luego Él nos hace comprender, con
su amor infinito, la realidad vital que debemos padecer los humanos. Por eso, en medio de todas estas
incertidumbres y todas estas espinas con que tropezamos en nuestro andar cotidiano,
clamamos a Él, al Todopoderoso, al Señor de señores, que te reciba en su Santo
Seno y en su hermosísimo Cielo. Porque escrito está en el libro de la Sabiduría
y esas palabras las acogemos como las respuestas que nos da el Mismo Hacedor: “Su tribulación ha sido ligera, y su
galardón será grande; porque Dios hizo pruebas de ellos y los halló dignos de
sí…// Los probó como al oro en el crisol y los aceptó como victimas de
holocausto; y a su tiempo les dará su recompensa”…// “Porque su alma era grata a Dios, por eso
mismo se apresuró el Señor a sacarlo de en medio de los malvados…”
Omar, te
fuiste sabiendo lo mucho que te queríamos y lo mucho que te querremos siempre, y seguros estamos que vivirás siempre entre
nosotros con tu recuerdo infinito. Inolvidable
permanecerá la sonrisa que irradiabas y hacías contagiosa y fértil para que floreciera la amistad. Y tal
vez sea oportuno traer unos fragmentos poéticos del venezolano Andrés Eloy Blanco, que con su hondo
pensamiento, muy humano por lo demás, plasmó en su canto a Los hijos infinitos: “Cuando se tiene un hijo, se tiene al mundo
adentro y el corazón afuera. Y cuando se tienen dos hijos, se tienen todos los
hijos de la tierra, los millones de hijos con que las tierras lloran…”. O aquella estrofa de Confesión: “Soy la amargura anónima de las almas sin
dueño, que vivieron de un canto, de un dolor y de un sueño”.
No te decimos adiós, Omar Enrique, sino “hasta
luego”, porque esperamos, que así como
el Creador te acogió a ti santamente,
también a nosotros, cual mortales formados en la fe, nos lleve por ese camino divino y vayamos al encuentro
con Él, sumo destino al que aspiran las almas
sensatas y previa Su Santa Voluntad. Y finalmente, te decimos
con el corazón en la mano: Omar Enrique,
allá en el cielo nos vemos.
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