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El maravillosos mundo de la lectura


El maravilloso mundo de la lectura



                                                           Por Eduardo Correa



“Es la puerta de la luz un libro abierto/entra por ella niño y de seguro/que será para ti en el futuro/Dios más visible/  tu poder más cierto/”


 En la historia de la humanidad aparecen registrados muchos nombres de personas que eran unos verdaderos apasionados de la lectura, y producto de esa arraigada y admirable costumbre dejaron un precioso e importante legado. Pero, sin duda alguna, asombraba aquella predilección y amor por las letras. Eran numerosos los seres que denotaban un desmesurado interés por los libros y generalmente sus aportes a la sociedad eran de considerable valor y utilidad.


He aquí algunos de ellos: Asurbanipal, rey de Babilonia, sostenía que su vida era la lectura y que como mejor pasaba su tiempo era leyendo tablillas de piedra “más antiguas que el diluvio”, es decir, descifrando los textos sumerios. Sus ansias de saber llevaron a este monarca a fundar la más antigua biblioteca estatal conocida en el mundo. Gracias a él, que mandó a reunir una enorme colección de textos cuneiformes en tablillas de arcilla, la posteridad conoció un cúmulo de datos interesantísimos, de los que pudieron sacarse un conocimiento muy amplio de la civilización del país del Éufrates. De este hombre se cuenta que estuvo más de siete días leyendo sin parar y se olvidó “hasta de comer y dormir”.

Demóstenes, otro gran lector de la historia y a quien llamaban “el hombre de la voluntad de hierro”, logró superar sus grandes defectos físicos, incluyendo su boca casi cerrada, y a fuerza de tesón se convirtió en un voraz lector e incluso llegó a ser un formidable orador. Acostumbraba irse a las afueras de la ciudad de Atenas, se sentaba debajo de un árbol y allí pasaba largas horas leyendo hasta que lo atrapaba la noche. Comentaban que se molestaba muchísimo si alguien se atrevía a interrumpir sus dilatadas lecturas. Asimismo, pero más cerca de nuestros tiempos, conocidos venezolanos descollaron como excelentes lectores. Al eximio don Andrés Bello algunos le atribuyen la frase cuando afirmaba que “a su cerebro le hacía falta más alimento que a su estómago”, al referirse a la necesidad de la lectura y de los libros antes que la comida. Caso parecido era el de nuestro Libertador Simón Bolívar, a quien nunca le faltaba un libro debajo del brazo y en la mismísima campaña militar no desperdiciaba momento alguno para leer. Y más cerca aún de nosotros tenemos al gran escritor Juan Vicente González a quien apodaban “el traga libros” por lo tanto que leía. Y como olvidar al brillante nacional Rufino Blanco Fombona, que respecto de su educación “casi todo el inmenso caudal de variados conocimientos adquiridos, no solo en sus años mozos, cuando devoraba las bibliotecas de sus abuelos y tíos, sino, incluso, ya adulto, los obtuvo en gran medida por su propia cuenta”. Y por supuesto que hubo muchísimos más adictos a la lectura que sería prolijo enumerar.

En nuestros días, y sin ánimos de herir susceptibilidades, puede decirse que los venezolanos leemos poco, esto históricamente hablando, aunque debemos admitir que en los últimos años se ha mostrado un interés inusual por los libros y la lectura. Claro, nos estamos refiriendo a los libros y temas que tienen que ver con nuestro crecimiento espiritual y, obviamente, debe incluirse las lecturas que satisfagan las exigencias de los diferentes niveles de estudios académicos. Pero es que también hay muchos libros y revistas que tienen mucha aceptación y superan muy fácilmente en la preferencia a cualquier buen texto que aumente el nivel intelectual de los pueblos, esto dicho en sentido positivo. Y es así como los libros de autoayuda y de temas esotéricos y las revistas dedicadas a las carreras de caballos, al sexo y datos de lotería, son buscados activamente por las personas y muy rápidamente agotan un tiraje considerable. También tienen mucho éxito las revistas y periódicos donde reseñan crímenes atroces y temas bufos.

Qué bonito y útil sería que tuviéramos una nación de grandes y entusiastas lectores y que bueno sería, igualmente, que dedicáramos menos tiempo a ver televisión y en donde los niños fueran los abanderados. Porque a decir verdad, llama la atención y da mucha tristeza comprobar que los pequeños del hogar desperdician tanto tiempo metiendo en sus cabecitas tanta basura audiovisual y que, a su vez, las  bibliotecas, que de por si no son muchas, lucen tan solas e, incluso, llama la atención que en algunos casos quienes las cuidan o atienden, no se dan por enterados que están rodeados de “maravillas” que bien pueden cambiar su vida o en todo caso hacerla más amena.


Finalizamos comentando que el Papa Pablo VI, al igual que Juan Pablo II, eran unos grandes aficionados a la lectura y dicen que cuando viajaban llevaban unas maletas cargadas con centenares de libros. Al parecer, querían contar con unas pequeñas bibliotecas ambulantes para tener dónde elegir según el momento, el lugar y la circunstancia.

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