¿Se acabaron las serenatas?
“Mujer, abre tu ventana para que escuches mi voz”
Por eduardo Correa
¿Quién podría pensar en estos tiempos en
las populares serenatas de antaño, esas que conmovían los corazones de las
muchachas y de las que no lo eran tanto? Sí, aquellas hermosas expresiones
culturales no podrían existir con la misma dinámica del ayer ni con la
enternecedora atracción que constituía su esencia. Hay algunos elementos que
pueden señalarse como los “exterminadores” de las serenatas que eran propias
del pueblo, y no hay ninguna duda de que la inseguridad que reina en el país es
el primero, así como el costo económico que esta actividad social acarrea por
estas épocas. Y aunado a esto, no podríamos desestimar la pérdida de valores
que se vive y que concurre de forma acelerada. Quien tenga la atrevida idea de
aparecerse en una ventana o en una esquina con su música o canciones, corre el
grave riesgo de que le quiten “hasta la guitarra”.
Claro, nos referimos a
aquellas serenatas que solían darse al aire libre, en las esquinas de alguna
calle, al pie de una ventana o en un amplio patio de aquellas casas antiguas de
entonces. Eran esas hermosas melodías que se tocaban y cantaban espontáneamente
y de manera desprendida con el acompañamiento del arpa, el cuatro y las
maracas, donde solo bastaba el ánimo, el afecto o “estar enamorado”. ¿Cuánto
podría costar una serenata en estos tiempos si es que alguien se dispusiera a correr
los riesgos citados con el propósito de retrotraerse en la historia? Si se antojaran
de Reinaldo Armas, por ejemplo, pueden imaginarse cuanto cobraría por el
especial servicio. Como diría alguien: “Un ojo de la cara”. Y hasta cualquier
intérprete novel que se buscara, lo primero que expresa es: “Yo cobro tanto, cámara
y eso sí, me lo dan en efectivo y rapidito”.
Por eso es que no se puede olvidar a algunos serenateros que “vivían su arte y también se lo regalaban a los amigos” –y a todo aquel que lo quisiera disfrutar- en esas noches de bohemia que se caracterizaban por lo sano y la bondad de las personas. Nos viene a la mente un singular intérprete, serenatero por excelencia, que respondía al nombre de Salvador González, y que llegó a ser conocido en toda Venezuela como El Magistral. Este guariqueño, con su excepcional y bien timbrada voz, adornó muchas noches y madrugadas llaneras al pie de un arpa y al pie de una ventana. Fueron muchas las veces que lo escuchábamos en Valle de la Pascua, en la barriada donde vivíamos y crecimos, despertando a los vecinos con sus bonitas canciones.
Salvador fue un docente de aquilatados méritos que después fue absorbido por el folclor. Fundó junto a otros maestros de escuela El Quinteto Magisterial, que cosechó muchos éxitos enalteciendo nuestra cultura autóctona. El grupo se desintegró y González se lanzó como solista e impuso varios temas a nivel nacional, además de ganar varios festivales de renombre, en esos tiempos cuando no había tantas componendas como las hay ahora. Canciones como “Noche de amor”, “Bésame morenita”, “Soizolita”, “Luz de mi vida” y “La Guachafita”, entre otras, formaron parte de su repertorio musical, y por extensión al venezolano. Y cabe decir, que en los tiempos en que grabó Salvador su primer disco, las cosas no eran fáciles. Era necesario tener mucho talento para hacerlo y las disqueras no se arriesgaban con cualquiera. Pero fue tal la calidad de este intérprete que venció todas esas barreras. No es como ahora, que al decir de mi amigo y cantor llanero, José Maluenga: “Orita cualquiera reúne una platica y se va y graba y echa a perder la música”.
Por eso es que no se puede olvidar a algunos serenateros que “vivían su arte y también se lo regalaban a los amigos” –y a todo aquel que lo quisiera disfrutar- en esas noches de bohemia que se caracterizaban por lo sano y la bondad de las personas. Nos viene a la mente un singular intérprete, serenatero por excelencia, que respondía al nombre de Salvador González, y que llegó a ser conocido en toda Venezuela como El Magistral. Este guariqueño, con su excepcional y bien timbrada voz, adornó muchas noches y madrugadas llaneras al pie de un arpa y al pie de una ventana. Fueron muchas las veces que lo escuchábamos en Valle de la Pascua, en la barriada donde vivíamos y crecimos, despertando a los vecinos con sus bonitas canciones.
Salvador fue un docente de aquilatados méritos que después fue absorbido por el folclor. Fundó junto a otros maestros de escuela El Quinteto Magisterial, que cosechó muchos éxitos enalteciendo nuestra cultura autóctona. El grupo se desintegró y González se lanzó como solista e impuso varios temas a nivel nacional, además de ganar varios festivales de renombre, en esos tiempos cuando no había tantas componendas como las hay ahora. Canciones como “Noche de amor”, “Bésame morenita”, “Soizolita”, “Luz de mi vida” y “La Guachafita”, entre otras, formaron parte de su repertorio musical, y por extensión al venezolano. Y cabe decir, que en los tiempos en que grabó Salvador su primer disco, las cosas no eran fáciles. Era necesario tener mucho talento para hacerlo y las disqueras no se arriesgaban con cualquiera. Pero fue tal la calidad de este intérprete que venció todas esas barreras. No es como ahora, que al decir de mi amigo y cantor llanero, José Maluenga: “Orita cualquiera reúne una platica y se va y graba y echa a perder la música”.
Pero Salvador González,
a pesar de su calidad interpretativa y su don de buena gente, no las tuvo todas
consigo. En aquel momento “penetrar” con la música venezolana era cuesta arriba.
Se escuchaba en la radio sobre todo en la madrugada y la televisión era casi
impenetrable. Sólo quedaba “matar tigres” en las tascas y restaurantes, donde
se “ganaba” muy poco y quien pretendiera vivir del canto y de la música “tenía
que monear muy bien un corozo”. Sin embargo, este cantor del llano libró su
propia batalla defendiendo nuestra nacionalidad y nuestras costumbres patrias.
Pero lo pagó muy caro. Terminó enfermo y murió en condiciones económicas
deplorables, hasta el punto que hubo que recurrir a una verbena para recaudar
fondos y buscarle médicos y medicina. Y así, se marchó tristemente el
serenatero, pero nos dejó un extraordinario legado que, dicho sea de paso, se
escucha muy poco en la radio.
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