“Esta patria es caribe y no boba"
Por Eduardo Correa
Para el año de 1813 se produce plenamente la intervención
del llano en la guerra de Independencia. Eran esas vastas praderas que los
españoles llamarían “llanos” y son las mismas que toman los linderos del gran
ramal de los Andes que después de las zonas pobladas de bosques dan comienzo a
esas grandes extensiones. Son las mismas que cuando se inicia la estación de
las lluvias se inundan debido a su escasa capa vegetal y a su subsuelo de
arcilla que las hacen poco permeables y que producto de esas características en
esas sabanas se forman los “esteros”, dándole esa tonalidad maravillosa y
agradable a la vista. Es la otra cara positiva de los llanos después de ser
azotados por los terribles aguaceros de aquellas épocas de calamidades.
Y que como sostenía don Rómulo
Gallegos “tierras abiertas y
tendidas, buena para el esfuerzo y para la hazaña, toda horizonte, como la
esperanza, toda caminos, como la voluntad”. Y de las
entrañas de esas inmensas lejanías brotaría una raza bravía dispuesta a todo.
Los hijos infinitos del llano, herederos de los antiguos pobladores que
respondían a la gran rama de los Caribes, los mismos de aquel carácter indómito
y conocida ferocidad que los haría vencer las inclemencias de aquella
naturaleza que se volvía implacable en aquellos escenarios de pobreza y
limitaciones. Eso agudizaría la bravura y espontaneidad de esos seres que no
podían establecerse fronteras. Hijos de aquellas razas feroces fueron los
llaneros que se encontraron los invasores europeos a su llegada a estas
“tierras de gracia” y que si se mostraron apacibles en un comienzo fue debido a
su generosidad y grandeza de alma. De allí vendría toda una generación que
cobraría vida y protagonismo en función de defender una noble causa, un
“leitmotiv” de la naturaleza humana, una condición muy especial de los hombres
que no era otra que su derecho a ser libre y soberano, su derecho ancestral a
elegir su camino y modo de vida, a establecerse y a soñar.
De allí saldrían aquellos caudillos
invencibles cuya bravura heredada no harían quedar mal a sus ancestros. Vendrían
los centauros heroicos que temblarían la llanura a su paso proclamando libertad.
Páez con su lanza inmortal y su alma de acero estremecería estas pampas
y no descansaría hasta llegar a Carabobo con su par Pedro Camejo,
Juan José Rondón, aquel legendario jefe de
caballería que acompañaría al Libertador en la increíble hazaña del Paso de los
Andes. El mismo que junto al “catire” y 148 aguerridos más
vencerían en “Las Queseras del Medio” a 7.500 intrusos armados y experimentados.
Pedro Zaraza, el mismo que diría antes de la batalla de
Urica que ese día “se rompería la zaraza
o se acabaría la bovera” y justamente ese día moriría el terrible Boves. Y
tantos otros como José Cornelio Muñoz, Juan Farfán, Leonardo Infante,
entre otros muchos que asombraron al mundo.
Fueron los mismos llaneros que conociera
Bolívar en 1818 y con los cuales compartiera sueños y esperanzas hasta
concretar una obra que quedaría para la posteridad escrita en las páginas de la
historia universal con letras doradas y cuyo brillo se mantiene vigente en
nuestros días. Buena parte de la misma sangre valerosa que no será víctima más
de engaños ni deslealtades y que no se arredrará nunca ante cualquier intento
de volver al pasado oprobioso y delincuencial que tanto daño nos ha hecho. Por
eso, tal como proclamó Bolívar “Esta patria es Caribe y no boba”.
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