Carta a mi querida María del Río o Patricia Yorgelis
Por Eduardo Correa
Cuando naciste fue un día
maravilloso e inefable y desde ese momento te convertiste en mi pedacito de Cielo,
ese que trajo luz y esplendor a mi vida, y al pasar de los años ese pedacito de
Cielo ha ido brillando y creciendo y trayendo alegría indescriptible a mi
existencia y a todo lo que me rodea y te digo que jamás dejaré de darle gracias
al Creador por darme regalo tan hermoso, tan bello y tan único. Y es por eso que
cada minuto, cada hora, cada día y cada año que he vivido contigo es como un rayo que brilla siempre muy
dentro de mí llenando de colores en derredor y elevando la esperanza en mi
quehacer. Ahora que caminas a tu Primera
Comunión, ese pedazo de Cielo que eres tú sigue creciendo cada vez más en
persona y en acercamiento al Señor, a Dios, tanto así que lo recibirás en la
eucaristía que es Su Cuerpo y es Su Sangre ¡Bendito sea Dios! ¡Qué maravilla! ¡Qué
hermosura¡ ¡Gracias infinitas, Señor Jesús!, en mi nombre y en el de Patricia,
a quien conocemos también como María del Río, familiarmente.
Dios lo es todo, mi niña, y
esa tu Primera Comunión te llena y te honra a ti, al igual que a mí que te quiero un mundo. Te felicito, hija
querida y agradezco a Dios, a ti, a tu madre María del Valle, a tu abuela
Dilcia, a tus maestras y a todos quienes de una forma u otra hayan coadyuvado y
estimulado este paso tan hermoso, tan espiritual y tan feliz. Este paso que das
“Se considera como la primera experiencia de revelación espiritual, en estado
de consciencia, que vive un católico y marca así el inicio del relacionamiento
espiritual consciente entre el creyente y Jesucristo manifestado entre Su
Cuerpo y Su Sangre en el sacramento de la comunión”. Hoy estoy feliz por lo que
haces y sé que tú también estas muy feliz, Patricia del alma, porque, ¿acaso
puede haber algo más hermoso y más grande que creer y caminar con Jesús? No lo
hay, hija, y repito que Dios ¡Es lo máximo! Y como dice San Miguel Arcángel ¿Quién como
Dios?
Recibe un beso y un abrazo, mi
niña y que Dios y la Virgen te sigan bendiciendo.
Tu papá,
Eduardo Rafael
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