El
ruido enferma, enloquece y mata
“Todas
las cosas son ya dichas; pero como nadie
escucha, hay que volver a empezar siempre”. André Gide.
Por
Eduardo Correa
Un
hombre humilde de Monagas le pidió a su compadre, quien trabajaba en Sidor, que
intercediera por él con miras a conseguirle un empleo en esa empresa. Tenía
tiempo probando suerte en el mercado laboral, pero continuaba en bancarrota
junto a su familia. El trabajo se dio y el hombre ingresó de inmediato. Al mes
hubo una protesta en una de las plantas por mejoras de la seguridad industrial y
al agravarse el conflicto la empresa despidió a 514 trabajadores. Intervino la
Inspectoría del Trabajo y ordenó el reenganche. El trabajador monaguense, quien
esperaba el resultado del conflicto, fue avisado que debía regresar a las
labores, en estos términos: “Compadre, vuelva a Sidor porque ganamos el pliego
de condiciones y los 514 obreros se reincorporan el lunes”. A lo que el hombre
respondió decidido: “¿Reengancharán a los 514? Serán 513, porque lo que soy yo
no vuelvo más a esa desgracia”. La actitud de este venezolano se le atribuye a
las condiciones deficientes, pero más que todo inhumanas, en que se
desenvuelven muchos de los trabajadores de esta empresa estatal, que dicho por
los mismos servidores, no cumplen cabalmente con las normas de seguridad y
otros aspectos que atañen a la seguridad física y mental del ejecutante. Y es
tanta la situación a la que son sometidos numerosos trabajadores de SIDOR que, por ejemplo, en la fábrica de tubos, el ruido ensordecedor marca la pauta. El fenómeno es tan crítico que ha habido
trabajadores, que perdida la razón, amenazan con tirarse a los Hornos profiriendo
gritos dantescos. O emprenden una loca carrera
que los lleva a chocar con las puertas
de salida con evidentes resultados de daños físicos severos. Algunos se retiran
–o los retiran- con serios problemas de salud que no llegan a recuperar nunca,
en muchos de los casos. Podría alguien decir que eso sucede en el caso
específico de esa industria, pero no debe soslayarse que el ruido forma parte de la
cotidianidad y es rara la dinámica de
hoy en día donde no esté presente ese sonido perverso, que es producto de la
sociedad misma. Y es que el huésped
maligno causa estragos en la salud de
las personas y aunque no haya estadísticas al respecto, la procesión va por
dentro. Pero es cosa cierta y sabida que el ruido es dañino
con consecuencias que pueden ser letales, sin embargo, a pesar de eso y de las
normativas existentes en los países, seguimos compartiendo con el enemigo y la
agresión o el ataque del flagelo sigue imperturbable. ¿Qué debe hacerse? La
sociedad tiene la respuesta. Mientras tanto, abundemos un poco en el problema.
El término contaminación acústica hace referencia al ruido -entendido
como sonido excesivo y molesto-, provocado por las actividades humanas, tales
como el tráfico, industrias, locales de ocio, aviones, sonidos de equipos
musicales que llegan a la estridencia o no, entre otras, y que producen efectos
negativos sobre la salud auditiva, física y mental de las personas. Esta
expresión –contaminación acústica-
está estrechamente relacionada con el ruido debido a que esta se presenta cuando el ruido es
considerado como un contaminante, es decir, un sonido molesto que puede
producir efectos nocivos fisiológicos y psicológicos en humanos. Las principales causas de la contaminación
acústica son aquellas relacionadas con la actividad del transporte, la
construcción de edificios y obras públicas, las industrias, etcétera. El sistema auditivo se resiente ante una exposición prolongada a la fuente
de un ruido, aunque esta sea de bajo nivel. El déficit auditivo provocado por
el ruido ambiental se llama socioacusia. Una persona cuando se expone de forma
prolongada a un nivel de ruido excesivo, nota un silbido en el oído, ésta es
una señal de alarma. Inicialmente, los daños producidos por una exposición
prolongada no son permanentes, sobre los diez días desaparecen. Sin embargo, si
la exposición a la fuente de ruido no cesa, las lesiones serán definitivas. La sordera irá creciendo hasta que se pierda totalmente la
audición. No sólo el ruido prolongado es perjudicial, también el sonido
repentino de una explosión o un disparo, pueden llegar a perforar el tímpano o
causar otras lesiones irreversibles.
Comentarios
Publicar un comentario