El angosto río de la dignidad
Por Eduardo Correa
En un hermoso poema titulado “A Bolívar”, el genial Pío Tamayo, decía: “Aunque venga sin lanza / y sin escudo / alta la frente / la rodilla en tierra /...! Vuelve!
¡Vuelve! / Señor, sal de la nada / Y liberta otra vez a Venezuela /”. Es un
canto donde el poeta, escritor y pensador larense solicita a Bolívar que vuelva
y traiga consigo su inconmensurable patriotismo y dignidad sin igual, ya que El
Libertador es, sin lugar a dudas, el gran símbolo de la dignidad nacional y
ella debe invocarse cada vez que la patria es agredida y asediada por sectores
internos y foráneos. Y no es para menos, porque ese sagrado legado bolivariano
da fuerza y entusiasmo libertario en cualquiera de las situaciones donde el alma
nacional requiera gritarle al mundo que nuestra soberanía no se discute.
Y son
muchísimos los ejemplos de dignidad y de conducta de acero que dio el caraqueño
ejemplar a lo largo de su brillante carrera militar y política, como aquella
del 5 de octubre de 1818, ya asentada la República en Angostura. Resulta que
los patriotas tenían el control de las aguas del estratégico e imponente río
Orinoco y capturaron dos barcos
norteamericanos que de modo solapado traían armas y alimentos para los
realistas que todavía quedaban en Guayana, y es entonces cuando EEUU envía al
diplomático Jean Baptiste Irvine para que las reclamara de la “arbitraria”
incautación por parte de los corsarios venezolanos. El propio Bolívar tuvo un
intercambio epistolar con el estadounidense explicando la situación, y
este se mostró reacio e intransigente, a
lo que el principal dirigente de la revolución, sin opción alguna, respondió: “...No permitiré que se ultraje ni
desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra España
ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía
por merecer igual suerte. Lo mismo para Venezuela es combatir contra España que
contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.
Y mucho más acá, varios venezolanos
dieron muestras de entereza y dignidad en sus trayectorias políticas y
ciudadanas, como el caso del escritor e historiador Rufino Blanco Fombona,
quien siendo acérrimo enemigo del dictador Juan Vicente Gómez se opuso a una
intervención yanqui para derribar al andino, solo por no permitir que su amada
patria fuera invadida por una fuerza extranjera. Asimismo, debemos mencionar la
actitud nacionalista y antiimperialista de Mario Briceño-Iragorry, otro que siempre denunció las intromisiones
estadounidenses en el país con la complacencia de los gobiernos de turno. El
sostenía que “ser venezolano no es ser
alegres vendedores de petróleo y de hierro. Ser venezolano implica un rango
histórico de calidad irrenunciable”. Y más cerca aún, puede mencionarse la
situación presentada en 1960 en la VII Conferencia de Cancilleres de la OEA,
realizada en Costa Rica, donde se condenaba a Cuba por su relación con la URSS
y Rómulo Betancourt dio la orden a su canciller, Ignacio Luis Arcaya, para que
votara favorablemente la moción contra el pueblo antillano y este, con la
firmeza que le caracterizaba, se negó. Al regresar al país puso su renuncia a
ese gobierno, y desde entonces se le conoce como el Canciller de la Dignidad.
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