¿Enseñar
a pescar o dar el pescado?
Por Eduardo Correa
Démosle
vida a este escrito comenzando con una referencia notable que no es otra que
invocando a la Madre Teresa de Calcuta en una de sus facetas muy especiales y
que tenía que ver con la ayuda a los desposeídos, a los desasistidos y pobres
en extremo cuya noble y altísima labor fue conocida y aplaudida en el mundo
entero. No obstante, su particular y muy sensible trabajo no escapó alguna vez
de críticas, a pesar de todo. Y es que llegó a decirse con insistencia desde
sectores cualquieras que no era muy constructivo “darles el pescado a los
menesterosos sino más bien enseñarles a pescar”. La hoy santa mujer respondió
sin inmutarse e incluso con una suave sonrisa que “a los que ella ayudaba eran
personas que estaban tan disminuidos y sin fuerzas que no podían siquiera
“levantar la caña”. Vaya respuesta de una dama tan singular como lo fue en vida
Teresa de Calcuta. Y muy contundente por lo demás. Y si hacemos válida la
irreprochable respuesta, bien puede coincidirse en lo innegable que resulta
ayudar a esos que no pueden “levantar la caña de pescar” e indudablemente debe
dárseles el pescado sin ver para los lados, como suele decirse en mi barrio
cuando de meterle la mano a alguien se trata. Aunque debe enfatizarse y
reiterar que la ayuda de la especialísima mujer era dirigida a las personas que
no podían valerse por si mismas, entre los que se contaban niños de la calle en
completa orfandad, viejitos tirados en las aceras a su suerte y a otros seres
sin fortuna alguna que les era imposible acceder al bocado diario y donde se
contaban enfermos sin techo y sin hospital. Completamente caídos y olvidados,
pues. Y además, ¿en qué cabeza cabe pedirles a esas personas en ese estado que
se procuren su sustento? Y si volvemos al dicho chino, a esos seres humanos era
necesario e impostergable “darles el pescado”, tal como lo sostenía Teresa.
Pero,
“otro gallo cantaría”, siguiendo con los sabios dichos, en el caso de personas
“hechas y derechas”. Y sin ir muy lejos citemos el libro de los libros, como se
le conoce a la Santa Biblia: “Y dijo Dios a Adán: Por cuanto has escuchado la
voz de tu mujer, y comido del árbol que te mandé no comieses, maldita sea la
tierra por tu causa: Con grandes fatigas sacaras de ella el alimento en todo el
discurso de tu vida”. Tomemos otra cita
del texto del Eclesiastés, atribuido al rey Salomón, que en su capítulo tres,
versículos doce y trece, sostiene: “Y así he conocido que lo mejor de todo es estar
alegres, y hacer buenas obras mientras vivimos”…”Porque cualquier hombre que
come y bebe, gozando del fruto de sus fatigas, de Dios recibe este don”. Y el
apóstol san Pablo, en su carta a los Tesalonicenses, capitulo tres, versículos
ocho, diez y once: “Ni comimos el pan de balde a costa de otro, sino con
trabajo y fatiga, trabajando de día y de noche para ganar nuestro sustento, por
no ser gravosos a ninguno de vosotros”…”Así es que aun estando entre vosotros,
os intimábamos esto: quien no quiere trabajar, tampoco coma”…”Porque hemos oído
que andan entre vosotros algunos bulliciosos, que no entienden otra cosa que en
indagar lo que no les importa”
Y si
alguien desea trasladar el asunto a otro escenario y contexto, como por ejemplo
el político, podemos citar la figura del conocido Lenin, quien sostenía lo
siguiente: “El que no trabaja no come”. Y agregaba contundente: “En los estados
socialistas solo individuos productivos se puede permitir el acceso a los
artículos de consumo”. Y como olvidar, en menor grado, pero no menos importante,
lo que solía repetir mi padre don Simón, conuquero de convicción y acción,
respecto de la expresión conocida en el
llano guariqueño que señalaba que “todo llanero nacía con su arepa debajo del
brazo” para hacer referencia al trabajo creador que en su caso específico
estaba contenido en el uso de sus poderosos brazos para tomar una peinilla y un
garabato y desyerbar superficies en montadas de no poco tamaño y plantar en
ellas frondosos maizales que después cosechaba y desgranaba, y que mi recordada
madre María Josefa, con ayuda familiar, pilaba y amasaba para producir las
sabrosas e inigualables arepas con las que levantaron a su prole por muchísimos
años. Y era un trabajo espontaneo, alegre, y todos comían de su esfuerzo. Y dispensen la alusión personal.
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