Alí Primera y su deuda con el turpial
Por Eduardo Correa
Es posible que
haya algunas cosas del cantor Alí Primera que muchos no conozcan en sus
detalles, y estas, básicamente, referidas a su entorno muy humano y familiar. Y
no se trata de algo privado, estricto sensu, sino que el énfasis colectivo
centró su atención en sus composiciones y en su canto, así como en su prédica
militante y esperanzadora. Y quizá, como apuntamos arriba, algunas acciones dictadas por sus sentimientos
más íntimos no fueron muy divulgadas que se diga. Vamos a permitirnos contarles
algo al respecto.
El trovador o
bardo, el del eterno recuerdo, siempre sostuvo que tenía una gran deuda con
el turpial, esa ave emblemática nacional de dulce y tierno canto, la misma que emite sonidos gratos y melodiosos, y que escuchara desde su más tierna niñez y que
después de adulto llevó consigo por doquiera que anduvo, sin desestimar su
periplo por Europa, en donde tantas
experiencias vivió. “Nunca podré pagar
esa deuda”, decía. Y en aras de ir reduciendo su compromiso, que por
material que fuese, su mayor anhelo residía en lo espiritual, fue como una vez,
viajando por la carretera Zulia-Falcón, yendo de Maracaibo a Paraguaná, empezó
a comprar todos los turpiales que por el camino vendían los pueblerinos y se llevaba todas esas cajas con los hermosos
pájaros y los ponía en una gran jaula,
que luego, provisto de su inseparable guitarra y la botellita de ron, en
compañía de sus hijos y toda la familia, en el centro del campo falconiano,
comenzaba a entonar sus canciones –“yo le debo mucho al canto del turpial y
todavía no termino de pagarle”, expresaba vivamente el hijo de la sierra- y
Sandino habría la enorme jaula para que los turpiales recobraran la libertad
perdida: “Algunos saltaban a los árboles
porque se les había olvidado volar, pero el salto era ya algo importante”,
sostenía el poeta. Igual hizo en la vía Acarigua- San Carlos, por donde
compró un par más de las singulares canoras negras y amarillas y las tuvo en Caracas –hasta que volviera a su tierra natal-, pero
las aves eran ya capturadas viejas y murieron sin reconocer su propio espacio
natural. Eso conmovió el alma de Alí, la de su mujer y su hijo y se pusieron a
llorar. “Fue algo terrible vivir aquello”,
contaba.
También,
producto de su compromiso militante –llevando su discurso cantado a donde
podía- fueron muchas las veces que
llegaba a su casa a la media noche o de madrugada y, obviamente, encontraba a
sus hijos dormidos y sin pensarlo dos veces iba a despertarlos cuatro en mano y
los invitaba a cantar. En una de esas ocasiones, brincaron a su alrededor y le
gritaron a la pregunta de qué querían cantar:
“¡Thriller, thriller! ¡Michael Jackson!. Alí les replicó que “eso no, porque no tenía
que ver con ellos”. Y al final no podía negarse: “Ellos lo querían, y aunque era inglés
y otra cultura, era una realidad y yo
respeto eso”, apuntaba. Y luego remataba:
“El problema es que ellos –los
gringos- no me respetan a mí”.
En otra
oportunidad, en un acto en El Poliedro y en un homenaje a Simón Díaz, al
trovador lo presentaría Isa Dobles y al no más la periodista subir la tarima la
recibió una descomunal pita y rechazo que no tuvo más remedio que regresar al
camerino sin poder cumplir su cometido. En su turno, el cantor del pueblo pidió
un aplauso para Isa Dobles y dijo que si no lo hacían él no cantaba. La
multitud no tuvo otra que aplaudir y la comunicadora lo escuchó a distancia: “Ella es una mujer venezolana y luchadora y
merece todo nuestro respeto”, adicionaba el autor de “Techos de cartón”. En
aquel tiempo, los dos, Primera y Dobles, caminaban senderos opuestos en lo
ideológico, pero no les impidió ser grandes amigos en el futuro. Hay más cosas, pero se acabó el espacio.
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