Un
llanero sabio, digno y jocoso
Por Eduardo Correa
No deben ser pocos, y de modo especial quienes se desempeñan en el campo
de la medicina, los que conocen los
grandes logros del médico venezolano José Francisco Torrealba, oriundo del
estado Guárico. No solo fue un eminente galeno, sino que adornó con letras de
oro su personalidad que se caracterizó por su extraordinaria humildad y su
desprendimiento ejemplar. Se graduó de médico en la UCV en 1922 y recibió su
título Summa Cum Laude, estudiando con sacrificios por su precariedad económica.
Fíjense quienes fueron algunos de sus maestros: José Gregorio Hernández
–nuestro querido y conocido Venerable-, Francisco Antonio Rísquez, Jesús Rafael
Rísquez, Luis Razetti, Vicente Peña, Domingo Luciani, entre otros. Y con él se
graduaron Pedro Briceño Coll, Pastor Oropeza, Alfredo Borjas, Pablo Quintana
Llamozas, Servio Tulio Rojas, por nombrar algunos. Ya es sabido que el doctor
Torrealba alcanzó notoriedad por sus aportes científicos en la lucha contra el
Mal de Chagas.
He
aquí algunas de sus anécdotas. Se dice que en una oportunidad fue invitado a
dictar una conferencia en la Universidad
Central de Venezuela. Se decía que el sabio solía vestir ropa
kaki, y dada la vieja costumbre ya en desuso, el medico llanero vistió
asimismo de alpargatas y franela, y ese
día llegó tarde a la cita. Cuando trató de entrar, el vigilante de la puerta al ver su humilde
vestuario, le advirtió:-“Señor, usted no
puede entrar aquí”. El galeno no contestó, dio media vuelta y se sentó en
la acera como un mortal cualquiera. Ahí fue encontrado por un médico que salió
a ver que pasaba que el invitado no llegaba. Claro, de seguro el elegante y
acomodado salón estaría repleto de personas vestidas de flux, corbata y demás
yerbas, como se dice y al verlo en la puerta con vestimenta tan sencilla, no
podían comprender que se tratara del citado y reconocido personaje del mundo de
la medicina. E igualmente se cuenta que cuando José Francisco Torrealba tenía
que recibir su título, “La casa que vence las sombras” estipulaba que se debían cancelar unos
impuestos y poder entregarle así el pergamino,
pero como el médico provenía de un seno familiar muy pobre, acudió a un
rico llanero y le solicitó ayuda para superar aquella “alcabala”. El acaudalado
no era otro que Nicolás Felizola, quien además era famoso por su carácter
temerario y fanfarrón, y al ser
requerido le contestó con arrogancia:
-“En mi pueblo no necesitamos
médicos”. Y ahí fue cuando una persona que estaba allí, al ver y oír aquello,
le dijo a Torrealba: -“Pase por mi casa
que yo lo ayudo”. Poco tiempo después, el propio Felízola cayó gravemente
enfermo en uno de sus hatos y fueron a buscar al doctor José Francisco, quien
atendía a sus pacientes en el pueblo de Zaraza, y dijo sin chistar: -“Llévenme allá”. Cuando llegó, el
enfermo estaba gritando: -“Por favor, sálvenme, no quiero morir”. Al
acercársele, el facultativo le expresó:
-“Cálmate Nicolás, que ya estás en
mis manos”. Al oír aquello, Felizola clavó sus ojos en quien le hablaba y
se quedó perplejo.
Asimismo,
se refiere que en una ocasión un grupo
de Rectores se fueron a San Juan de Los Morros, a donde se había mudado el
sabio, a una visita académica, y durante el coloquio los visitantes observaron
a una mujer “india” que siempre estaba al lado del científico llanero sin pronunciar palabra alguna. Un médico, Rector
de la Universidad
del Zulia, intrigado se acercó al experto y le preguntó: -“Oiga, doctor, y esta señora
que pito toca”. Y de inmediato el ocurrente investigador le respondió: “Este”, abriendo sus piernas y
mostrándole al inquisidor su masculinidad. El averiguador quedó sorprendido y
no volvió a hablar durante unas horas. La mujer que no se separaba del médico
guariqueño era la señora Rosa Tovar, esposa del sabio, de quien procreó doce
vástagos.
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