Erase una vez
una montaña de dinero
Por Eduardo Correa
¿Recuerdan aquella Venezuela faraónica que prometió el ya desaparecido ex presidente de la república
que se llamó Carlos Andrés Pérez? Solicito la anuencia de rigor para hablar de alguien
que ya nos dejó y subió, hace algún tiempo, al encuentro con el Creador. Aunque
debemos advertir que el referente se desempeñó, como todo el mundo sabe, en el
campo de la política y de allí que esta sea incumbencia de todos, y sólo de ese
campo haremos reminiscencias. El hombre
de Rubio, que en ese pueblo andino había nacido, se caracterizó por ¿soñar? en
grande y además acicateado por los enormes recursos petroleros que encontró en
su primer quinquenio de gobierno. Y de una vez comenzó a pensar y proponer lo
que el mismo denominó La Gran Venezuela, proyecto faraónico que se tragó, por
así decirlo, a la Venezuela sencilla, al país sin artificio que aspiraba ver
resueltos sus problemas más comunes, ese país perdido en los problemas sin exorno que a diario le atormentaban. Y por eso
votaron masivamente por el hombre “que caminaba y saltaba charcos” con sus
camisas a rayas. Pero el hombre se empecinó en eso que ya hemos citado: El gran
país prometido, que al final resultó estar solo en su cabeza. Se dilapidaron todos los
millones del mundo venidos del maná petrolero. El país sucumbió ante la
corrupción y el despilfarro y como resultado quedó una nación arruinada, no
solo en lo material, sino también –y con respeto sea dicho- en sus “arcas morales”. Luego de algunos años,
Carlos Andrés aspiró de nuevo la presidencia y fue reelecto por un pueblo que tal vez soñaba con que
volviera aquella “abundancia” de otrora, pero esta vez el “sueño” duró muy poco
porque el “soñador mayor”, no más al llegar al poder aplicó una receta con
doble plan: El del FMI que comprendía altos precios de los bienes y servicios,
y para quienes no estuvieran conformes con la decisión del gobierno, les
recetaron “el plan de machete” que terminó en la triste masacre del llamado
Caracazo del año 89. Lo demás se conoce. CAP fue destituido y preso, poco
después.
Algunos dirán:
Ajá, ¿Y donde está lo aleccionador? Y debemos responder. Bueno, no es que
estemos diciendo que no ansiamos una Venezuela poderosa, grande o como sea, lo
que pretendemos decir es que en aquel tiempo ha debido hacerse y resolverse lo
pequeño, lo sencillo, lo cotidiano, lo que atañe directamente a la persona, lo
que le permita vivir decentemente y con solvencia. Ejemplo: poder adquisitivo,
resolver el problema del agua potable,
del gas domestico, de la electricidad, del aseo urbano, de la vialidad y
minimizar la inseguridad, entre otros entuertos que se han hecho, de nuevo,
cotidianos. Eso no quiere decir que no se hayan realizado obras o que se emprendan otras, grandes o
pequeñas, pero en el caso de las
referidas deben ser soluciones permanentes. El agua potable debe llegar por sus
tuberías a los hogares -ahora mismo existen vastos sectores que no la reciben-,
en la electricidad deben cesar los apagones, y que no hayan excusas triviales como aquellas
de que “los hogares han crecido y con ellos el uso de electrodomésticos en
sectores que siempre carecieron de ellos”. ¿Y qué entonces de la planificación?
Otro problema que tiende a agudizarse es el del gas domestico, llegándose al
extremo que los vecinos “asaltan” los camiones distribuidores en la calle
porque los llevan, muchas de las veces, a sectores privilegiados económicamente.
¿Y qué nos dicen del problema de la basura? Terriblemente deficiente, caro e
inoportuno.
He ahí algunos
casos de servicios sencillos, pero que se han convertido en complejos y que
hacen que la vida se le complique a los más humildes y a los que no lo son
también, aunque estos últimos tienen capacidad, muchas veces, de resolver a motu propio. Pero, ¿es que acaso
resolviendo las cosas más sencillas no podemos convertirnos en un gran pueblo?
¿En una gran nación? De lo pequeño podríamos llegar a lo más grande, sino
recuerden al inefable venezolano que fue Aquiles Nazoa, quien mantuvo por años un programa exitoso que
condujo por TV y nos daba clases magistrales de las cosas más sencillas. Bienvenidas
las obras grandes o complejas, pero que sean antecesoras de las más sencillas.
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