Del Silbón y otras
terquedades
“Se lo dije, compa Hilario, se lo
dije. Eso le pasó, por porfiao, por porfiao”.
Por Eduardo Correa
La terquedad está emparentada con la obstinación y la
porfía, y gramaticalmente, cada uno de estos adjetivos de la lengua castellana,
son opuestos a la razón y al sentido común. Es por eso que el obstinado o porfiado o el terco, no se deja
vencer por los ruegos y amonestaciones razonables –si es que permite que se los hagan- ni por
obstáculos o reveses. Es decir, no hay persuasión que valga y se mantienen en
su resolución o con su tema. Sin inmutarse y sin flaquear. Y, obviamente, sin
medir las consecuencias de tan insensatos actos.
Es lo que puede decirse de Juan
Hilario, conocido personaje de la excelente obra dedicada al llano y a Venezuela
toda, y creada por el talento del
guanariteño, don Dámaso Delgado, y constituyéndose poco después en un clásico de nuestro folclor.
Y es que la actitud de aquel caminante llanero
-rayana en la terquedad- no pudo
deponerse ante la persuasiva explicación que le diera su amigo José Juan, quien
conocía algunos hechos horrendos ocurridos en las inmediaciones que pretendía
cruzar el inquieto parrandero y así evitárselos a su carnal. Pero, como se sabe,
no hubo forma y manera de que el osado Juan Hilario desistiera de su empeño y
de allí que este se llevara la paliza que se llevó. No le quedó más remedio a José
Juan que retirarse a su rancho, abrumado y contrariado, no sin antes dejar
clara su posición: “Mire, Juan Hilario, yo mejor lo dejo solo. Usted será lo que sea, pero
lo que es pa’ mí, El Silbón no es juego”. Y al final, después de la
tragedia, solo se dejó escuchar la sentencia del honesto trabajador del hato,
que estremeció a toda la llanura: “Se lo dije, compa Hilario, se lo dije. Eso
le pasó, por porfiao, por porfiao”. Pero, ¿acaso podía Juan Hilario haberse
evitado aquel cruel y sangriento encuentro que puso en peligro su vida? Es muy
probable que así hubiese sucedido, aunque la sensatez salió también derrotada,
al igual que el mítico personaje del llano, al no escuchar la voz de la cordura y del buen sentido de las
cosas, y que envalentonados, suelen decir “que
son capaces de darle cuatro palos a
cualquiera”.
Y así, la terquedad, la obstinación y
la porfía, son las constantes en aquellos que se niegan o se oponen a cualquier
postura razonable sin que argumento alguno pueda convencerles y dejar sin
efecto sus tozudas posiciones. Es lo que le pasó a otro personaje de otra
famosa leyenda llanera, La Sayona, y que
respondía al nombre de Pancho Rengifo, apodado “El macho”. Este hombre
era muy conocido en la zona y una de sus aficiones era la riña de gallos y
donde quiera que hubiera una pelea de esas, no podía faltar este empecinado
gallero. No hizo caso de las
advertencias de su esposa e hija, y más adelante tampoco le detuvo las palabras
y los consejos de un viajero que conocía los peligros a que se exponía el
jugador y caminante nocturno: “Usted no sabe que por aquí no se pueden
hacer fiestas de noche”. Y le ocurrió lo mismo que a Juan Hilario, dada
su terquedad u obstinación. Y el mismo resultado: recibió una golpiza de la
sayona por no escuchar y dársela, además, de mujeriego. Y así es el folclor,
rico en conocimientos, aventuras y entretenimiento, pero que no puede
desdeñarse su rol aleccionador y sabiduría de pueblo.
Pero hay más ¿recuerdan aquella canción
que se puso de moda un tiempo y que se dejaba escuchar en cualquier
reunión? He aquí una estrofa: “Llegando
a Ciudad Bolívar me dijo una guayanesa, que si comía la sapoara no comiera la
cabeza, y me la comí, que atrocidad, puse la torta por mí terquedad”. Podemos finalizar con otra estrofa de un tema
del folclor mexicano que se difundió muchísimo en décadas pasadas y que aquí en
nuestro país tarareaba casi todo el mundo. Era aquella canción, “No soy
monedita de oro”, que interpretaba Miguel Aceves Mejía, entre otros conocidos
cantantes de la tierra azteca, que decía en una de sus estrofas: “Soy
piedra que no se alisa por más que talles y talles, soy terco como una mula,
adonde vas que no te halle”. La letra le pertenece al compositor,
también mejicano, Cuco Sánchez, quien se dio a conocer por toda Latinoamérica
con sus temas, que llevó -de manera
exitosa- al cine de su país. Y ahí, en ese planteamiento musical, se pone
igualmente de manifiesto, la terquedad y la obstinación. Y como corolario,
aquella conseja que se dice en el llano cuando alguien se empeña en cruzar
parajes amplios y solitarios: “Cámara, tenga mucho cuidado, que lo puede
machucar el silbón”.
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