LA GLORIA: ¡LO MÁS ALTO QUE PODEMOS
ASPIRAR!
Por Eduardo Correa
Procuremos ahora sufrir con
paciencia las tribulaciones de esta vida, ofreciéndolas a Dios, en unión de los
dolores que Jesucristo sufrió por nuestro amor, y alentemonos con la esperanza
de la gloria. Algún día acabarán estos trabajos, penas, angustias,
persecuciones y temores, y si nos salvamos, se nos convertirá en gozo y alegría
inefable en el reino de los bienaventurados. Así nos alienta y reanima el Señor
(Jn. 16, 20) "Vuestra tristeza se convertirá en alegría". Mediremos,
pues, sobre la felicidad de la gloria . . . Más, qué diremos de esta felicidad,
sí aún los santos más inspirados han acertado a expresar las delicias que Dios
reserva a los que le aman? David sólo supo decir (Salmo 83, 3) que la gloria es
el bien infinitamente deseable . . . !Y tú, san Pablo, insigne, que
tuviste la dicha de ser arrebatado a los Cielos, dinos algo siquiera de lo que
viste allí! . . . "No, responde el apóstol, (Co, 12, 4) , lo que vi no es
posible explicarlo, tan altas son las delicias de la gloria, que no puede
comprenderlas quien no las disfrute. Solo diré que nadie en la tierra ha visto,
ni oído ni comprendido las bellezas y armonías y placeres que Dios tiene
preparado para los que le aman.
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