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La primera vez que vi a Gerardo Brito

La primera vez que vi a Gerardo Brito


                                                                                                                                           Por Eduardo Correa                   

 Claro que ya sabía de su persona cuando lo vi por primera vez y, sin duda, conocía de su trabajo radial y de su especificidad con el folclor nacional. Y esa vez primera fue cuando asistí con unos paisanos a Barquisimeto a un festival musical en el Anfiteatro Oscar Martínez que lució repleto de personas, con muchas estrellas del canto venezolano y lleno, sobre todo, de música donde destacaba con singularidad la del llano. Nos deleitamos esa noche con los acordes hermosos del arpa, cuatro y maracas y, por supuesto, de las voces e intérpretes que lo dieron todo. La pasábamos de lo mejor, como digo, cuando apareció Brito y se acercó a nosotros diciéndonos: “Muchachos, por favor, denme la botella de ron que tienen ahí”. Sorprendidos con su aseveración y su firmeza nos miramos los del grupo que reíamos y festejábamos en medio de un escenario donde todo el mundo estaba feliz. Alcanzamos a decirle: “No, señor, nosotros no tenemos ninguna botella, disculpe”. El insistió  y aseguró haberla visto cuando uno de nosotros se tomaba un trago a hurtadillas. Y aprovechó la ocasión esa noche para darnos información  sobre la rigurosa prohibición de bebidas alcohólicas en el lugar, cuyos argumentos giraban en torno de la presencia de muchas familias, en especial de niños y jóvenes, y los organizadores prefirieron omitir ese consumo en aras del buen ejemplo, de la prudencia y de la seguridad del festejo. Fue muy convincente la explicación y dada de una forma respetuosa, aunque firme y decidida. Ante aquello no nos quedó otra que entregarle la botella y se alejó con una sonrisa y viéndonos con ojos de gratitud. En ese momento sonó el arpa interpretando un sabroso joropo que hizo que añoráramos el líquido espirituoso perdido.

Después lo vería en un centro nocturno que se especializaba en los eventos musicales llaneros y era muy concurrido por aquellos tiempos en Lara. Esa noche fui al lugar con unos amigos y recuerdo que al ocupar una mesa, al ratito llegó Brito con una sonrisa franca tendiéndonos la mano y diciéndonos: “Amigos, bienvenidos a “Las taparas de Gerardo”. Aquella jocosidad –así se llamaba el expendio- nos llamó la atención y se sentó con nosotros un buen rato, hasta comenzar la animación con su voz característica e inconfundible que llenaba los recintos y los espacios donde solía expresarse profesionalmente. Posteriormente lo tendría como invitado especial en un evento llanero en Acarigua donde yo fungía como responsable y verdaderamente enalteció ese acto en la Concha Acústica  con su presencia, su irradiada simpatía y su amplia y brillante trayectoria reconocida por todos. Recuerdo que me dijo al final: “Hermano, que buen acto, lástima que no pude ayudarte”. Se refería Brito a que no pudo animar debido a que en aquel momento acababa de superar una terrible enfermedad que lo aquejó y lo retiró por una temporada de su labor radial, de los escenarios y tarimas. Yo le respondí: “No, Gerardo, no es así. Nos ayudaste mucho con tu presencia y te estamos muy agradecidos. Queríamos aquí, muy especialmente, al hombre, a la persona, al profesional comprometido con la cultura autóctona y con nuestro folclor patrio. Siempre estaremos en deuda contigo por ese enorme aporte al país de Bolívar”. Él sonrió satisfecho.


Y por última vez lo vería en mi hogar de Acarigua. Venía de cumplir con unos compromisos en la ciudad de Ospino y tuvo la amabilidad de visitarme en horas vespertinas. Compartimos un buen tiempo y al partir me dijo que le gustaría que nos viéramos en La Feria del Pescado, colorido y hermoso evento que estaba por realizarse en aquellas semanas en Apure y en donde él era invitado especial. Pero, ahora Brito no está con nosotros porque partió recién a su encuentro con Dios, y debo agregar que “La cuenta que no da ná”, dio mucho, si anotamos el arte prodigado por este hombre, la trayectoria,  profesionalismo,  aporte al folclor y a la patria, desprendimiento y don de buena gente, y dio tanto, además, que llenó a Venezuela con su rectitud y amor nacionalista. Y siempre retumbará en las conciencias y en el deber ciudadano, aquella tu expresión: “De Venezuela, ni un milímetro para nadie”. Descansa en paz, hermano, cumpliste tu misión

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