Nos
dijo adiós el “Llanero que canta y silva”
Por Eduardo Correa
Las
Mercedes del Llano es un llanerísimo pueblo del estado Guárico y está enclavado
en el corazón de esa entidad, pero por estos días luce triste y lloroso, su
gente no sale del asombro, el arrendajo y el turpial enmudecieron su canto y la
soisola quedó triste en la enramada, apenas se oía el mugir de la vacada y una
madrina de caballos detenía su carrera y miraba a lo lejos en la pradera como
buscando a alguien. El gallo enmudeció también. Y es que no es para menos, su
hijo insigne, el de la voz de trueno, el recio cantor, el del suave pasaje y de
trino cantar dijo adiós inesperadamente: Julio Pantoja, el hombre y el nombre
que hacía temer a sus contrincantes en un festival o en una competencia de
copleros se despidió de pronto para siempre.
Era
recio en el canto, sublime en el pasaje y la tonada, humilde en el trato con
todos. Incontenible en la tarima donde se entregaba por completo, aunque al
bajar se imponía el caballero y el amigo. Se fue y ahora sus criollas melodías
andan en la cabeza de todo un pueblo que lo quiso y lo aplaudió. Y allende las
fronteras también. Venezuela toda lo escuchó cantar y Colombia igual. Con su
canto bravío y su inigualable estampa de llanero se paseó por todos esos llanos
con su verso a flor de labios enamorando a las llanuras de dos países y a dos
pueblos que ahora lo lloran. Pero no es un adiós definitivo, físicamente sí,
claro está, aunque su garganta coplera seguirá atravesando y deleitante el
llano en cada una de las travesías.
Y se
alargará más de la cuenta uno de sus pasajes llaneros pegajosos tocado a manera
de un golpecito: “Un guayabo pasajero”, sí, no durará tres o cuatro minutos y
se prolongará al infinito. Por generaciones. Todo su canto porque Julio Pantoja
fue como el mismo decía en su letra “Yo soy uno más del pueblo”. Y lo era.
Siempre lo verán sus paisanos saludando a cada uno amablemente, en los bancos
de la plaza, por las calles andando en su bicicleta y por donde solía pasar. Y
era muy cierto al decir Pantoja: “Yo tengo el alma llanera”, porque la tenía de
veras. Si señor, y se seguirá escuchando su voz en “El joropo que yo canto” que
estremecía le inmensidad, cruzaba ríos y sabanas, andaba por los caminos y
montañas, en las parrandas y por donde quiera que anduviera “Cimarroneando”.
El
“Llanero que canta y silva”, el de las alpargatas, el del sombrero pelo de
guama, las camisas llamativas y
pantalones vaqueros, el que montaba un potro sin importar si corcoveaba y una
potranca maranta, el que tocaba su cuatro melodioso y afinado, el que entonaba
un pasaje o joropo en cualquier baile por humilde que fuera, ese seguirá entre
nosotros con su sencillez y su forma de ser. Eso denlo por hecho. Fue mucho lo
que hizo por el folclor genuino y autóctono. Luchó por mantener ciertas
costumbres y que no fueran arrasadas por
eso que ahora llaman “progreso”.
Porque
él vino de un caserío que era conservador llamado “Monasterios” de costumbres
llaneras propias, donde los hombres de palabra y de dignidad no escaseaban,
donde la palabra era un documento y usaba “Los aperos de un llanero” porque “Yo
sí soy criollito”, proclamaba. Y como todo buen llanero se enguayababa con “El
despecho de un quesero”. Y es que en pocas palabras JULIO PANTOJA era un
“Campesino hasta la cacha”. Vivirás entre nosotros por siempre, amigo y
paisano. Y preguntarán por esos caminos largos, ¿Alguien ha visto a Pantoja?
Sí, iba camino del Cielo.
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