De la seriedad de la política y otros tópicos
Por Eduardo Correa
Recuerdo que
cuando era muy joven, en mi barrio se
solía decir que la política era algo muy serio y como tal debían desempeñarse
quienes la asumiesen, pero, asimismo, se
argumentaba, desde cierto tiempo, que
era evidente que estaba dejando de serlo, dadas algunas circunstancias que se venían observando. Y eso lo ilustraban de diferentes
formas y he aquí una de ellas: En una ocasión, un señor que era muy querido en
el barrio por su solidaridad manifiesta, su empeño en consolidar la amistad
entre unos y otros, y siempre actuando como organizador de cualquier asunto y
manteniendo una sonrisa a flor de
labios, un buen día fue sonsacado, si me permiten el término, por un conocido
militante en el activismo político y llevado a formar filas en su partido.
Aquello corrió como reguero de pólvora
por el vecindario. “Don Juan se metió a
político”, corría de boca en boca. “¡No
puede ser!”, contestaba alguien. Y, “¿Quién
iba a creerlo?”, era la comidilla en los lugares de reunión. Pero también
los vecinos del lugar soltaban esta prenda:
“Ahora si es verdad que se acabó la seriedad de don Juan”. Y asimismo: “Pobrecito, ¿Por qué lo haría si él era un
hombre tan serio?”.
Y es que en los
últimos tiempos la política se ha debatido entre la seriedad y la falta de
esta. Y no es que lo diga yo, porque bien se sabe que hasta hace muy poco los
partidos políticos y sus representantes tenían una credibilidad que dejaba
mucho que desear. Y así, con subidas y bajadas en ese campo relacionado con lo sociológico,
se ha venido desarrollando ese arte de lo posible, como algunos la mientan.
Claro está que lo anotado hasta ahora no desdice o desmiente que no haya
políticos creíbles y serios en la comarca. Los hay, y con mucha personalidad
puede argüirse. ¿Dónde están? Podría preguntar algún ansioso. Y habría que
responder que cada quien, si así lo desea, haga su propia lista. Por el momento,
y de acuerdo con mi visión, me permito mostrarles algunos ejemplos de políticos
actuales donde la seriedad se fue de vacaciones, y ojalá que no haya sido para
siempre. ¿Recuerdan cuando en la Asamblea Nacional se armó aquella trifulca y
golpes iban y venían por todos lados? Bueno, antes del suceso todo el mundo vio
al político y diputado Alfonso Marquina exhibiendo un enorme casco que inquiría
que algo siniestro estaba por ocurrir. Fue como una especie de premonición. ¿Ese
parlamentario sabía lo que se cernía sobre el parlamento y los asistentes y
decidió callarse? Y sobre todo, ¿la actitud y la postura de Marquina era seria
mostrando aquella armadura? Y de paso, todos lo vieron casi feliz como una
lombriz. Nada serio, señores, al menos en mi opinión. Otro caso donde fue
escurridiza la seriedad y surgió grande lo bufo, devino en aquel debate sobre
la corrupción, también en el Capitolio. Las cámaras de la televisión enfocaban
a un Julio Borges muy sonreído y portando una pancartita con un letrero, como
si se tratara de un colegio donde los niños jugasen en el recreo o acaso un
circo infantil con su mímica
mojiganga.
Tampoco
se puede dejar pasar aquella cómica presencia del alcalde metropolitano,
Antonio Ledezma, con el traje de Súperman recién caído del cielo. Y no es que
este político no tenga derecho a sentirse como niño y jugar a los disfraces,
pero caramba, no era carnaval ni mucho menos diciembre ni ninguna fiesta
infantil. Estaba desempeñando su altísima y muy seria responsabilidad de
servidor público y en unos momentos cuando la ciudadanía caraqueña y del país reclama
compostura y, por lo menos, vestirse de serio. Ya habrá tiempo para darle
rienda suelta a esas otras actitudes que se llevan por dentro, se recomienda.
Después anotaremos otros ejemplos, pero en esa ocasión del lado de los
políticos rojos.
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