De los latigazos de Jesús a los del papa Francisco
Por Eduardo Correa
Desde hace un poco más de dos mil años
y a latigazos limpios el propio Jesús expulsó a los mercaderes del Templo de
Jerusalén: “…Y entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que vendían y
compraban en el templo y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los
mercaderes”. Los discípulos que le acompañaban no salían de su asombro al ver a
su querido maestro en una actitud inusual para ellos. Aquel que conocían y
amaban no era dado a la violencia y por eso el estupor. Ese, cuya actitud se
caracterizaba por la tranquilidad de sus actos y de su prédica, y que la
humildad era a todas luces inquebrantable, se veía de pronto látigo en
mano echando bruscamente a los comerciantes del lugar. Aunque claramente dejó
establecido el por qué de su reacción histórica y milenaria: “Escrito está: Mi
casa es casa de oración; mas vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones”. Y
esa impresionante demostración de Jesús, a través del tiempo ha sido
interpretada y recordada de muchas maneras. Pero, de lo que no debe haber duda
es del celo sobre “su casa y sus fines”. ¿Algunos salieron heridos? Tal vez no,
literalmente hablando, porque bien es sabido que se dieron a la fuga y
corrieron por doquier dejando el provecho de sus negocios, mientras unos
cuantos aprovechaban a recoger en la confusión. ¿Y qué de la conciencia de los
negociadores? ¿Pudo haber surtido el efecto deseado? Quizá. Aunque al decir de
muchos, sin importar el tiempo, la conciencia del comerciante siempre ha tenido
un norte: Ganar y ganar.
¿Y del Pedro de hoy que puede
decirse guardando la grandeza de aquel protagonista y el contexto? Bueno, el
Pedro de hoy, que es claro que no es otro que el papa Francisco, desde que dio
comienzo a su pontificado y a su altísima misión en un mundo conmovido por la
pobreza contrastada por la riqueza, la cultura y el modernismo a ultranza,
decidió hacer de su verbo una especie de látigo constituido por la fuerza de su
fe, de la verdad, y un modo de vida, que si bien está lejos de ser ascética y
eso es comprensible, ha hablado al mundo con una sinceridad y una humildad que
le es característica. Y no le falta una sonrisa, un abrazo, y por supuesto una
oración y un consejo. Ahora mismo en Méjico, a un grupo de niños les dijo en el
momento en que les abrazaba: “No permitan que nadie les atropelle”. Y pidió perdón,
asimismo, en un acto histórico ante cientos de nativos mejicanos que han sido
burlados durante siglos por sus semejantes. Les han despojado de sus tierras.
Les han humillados hasta pervertirles sin piedad alguna. Y al resto de la
población humilde que es víctima de la pobreza, el escarnio y la carencia de
oportunidades para vivir con justicia, libertad y dignidad, y que son más
bien acosados por el narcotráfico, la enfermedad y la muerte, a ellos les has
hablado de cerca y dado esperanza. Por ellos y para ellos, el papa Francisco
elevó una plegaria a Dios, a la Virgen morena, como la llaman por esos lares.
“No se resignen y luchen”, les ha aconsejado. Pero también advirtió a la
sociedad opulenta, al gobierno y a los insensatos de corazón duro.
Y es que el ejemplo mejicano, bien
puede trasladarse a cualquier otro país americano. Del mismo Norte, del Sur,
del hemisferio o del mundo entero. Y es que la pobreza y el hambre no tienen
una sola patria sino muchas. Circunda el planeta y contrasta con la riqueza de
los que están arriba, ¿arriba? No hablamos del Cielo. ¿Podrá el papa Francisco
con su látigo verbal conmover a quienes desde un modus vivendi alto no ven a
los de abajo? ¿Y hará reaccionar a quienes tienen el monopolio, el usufructo de
los bienes y el poder? ¿Escucharán receptivos el mensaje papal cristiano?
¿Logrará herir esas conciencias y que vuelvan sus miradas y sus riquezas hacia
los desheredados de la tierra? Mientras tanto, el vicario sigue despertando las
mentes con sus dictados bíblicos y doctrinales: “Con el diablo no se dialoga
porque nos gana” o “Hay avispados que cobran por la salvación. No paguen por
esto. Jesús es gratis”. “Recen por mí”. Y es seguro que desde lo alto el
Creador lo ve y le escucha. Y a todos.
Comentarios
Publicar un comentario